Días antes de que en mayo de 2017 Pedro Sánchez derrotara en las primarias a Susana Díaz y Patxi López, Josep Borrell se acercó a la mesa que en ese momento un servidor compartía con un buen amigo, conocido también de Borrell, en el Círculo de Bellas Artes. Al ex ministro de Felipe González, y hoy todavía jefe de la diplomacia europea, se le veía relajado. Venía de la universidad. Le hicimos sitio y pidió un café. Me interesaba saber si iba a apoyar a alguno de los tres candidatos y se lo pregunté. Su respuesta me sorprendió. No tanto por el quién sino por el porqué. “Si gana Susana el PSOE está muerto”. Palabras textuales. Lo que en aquel momento no sabía Borrell, ni nadie, es que en aquella tríada Susana no era la única con potencial enterrador.
En el primer gobierno de Sánchez, el muy ilustre hijo de La Pobla de Segur se encargó de la cartera de Exteriores, una designación que, junto a la de Nadia Calviño en Economía, Grande-Marlaska en Interior y José Luis Escrivá en Seguridad Social, sirvió para calmar aguas y serenar conciencias. Este periódico lo celebró en un editorial publicado el 7 de junio de 2018 y que llevaba por título “Sánchez se da una oportunidad”: “El nombramiento de Josep Borrell como ministro de Asuntos Exteriores es un buen punto de partida, por cuanto la figura del veterano político traslada al independentismo un nítido mensaje de firmeza y de tranquilidad a la opinión pública española, especialmente al constitucionalismo catalán”.
Un espejismo. La primera gran operación cosmética de Sánchez. Tras más de seis años y una montaña de incumplimientos y mentiras -culminados con el pacto PSC-ERC-, queda suficientemente acreditada la ingenuidad de aquel bienintencionado editorial. Y la de Borrell, el último socialista relevante impugnado por el sanchismo, pero a la vez privilegiado, silente y por tanto testigo corresponsable del proceso de demolición de su partido. Lo que Sánchez proyecta ejecutar en noviembre no es la reactivación del PSOE, sino su definitiva transfiguración en una estructura vertical a su servicio. O sea, en otra cosa que nada tiene que ver con una organización abierta y democrática. Susana Díaz nunca se habría atrevido a tanto.
Sánchez va contrarreloj. Y la anticipación del congreso socialista es una decisión vinculada al calendario previsto por los abogados defensores de los procedimientos judiciales que afectan a su círculo más cercano
Iniciamos temporada con la noticia del cónclave socialista, cuyo anticipo está sin duda ligado a los cálculos que sobre el calendario de los procedimientos judiciales que afectan a la familia más cercana han hecho los abogados defensores, y que el general secretario va a utilizar para disfrazar de democrática la fase definitiva del plan de limpieza que ha de conducir a su definitiva coronación. En realidad, lo que ha hecho Sánchez es poner en marcha el cronómetro. Va contrarreloj. Necesita adelantarse a los acontecimientos. Reforzar su poder interno ante lo que pueda venir. La fecha del congreso tiene mucho que ver con sus cuitas personales. No con los intereses del partido. No se trata de reactivar la renovación del PSOE, como se quiere vender. Será más bien, y en todo caso, la culminación del proceso de desfiguración.
En el congreso de noviembre no habrá debate. Lleva sin haberlo años. Todo se habrá decidido antes. Quien transija, seguirá. Quien manifieste dudas, se quedará fuera. Será un gran espectáculo; vacío de contenido. Un masivo ejercicio de ombliguismo, exaltación y sumisión en el que no tendrá cabida ni la crítica ni el análisis sereno de los problemas del país, y en el que se vestirá de federalismo el más grave ataque a la igualdad y la solidaridad interterritorial cometido en democracia, si finalmente llega a perpetrarse, por un partido que se dice de izquierdas.
Vaciamiento del Estado
La financiación “singular” de Cataluña “quebraría la articulación del Estado”. Es la tajante opinión de José Ramón Fernández Antonio, economista y consejero de Economía y Hacienda en la Xunta que presidió el socialista Emilio Pérez Touriño (2005-2009). Es una opinión entre las muchas otras que han alertado sobre el riesgo de que el modelo pactado destruya los vigentes mecanismos de cohesión y solidaridad. Cito la del profesor Fernández Antonio porque apunta más allá del desafuero fiscal que se pretende para señalar un riesgo mayor, confirmado ayer mismo por el presidente del Gobierno: el reforzamiento del poder de los territorios al margen de su color, y en detrimento de las atribuciones del Gobierno central, como contrapartida al concierto catalán.
El federalismo que proyecta Sánchez, para frenar la contestación interna, acallar críticas y continuar unos meses más en Moncloa, implicaría el robustecimiento de baronías y virreinatos varios en perjuicio de los liderazgos nacionales; una nueva expropiación de las competencias del Estado en un contexto crítico que lo que reclama es precisamente lo contrario: el fortalecimiento del poder central para corregir las disfunciones del actual Estado autonómico y garantizar la solidaridad. El federalismo de Sánchez es una nueva maniobra de supervivencia que agravaría los problemas del país. Es la martingala ruinosa de un personaje urgido y al que se le empiezan a transparentar las costuras de un traje que le viene grande y está dejando lleno de lamparones.
El federalismo del general secretario es la martingala ruinosa de un personaje urgido y al que se le empiezan a transparentar las costuras de un traje que le viene grande y está dejando lleno de lamparones
No sé si el PSOE, querido Pepe Borrell, está muerto. Yo creo que sí, que este de ahora ya nada tiene que ver con “aquel” PSOE. Pero ese no es el problema principal. El problema es que, contra el injustificado optimismo del presidente del Gobierno, empieza a correrse por ahí fuera la voz de que ya no merece la pena apostar por España (hablaremos de esto en un próximo artículo). El problema, Josep, es que la España colonizada de Sánchez (último capítulo de la larga serie: Escrivá gobernador del Banco de España) es, junto a Argentina (según un estudio del Pew Research Institute citado aquí por Belén Barreiro), el país en el que la desafección hacia la democracia más ha aumentado. Solo una décima parte de la ciudadanía, destaca Barreiro, cree que la mayoría de los políticos se preocupa por los problemas reales de la gente.
No sé, Pepe, si el PSOE está muerto. Eso es ya lo de menos. Lo de más es que su secretario general, para mantenerlo y mantenerse con vida, aplica sistemáticamente la misma fórmula: entregar a terceros parcelas de poder que constitucionalmente corresponden al Estado. Y es esa práctica irresponsable la que acabará enterrando al PSOE. Y quién sabe si también a los demás.