En su último panfleto, repleto como siempre de destellos de genio, Michel Houellebecq comparte la sensación de que el sistema se desploma: "No es que yo creyera en una insurrección inminente, parecía más plausible una progresiva desintegración: que se socavase el consenso que generaban los impuestos, que la gente se inscribiese cada vez menos en el censo electoral, que el trabajo en negro se generalizase, etcétera", escribe. No es una profecía excéntrica, sino algo que todos hemos pensado, como confirma la última encuesta de la Open Societies Foundation, publicada el martes. ¿Dato estrella? El 42% de los menores de 36 años en todo el planeta prefieren una dictadura militar. ¿Otro porcentaje revelador? Un 35% preferiría vivir en un régimen civil pero autoritario, sin división de poderes ni un sistema parlamentario efectivo.
Si dudan de la tendencia, pueden echar un vistazo a la encuesta chilena Pulso Ciudadano, que reveló datos contundentes con motivo del cincuenta aniversario del derrocamiento de Allende: el 32,8% del país está de acuerdo con el golpe militar de Pinochet, el 39,6% responsabiliza a Allende de lo ocurrido y el 43,7% justifica un nuevo golpe "dependiendo de las circunstancias que esté viviendo el país". Con semejantes datos, es normal que más de la mitad del país (52,8%) considere que ambos bandos nunca van a reconciliarse.
Democracia decadente
La sensación de inseguridad es máxima: el 58% de los encuestados, cuatro mil en todo el planeta, considera que durante el 2024 la tensión política en su país derivará en violencia física. Dos tercios de los franceses y los estadounidenses están convencidos de ello. Esto es algo que, sin conocer la encuesta, Houellebecq también presiente en su texto: "No hay que olvidar, sin embargo, una enseñanza singular pero constante de la historia: no son las mayorías quienes hacen que suceda, sino minorías violentas y resueltas. Nada inducía a prever, al principio de la Revolución Francesa, que una fracción extremista de la Montaña iba a triunfar y a instaurar el Terror. Nada inducía a prever, al principio de la Revolución Rusa, que los bolcheviques conquistarían el poder y procederían a implantar el gulag", recuerda.
"A la larga no es posible, y menos aún deseable, una sociedad sin religión", opina Houellebecq
En un sistema cada vez más tecnocrático, el nuestro de 2023, la democracia se percibe como sinónimo de impotencia. El ascenso meteórico de China y el declive de Europa son las pruebas más claras. ¿Qué nos puede salvar, entonces, del autoritarismo? Houellebecq afirma que las ideas cristianas están llevando al mundo a su perdición, sobre todo su postura contraria al control de la natalidad. A pesar de esto, cada vez siente más asco por "el campo laico" y sigue estando convencido de que "a la larga no es posible, y menos aún deseable, una sociedad sin religión". La única forma de quitarnos de encima el narcisismo consumista es adorar a algo distinto y superior a nosotros. Ahora nos toca decidir a quién (y ha de hacerse por amplio consenso social, no por votación con pactómetro). Necesitamos defender valores compartidos. Lo primero es encontrarlos o reencontrarlos.
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