Terminan las vacaciones. El mal tiempo es sólo el presagio del arranque del nuevo curso. En la A4, y entrando ya en Madrid, los coches ruedan bajo la lluvia con la parsimonia que marca el retorno de miles de ciudadanos. Atrás quedan los días de vino y rosas, pero los otros, los convencionales, los que vienen con el pulso plano y recurrente de la política, parecen estancados. No pasa el tiempo, o si lo hace es para peor. Estamos mal, creemos muchos, y ojalá pudiéramos parar el tiempo aquí, ya mismo, porque lo que viene es peor. Todo lo que pueda ir mal, irá mal. No hay socialista sensato que no lo sepa. Eso quiero creer.
La vuelta se hace pesada. Mientras conduzco voy imaginando los inevitables videos que los telediarios nos pondrán estos días en los que sicólogos nos darán consejos para que la vuelta sea menos penosa. Hable con los suyos, relaciónese, sienta los beneficios de tener un trabajo, piense en las próximas vacaciones, salga a la calle, pasee, hable con su quiosquero. En fin, todo eso que sabemos sin necesidad de que el sicólogo nos dé la turra por televisión.
Todo se puede soportar, y sin embargo, el desajuste de los acontecimientos pasados instalado en el presente se hace muy cuesta arriba. Igual que resultan desagradables las luces de navidad cuando las fiestas han pasado; igual que se nos acartona la mirada cuando vemos anuncios sobre las rebajas de agosto cuando ya estamos en septiembre, se nos nubla la mirada y arruga el ánimo viendo todavía hoy los enormes carteles colocados a la entrada de Madrid en el que un sonriente Alberto Núñez Feijóo aparece retratado junto a tres palabras, tres: Es el momento.
La democracia tiene estas carambolas y estos bocados indigestos de colocar comunistas rancios vestidos con ropa de marca en el Gobierno de España
Pero ese momento ya pasó. Resulta, además, que no era su momento. Tampoco el de Sánchez, que no ganó las elecciones. Tampoco el de esa señora rubia oxigenada, cursi y empalagosa que quedó cuarta y regala amnistías sin estar aún en el gobierno. Lo estará, no lo dudo, que la democracia tiene estas carambolas y estos bocados indigestos de colocar comunistas rancios vestidos con ropa de marca en el Gobierno de España. Aromas de Varón Dandy para Vox, que los separatistas, nacionalistas, carlistas del siglo XXI, prófugos de la justicia, sediciosos y malversadores huelen a Bleu de Chanel. Qué cosas.
Lo que llaman algunos la realidad factual es elocuente y no admite dudas. Ni es ni fue -¿será?- el momento de Feijóo. Es el momento de un prófugo golpista antiespañol, un caradura dispuesto a pisotear las leyes de este acomplejado país con el consentimiento de quien quiere ser presidente del Gobierno sin haber ganado las elecciones. Y no, no se mal interprete, es lo que dice -perdonen de nuevo-, la realidad factual. No ha ganado con los votos, aunque el día que gane el Gobierno será un acto legítimo que no admita discusión. No todo lo que sea legal ha de gustarnos. Simplemente lo soportamos.
Es el momento del prófugo de Waterloo, del indultado Junqueras, del sobrevalorado Pere Aragonés y de Otegi, personaje siniestro del que huyen los adjetivos como los piojos de la claridad.
Si a mí el cartel me deja con ganas de frenar y darme la vuelta, me pregunto qué pensará el mismo Feijóo viéndose hoy mismo en esa valla que nadie ha tenido la delicadeza de retirar
Todo lo que puede empeorar, empeora. Dicho de otra manera: Si algo, bueno o malo, puede pasar, pasará. A los españoles Edward Aloysius Murphy no nos tiene nada que enseñar. Son las leyes de la entropía que se me hacen presentes mientras veo en el cartel la cara de infeliz de Feijóo con las tres palabras de marras: Es el momento. ¡Por Dios, que lo quieten ya! Si a mí el cartel me deja con ganas de frenar y darme la vuelta, me pregunto qué pensará el mismo Feijóo viéndose hoy mismo en esa valla que nadie ha tenido la delicadeza de quitar. Pasarán los días y veremos a Sánchez de presidente y a Feijóo sonriente mirando al infinito: Es el momento. Le sucede al momento de Feijóo lo que al porvenir del poeta: “Te llaman porvenir porque no vienes nunca”. A un extranjero que estudie español no habrá mejor forma de decirle y explicarle con el cartelito de marras qué significa eso tan español de la vergüenza ajena.
El PP tiene un serio problema de percepción de la realidad. Ha ganado las elecciones, pero no sabe qué hacer con esa victoria que ciertamente es relativa y rácana porque no le dará el gobierno. Pero esto es una cosa, y otra su forma de administra esa ventaja entre su electorado. Que a estas alturas Feijóo, para justificar un Ejecutivo en Murcia con Vox dentro, vaya y le diga a López Miras que “no podemos ir a elecciones con el electorado de bajón” es la prueba de que la situación en el PP es muy preocupante. El desnorte es tan grande que igual el presidente del PP no ha caído en que el que está de bajón es él mismo. O eso es lo que parece cada vez que abre la boca.
Es mucho más arriesgado pactar con Puigdemont, Otegi y los comunistas que con Abascal, y sin embargo Sánchez encontró el relato para explicárselo a los suyos
He dicho que hay un problema de percepción en el PP y hay otro, quizá más serio y derivado del anterior, que es puramente existencial. El Partido Socialista a fuerza de taladrar sus principios y destrozar palabras como democracia, legalidad y Constitución y pactando con aquellos que no la pretenden ha resuelto el problema: sabe lo que quiere ser y cómo conseguirlo. La dirección del PP, que va del bajón al bajonazo, aún se lo está preguntando. Es mucho más arriesgado pactar con Puigdemont, Otegi y los comunistas que con Abascal, y sin embargo Sánchez encontró el relato para explicárselo a los suyos. A Feijóo no le gusta la caverna, de acuerdo, pero sólo con ella será presidente un día, ese que está por ver y llegar. Como el porvenir. Todo esto lo sabía su electorado antes de ir a votar. El día que dejen de embestir a las matemáticas y sumen sin complejos lo entenderán. ¿Cuántas elecciones inútilmente ganadas harán falta? Hasta entonces en Génova estarán de bajón. Y con serio riesgo de llegar al bajonazo. Los aficionados a los toros saben que es la muerte más fea y rápida de todas.
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