Antes de que la Audiencia Nacional impusiera las penas de prisión a los ochos agresores de Alsasua, escribimos aquí con todas las prudencias y los presuntos sobre la nada descabellada posibilidad de barajar algo que a algunos les molesta reconocer: que hay lugares de España en los que se agrede a los guardias civiles -y a sus novias- por su mera condición. En su escrito, los jueces concluyeron que el motor de la paliza fue la animadversión hacia la Guardia Civil, acreditando así que la agresión se produjo por motivos ideológicos, lo que les llevó a imponer las penas máximas: "No puede permitirse que en el siglo XXI, y en un Estado democrático y de Derecho, se prive a unas personas solamente porque tengan la condición de guardias civiles".
Lo que parece a todas luces razonable ha motivado protestas por parte de las autoridades locales, regionales, por parte de Podemos, e incluso por parte de partidos separatistas. En Alsasua hay un mural que rinde homenaje a los agresores, ungidos como símbolos de una causa justa. ¿Alguien cree que de haber brindado una paliza a cualquier otro colectivo se permitiría impunemente un tributo de este tipo? Es por eso que esas pintadas no pretenden denunciar una supuesta injusticia sino lisa y llanamente clamar contra la Guardia Civil. Lo prueba, además, la secuencia de las protestas. Primero la indignación la produjo el hecho de que la Fiscalía considerara la posibilidad de calificar los hechos como delitos de terrorismo. Cuando la Audiencia Nacional lo descartó, lejos de reconocer las garantías del sistema judicial español, siguieron las movilizaciones y la solidaridad con los agresores. A costa, por supuesto, de las víctimas.
Cuando el PSOE afirma que lo ocurrido en Alsasua “aviva el conflicto” asume que la solución es renunciar a defender a las víctimas en toda España
Pero toda duda de lo ocurrido en Alsasua el 15 de octubre de 2016 quedó despejada durante el acto celebrado el pasado domingo en la misma localidad. La plataforma vinculada a Cs “España Ciudadana” quiso apoyar a la Guardia Civil desde un lugar en el que quedó meridianamente claro que existe un clima de rechazo hacia los servidores públicos y, sobre todo, hacia lo que representan. Muchos contra-manifestantes acudieron encapuchados a protestar por la presencia de personas que, a cara descubierta, quisieron solidarizarse con unas víctimas a las que todavía les debemos mucho como sociedad. Además del mural, han tenido que soportar que se calificara como “pelea de bar” lo que fue una paliza para la que bastó la ira de los agresores. Quienes hablan de pelea presuponen que hay dos partes enfrentadas. Y la única manera de que eso pudiera ser así es asumiendo que la presencia de un guardia civil en Navarra es tan violenta como un puñetazo.
“Dejad Alsasua en paz” no es una consigna casual. Quienes la entonan entienden que el municipio es suyo y que suya es la paz y las condiciones de la misma. Y si la presencia de guardias civiles en un bar de noche perturba su paz, nadie puede decir nada. Sólo hace falta que nadie levante la voz y una Iglesia que acompañe con las campanadas para forjar un consenso. Porque eso es lo que se dirime con el asunto de Alsasua: no hay voluntad de estigmatizar a ninguna localidad -que no es tampoco homogénea aunque muchos quieran pintarlo así-, sólo demostrar que el Estado es capaz de defender a sus servidores públicos desde cualquier lugar del Estado. Por eso la imagen del domingo da cuenta de la necesidad que había de celebrar ese acto.
Una necesidad que se hace más imperiosa cuando el partido de Gobierno tiene a bien tildar de provocaciones este tipo de reivindicaciones. Irresponsables, dicen. El PSOE no debe asumir que una manifestación de apoyo a servidores públicos del Estado en Navarra “aviva el conflicto”, porque lo que está diciendo con eso es que la solución es renunciar a poder defender a las víctimas en toda España. Y eso sí es conflictivo para cualquier sociedad democrática. El Gobierno lo sabe, pero está obligado a estas declaraciones a caballo entre el ridículo y la vergüenza porque cualquier otra cosa le complicaría la estancia en Moncloa. Pero dejar en paz a Alsasua es un precio demasiado caro.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación