La democracia atraviesa en la actualidad por una profunda crisis de identidad. En las otrora democracias florecientes, la desigualdad está aumentando mucho más allá de lo imaginable. Sin libertad es obvio que no hay democracia, pero una desigualdad asfixiante conlleva la ausencia de libertad y pone en peligro la democracia. Y eso es lo que está en juego ahora.
En teoría, en una democracia la mayoría debería influir en la distribución de la renta y de la riqueza. Sin embargo, la realidad es bien distinta. La democracia no sólo no ha logrado frenar el crecimiento de la desigualdad, sino que lo ha exacerbado. Echen una ojeada a su alrededor, especialmente tras lo ocurrido durante La Gran Recesión, y verán quién acaba pagando los platos rotos de la avaricia desmedida de ciertas élites extractivas. Pero, ¿por qué la democracia no ha logrado frenar el crecimiento de la desigualdad?
En 2013 Adam Bonica, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Stanford, publicó, junto con Nolan McCarty, Keith Poole, y Howard Rosenthal en la revista Journal of Economic Perspectives, el artículo de investigación “Why Hasn't Democracy Slowed Rising Inequality?”. Algo así como: "¿Por qué la democracia no ha disminuido la desigualdad?" La teoría económica sostiene que la desigualdad debería corregirse al menos parcialmente en una democracia, ya que el aumento de la desigualdad lleva al votante medio a exigir una mayor redistribución. Sin embargo, este mecanismo de reequilibrio no funciona, y la división entre los ricos y el resto de nosotros no para de crecer. ¿Por qué?
A la consolidación de políticas de desigualdad ha contribuido la baja participación electoral de los votantes de rentas más bajas, en favor de un votante medio cada vez más opulento
Las razones que aportan los autores son diversas y bastante sensatas. En primer lugar, la creciente aceptación bipartidista -conservadores y socialdemócratas- de los principios del capitalismo de libre mercado. En segundo lugar, la inmigración y la baja participación en las consultas electorales de los votantes de rentas más bajas, en favor de un votante medio cada vez más opulento. Pero es que además, durante el período de vacas gordas una fracción cada vez mayor de electores se despreocupó del estado del bienestar, que incluso se observaba como una carga. Y es en esa fase cuando los más ricos, la superclase, intensificó su uso del dinero para influir en la política a través de contribuciones de campaña, control de medios de comunicación y otros mecanismos extractivos de rentas (en nuestro país entrando sin ningún rubor en los distintos ministerios para conseguir reglamentos, deducciones y subvenciones fiscales a medida). Y, finalmente, el proceso político ha sido distorsionado por la polarización y la manipulación de manera que los cargos electos no están sometidos al control de la mayoría.
¿Por qué se ha hundido la socialdemocracia?
En este escenario, Thomas Piketty, autor de "El capital en el siglo XXI", ha encontrado una respuesta adicional interesante: los partidos tradicionales de la izquierda (partido demócrata estadounidense y los partidos socialdemócratas europeos) ya no representan ni a las clases medias trabajadoras ni a los grupos más desfavorecidos. En su presentación "Brahmin Left vs Merchant Right", Piketty documenta cómo los votantes de los partidos socialdemócratas poseen una formación académica superior y sus intereses son marcadamente diferentes de los de la clase trabajadora. Ello ha dado lugar a un sistema de partidos de élite múltiple: las élites de alta educación votan por los partidos socialdemócratas, mientras que las élites de altos ingresos y de alta riqueza por la derecha; élite intelectual versus élite empresarial.
Una de las conclusiones más importantes de Piketty es que los electores que no se sienten representados por la nueva configuración partidista se sentirán atraídos por el populismo. El informe de Piketty es una contribución significativa a la creciente colección de estudios que analizan la incapacidad de las fuerzas democráticas para contrarrestar adecuadamente la desigualdad.
Pero falta algo. ¿Por qué se ha hundido la socialdemocracia que ha asumido a pies y puntillas la ortodoxia liberal, mientras que repunta con fuerza el laborismo de Jeremy Corbyn o la visión de Bernie Sanders? La respuesta no está en el planteamiento de Piketty, que resulta en este caso insuficiente. Como señala Dean Baker, cofundador del think-tank progresista estadounidense Center for Economic and Policy Research, el análisis de Pikety se olvida de la forma en que los mercados se han reestructurado para redistribuir los ingresos hacia arriba y eliminar opciones para revertir la desigualdad y promover el crecimiento de manera que beneficie a los trabajadores de bajos y medianos ingresos. En opinión de Baker, Piketty ve los resultados del mercado en gran medida como dados y la redistribución solo significa política de impuestos y transferencias. Y ese el problema de la socialdemocracia actual.
Durante el período de vacas gordas una fracción cada vez mayor de electores se despreocupó del estado del bienestar, que incluso llegó a considerarse una pesada carga
Para corregir la desigualdad se requiere la adopción de una agenda política mucho más amplia. Se necesita una reforma radical de la política monetaria, de la política fiscal, de los impuestos, de los derechos de propiedad intelectual, del sector financiero, de protección de nuestros jóvenes, del medio ambiente, de lucha contra los paraísos fiscales... Es necesaria una agenda más amplia, que fije de manera muy clara las reglas de juego de los gobiernos corporativos, que a fecha de hoy permiten a éstos ningunear sin ningún rubor a accionistas, clientes, contribuyentes, proveedores y/o trabajadores.
Hay quienes desean aceptar la desigualdad y centrarse exclusivamente en cuestiones como la igualdad de género y el antirracismo. Obviamente, es importante combatir la desigualdad de género y/o el racismo, pero si eso significa ignorar las políticas que han llevado a la enorme desigualdad que ahora vemos, esa agenda estará condenada al fracaso.
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