Cada vez que Gabriel Rufián abre la boca pienso dos cosas. La primera que, lejos de tener acento catalán, parece haber nacido tal que en el madrileño barrio de Cuatro Caminos. Esa forma de alargar la vocales y cortar las palabras; esa manera tan genuina de concentrar su pensamiento; una frase, una idea, como los mejores oradores, y como explicaba Demóstenes que había que hacer al hablar en público. Y no, por favor, no estoy comparando al de ERC con el ateniense, no.
Reconozcamos, por lo menos, que Rufián -no sé si a su pesar-, es de los diputados con mejor presencia en el atril del Congreso. Con poco, me dirán ustedes. Incluso con menos, respondo yo. El nivel es ínfimo, y eso hace que brille en ese melonar que los españoles hemos sembrado en la Carrera de San Jerónimo.
La segunda circunstancia que me llama la atención en este eficaz subalterno, tan certero en los quites a Pedro Sánchez, es su sinceridad. Vaya por delante que su verdad no me interesa, y su agotador discurso ha hecho que haya dejado de inquietarme, que es lo que creo que le está sucediendo a la mayoría de los españoles. Pero sus verdades son como templos, para lamento de Sánchez y los suyos.
Rufián reparte consejos
La semana pasada el independentista catalán habló en el Congreso. Debate de los Presupuestos Generales. Rufián se levanta, baja lentamente las escaleras camino del atril; anda erguido, bien vestido, ufano y sobrado mira al tendido antes de abrir la carpeta en la que ha escrito unas notas. Es de los pocos que salen ahí sin la muleta del folio escrito que va a ser leído, y así enjareta dos ideas. En primer lugar, mira al banco azul del Gobierno para recordarles que están ahí sentados porque él así lo quiere. Se lo recuerda a los ministros y a su presidente. Se lo recuerda, también, a los 52 diputados de Vox que lo desprecian y odian. Vale, sí, piensa Rufián, con 13 escaños y una plácida Ley Electoral mantengo a todo un Gobierno en España. Y así parece que seguirá siendo, si Pablo Casado se sigue empeñando.
Rufián, dice ser portavoz de “un humilde pero importante grupo parlamentario y les hago una advertencia, la soberbia en política es mala consejera”. Sólo, quien sabe de su importancia y valor, se atreve a hablar así a todo un gobierno de España.
Con trece diputados, y esa escandalosa Ley Electoral que sigue permitiendo estas fantasmales e injustas representaciones que hacen que este señor recuerde con el acento de un chulapo, que el Gobierno aún depende de los mismos y de las mismas para las mismas cosas. ¿Se entiende bien, verdad? Incluso la redundancia la maneja como quien, sin necesidad de presumir, habla el mejor castellano posible.
Sobrevivir al fascismo (bla, bla, bla)
Después dijo eso de que llevan 90 años sobreviviendo al fascismo, pero mejor -y para evitar un ataque de risa-, no ir por ahí teniendo como tienen en esos años epítomes de la mejor democracia, de Companys a Carod Rovira, aquel sujeto que pactó con ETA que Cataluña fuera territorio libre de la acción armada de la banda. ¿Sobrevivir al fascismo? Vayan a los libros y busquen lo que eran los Escamots, los comandos armados que fundaron los padres de ERC antes de la proclamación de la Segunda República. ¿Sobrevivir al fascismo? Hombre, Gabriel, hombre. Juegas con las cartas marcadas, y te favorece la falta de lectura de una clientela enganchada a las redes sociales, pero a la que no se le ocurre abrir un libro de Historia.
Con razón cree que el Gobierno tiene a mucha gente cabreada, demasiado cabreada, matiza. Es seguro que muchos no entendemos lo mismo cuando invoca esa masa amorfa y evanescente que cabe en dos palabras: demasiada gente. Curiosamente, Rufián decía casi lo mismo hace cinco años: Hemos cabreado a mucha gente que merece ser cabreada. ¿Lo ven? No deja de decir verdades.
Urkullu, el del cuponazo, contra Madrid
Es mucha la gente que está harta del independentismo que sujeta al Gobierno de España a cambio de que muchos recursos que deberían ser distribuidos vayan a Cataluña. Mucha la gente cabreada con la factura de la luz, la inflación, los sueldos basura y la falta de trabajo para los jóvenes. Muchos madrileños cabreados cuando escuchan al lehendakari Urkullu quejarse porque Madrid baja los impuestos y hace dumping fiscal. ¿No le dará vergüenza con el cuponazo que disfrutan en su tierra?
Por haber, hay hasta cabreados en el PP, un partido al que las encuestas le dan probabilidad de gobernar en dos años, pero que está inmerso en una especie suicidio, siendo como es un partido que hace unos meses dejó al socialismo para el arrastre. Cierto, Rufián tiene razón. No tanto por lo que él piensa sino por lo que representa. Aunque eso, todavía no lo sabe.
¿Se quieren cabrear un poco más? Busquen en La Vanguardia el primer artículo de Iván Redondo en una sección que ha titulado The situation room. La prosa parvularia lo delata como lo que es, un pícaro que ha sido capaz de engañar a un fatuo mentiroso durante unos pocos años. Que un tipo lleno de gerundios, anacolutos, guiones y paréntesis llegue a la conclusión de que las victorias son para los valientes y haya estado en la sala de máquinas de este país produce pánico. Y mucho mucho cabreo.
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