Opinión

Democracia de juguete

Lo llamamos democracia porque nos alivia creer que ese es nuestro sistema político, pero está más cerca del pasteleo, la subasta y el quilombo que de una democracia

En la década de los noventa, un prestigioso periodista que todas las mañanas hacía un comentario radiofónico, solía terminarlo con dos ideas muy recurrentes. La primera era para reclamar una reforma de la Ley Electoral, que se atreviera a abrir las listas para que los electores pudiéramos elegir a nuestros dirigentes, fueran de la sigla que fueran, y, de paso, a corregir la sobre representación de los partidos nacionalistas. La segunda observación era para advertir sobre la debilidad del sistema democrático, en manos de una clase política que tenía -y tiene- ideas difusas sobre lo que es una democracia y lo que significa ser demócrata.

Aquel periodista, que disponía en ese momento de un altísimo respeto y credibilidad en la audiencia, era José Luis Martín Prieto, -el Empe para sus colegas-, y terminaba algunas de sus cartas matinales de esta forma: El día que los políticos digan lo mismo en público que en privado les hablaré de democracia en España, pero hoy no lo puedo hacer. Más de treinta años después las cosas siguen igual. O peor. La Ley Electoral es la misma. Las listas abiertas son una entelequia. Los nacionalistas siguen siendo parte fundamental, cuando no decisiva, de la gobernación de España. Y el PSOE y el PP son incapaces de pactar nada que pueda afectar al interés general, porque las orejeras ideológicas siguen determinando el pulso político, que se convierte en obsesión allí donde el acuerdo y el pacto es imposible. Y, claro, los políticos siguen diciendo una cosa en privado y otra radicalmente distinta en público.

¿Vuelve el pasteleo entre PSOE y PP?

Lo llamamos democracia porque nos alivia creer que ese es nuestro sistema político, pero está más cerca del pasteleo, la subasta y el quilombo que de una democracia. Puro solipsismo, que es lo que sucede cuando la ignorancia rima y coincide con la arrogancia. O sea, lo nuestro.

Los ejemplos son tantos y novedosos que los arreones a la democracia se van quedando viejos con tremenda facilidad. El último es la forma en que el Gobierno se dispone a dar carta de naturaleza a la voluntad de sus socios nacionalistas de Esquerra Republicana de Cataluña para colocar en el Tribunal Constitucional a jueces y magistrados que no les sean hostiles, que se muestren partidarios de aminorar el delito de sedición y, ya puestos, que respeten la inmersión lingüística que arrincona per sé al español de las aulas.

La democracia hoy en España sugiere la lógica del anacoluto: desorden e imprecisión al servicio del último tarambana. Todo empeora en un país en el que Dimitir es sólo un nombre ruso.

Que quieren que les diga, ¿Que vivo en una democracia? Pues miren no. Ni lo puedo decir, ni me da la gana decirlo. ¿Puede ser la situación peor de lo que ya es? Puede, sin duda, si fuera cierto que, en este contradiós, el Gobierno contará con el apoyo del PP. Lo leo en periódicos serios y con periodistas bien informados, pero no lo quiero creer. Necesito no creerlo. La democracia hoy en España sugiere la lógica del anacoluto: desorden e imprecisión al servicio del último tarambana. Todo empeora en un país en el que Dimitir es sólo un nombre ruso.

Díaz, entre la extravagancia y la tomadura de pelo

En todo este averiado ruedo ibérico tiene un papel especial la vicepresidenta Yolanda Díaz, a la que día del desfile de la Fiesta Nacional vi en una fotografía posando artificial y fashion junto al ministro Marlaska, -Marlaska y dinarama, leí en un meme. VOZPOPULI y otros periódicos están empeñados en conocer cuánto gastó en comida, combustible, personal y alojamiento si lo hubo cuando se fue a Roma a ver al Papa Francisco. Aquello -una emocionante visita, dijo la vicepresidenta-, sucedió en diciembre del año pasado, pero hoy seguimos sin saber algo que los españoles tenemos todo el derecho a saber. Quiero pensar que no es su recalcitrante comunismo el que le hace ignorar que el dinero público con el que pagó sus gastos fue antes privado, y que eso le obliga a explicarse. Sí, señora Díaz, deje de engatusar al personal con el proceso de escucha y abra otro, el de explicar quién le acompañó, dónde comieron, cuánto gastó en movilizar un avión del Ejército del Aire. Explique por qué viajo a Roma con un equipo de asesores, que según los medios fueron ¡siete!

El Consejo de Transparencia sigue pidiendo estos datos, pero como el que ve llover. Si Yolanda Diaz hubiera ido a Roma a título personal, la cuestión no pasaría de ser un viaje privado de quien, por cierto, en 2019 decía “que había que sacar la religión de la escuela”. Como si le dio por confesarse con Francisco. Pero fue allí con los recursos de todos los españoles, y por eso queremos saber cuánto y por qué gastó lo que gastó. Es más, en razón a qué fue a ver al Papa como vicepresidenta y pensionada por todos los españoles, tenemos también derecho a saber de qué habló.

Un lector que firma como Karl deja en este periódico su oportuno comentario citando a Thomas Paine: Estas son las dos clases: los que pagan impuestos, y los que viven de ellos. (There are two distinct classes of men in the nation, those who pay taxes, and those who receive and live upon taxes). Paine murió en 1809, de modo que háganse a la idea de lo poco que ha cambiado esto. ¿Tiene el lector alguna esperanza en conocer los datos que se le piden a la señora del proceso de escucha? Las mismas que tenía el añorado Martín Prieto en sus prédicas matinales. Lo llamamos democracia, pero es otra cosa. Me guardo para mí lo que creo que es.

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