Opinión

Democracia de chichinabo

Que uno pueda votar cada cuatro años y decir y escribir lo que piensa -de momento-, no hace que esto que tenemos pueda considerarse una democracia plena

  • Óscar Puente junto al presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez. -

No son pocas las veces que tengo dudas con las palabras que elijo, y de forma especial cuando se trata de un titular. Me he leído el informe que ha redactado el Ministerio de Óscar Puente sobre la manera en que José Luis Ábalos contrató la compra de mascarillas cuando él era el ministro de Fomento. En ese papel se afirma que se compraron a una empresa de chichinabo. Como la palabra, en su construcción sobre todo, me parecía ordinaria y grosera, pero muy propia de la educación de la que hace gala el ministro Puente, fui al diccionario de la RAE, una herramienta que deberíamos utilizar todos con frecuencia, viviendo como vivimos en un mundo en el que las palabras reclaman continuamente su verdadero significado.

Me tranquiliza saber por este camino que chichinabo es un adjetivo coloquial que tiene que ver con la chicha y el nabo, y no con eso que uno cree cuando la chicha muta en chichi y el nabo recuerda por analogía aquello que tan pocas veces se nombra para no perturbar las buenas maneras. Metidos en estos terrenos, dejen que les cuente que la misma Fundéu (Fundación del Español Urgente) hizo en su día una encuesta entre sus seguidores para determinar qué expresión utilizar, chicha y nabo o chichinabo, y ganó, con el 70%, chichinabo. De modo que, si esto es así, titulemos esta última Cotufa agosteña con el parecer de la mayoría, ya que de democracia pretendo hablarles este jueves.

Aquí Sánchez perdió las últimas generales, pero se comporta como si las hubiera ganado. Feijóo se las ganó, pero actúa como si eso jamás hubiera sucedido

La verdad es que uno ve lo que está sucediendo en Venezuela y enseguida piensa en los estragos que se pueden llegar a hacer en nombre de la democracia. Es sencillo mentar los beneficios del sistema, que igual da que lo hagan desde Bildu a Vox, pero no es fácil ser un demócrata. Desde esa evidencia puedo explicarme, que no entender, el silencio de Rodríguez Zapatero, consumado exégeta de Nicolás Maduro. El silencio que mantiene acerca del pucherazo electoral hace que por momentos cueste creer que un señor así haya podido ser presidente del Gobierno de España. Algún día, y no será muy tarde, iremos comprendiendo que, más allá del independentismo, el podemismo, el blanqueo del partido de Otegi, la normalización del de Puigdemont y sus pactos espurios con los de Junqueras, más la inquietante figura de Pedro Sánchez, junto a todo eso, o detrás de eso, está José Luis Rodríguez Zapatero. Y miren, no creo que esa fortaleza, en lo tocante a su influencia, venga derivada de una ideología articulada en y desde la reflexión, más bien creo que se debe a una personalidad insatisfecha y errada, siempre pendiente de ajustar cuentas imposibles.

Zapatero es una singularidad que nos recuerda que la democracia necesita defensa y apoyo constante, pero sobre todo precisa de militantes, de gentes que estén dispuestas a entender las diferencias y el respeto al adversario. Y las derrotas, cuando son propias; y las victorias, cuando son ajenas. Aquí Sánchez perdió las últimas generales, pero se comporta como si las hubiera ganado. Feijóo se las ganó, pero actúa como si eso jamás hubiera sucedido. La opinión pública, en la que estoy, hace tiempo que cree que esto nunca pasó en este país.

Lo que pretenden hacernos olvidar

Tener la mayoría en el Congreso no asegura que la democracia ampare todas las decisiones, y menos cuando esa mayoría es como la española, en la que se juntan socialistas, comunistas, nacionalistas de izquierda y de derechas, supremacistas independentistas y otras fuerzas que hacen del paisaje un entorno exótico y nada distinguido.

Me gusta recordar lo que decía Adolfo Suárez, que la democracia era “elevar a categoría política de normal lo que a nivel de la calle es normal”. Pues bien, este verano, en la calle, en las sobremesas y en las reuniones y conversaciones de terraza y chiringuito, los españoles hemos hablado de muchas cosas, singularmente del problema de la inmigración, pero también de los que traerá que Cataluña tenga un concierto económico distinto al resto de los españoles, que éste el pago de Sánchez a los de ERC para que Salvador Illa se hiciera con la presidencia. Ya sé que esto último es sabido por todos, pero yo no me canso de recordarlo. Sí, sí y sí: Debemos recordar continuamente lo que con tanta facilidad nos hacen olvidar.

Y todavía se asombran porque muchos españoles se preguntan para qué vale el Congreso, para qué el Senado, al que la mayoría sanchista le ha quitado poder

En un acto que engrandece la inmejorable salud de nuestra democracia, el martes, y quizá porque es el día de la semana marciano por antonomasia, la disparatada mayoría del actual Congreso que apoya a Sánchez votó en contra de que el presidente, de viaje por Mauritania, Gambia y Senegal, comparezca con carácter de urgencia para explicar la crisis migratoria. Esa misma mayoría tan progresista y tan democrática votó también en contra de que la ministra María Jesús Montero explique en el Congreso, lo que para todos menos para ella y su partido, es un concierto económico con mayúsculas para Cataluña. Las dos grandes cuestiones nacionales de las últimas semanas han sido hurtadas del debate nacional dentro de sus órganos de representación.

Y todavía se asombran porque muchos españoles se preguntan para qué vale el Congreso, para qué el Senado, al que la mayoría sanchista le ha quitado poder precisamente para eso, para que el presidente no dé explicaciones y su pizpireta ministra del concierto/desconcierto tampoco.

Democracia orgánica

¿Debemos llamar a esto democracia? Pues miren, no. Que uno pueda votar cada cuatro años y decir y escribir lo que piensa -de momento-, no hace que lo sea. Como no lo era aquello que de niños nos ponían en el libro de FEN (Formación del Espíritu Nacional), que España era una democracia…orgánica. ¡Acabáramos! El significado de las palabras está en el diccionario, y no en lenguaje romo y malintencionado de quienes no quieren o no pueden dar explicaciones de lo que hacen, pactan y perpetran.

Ya sé que esto que les digo tiene un riesgo, pero estas son las cosas que deberíamos recordar cada vez que nos llamen a votar. Quien en verdad se cree esto de la democracia y quien no. A menos que, siguiendo la doctrina Suárez, convengamos que la anormalidad esté en la calle, o sea en nosotros, y la normalidad en ellos, es decir en los políticos que no quieren dar explicaciones desde el chichinabo institucional que viven y disfrutan. Dicho sea sin perdón.

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