Pagué muy caro el precio de dejarme echar un líquido parecido a la lejía. Ocurrió los primeros días del confinamiento, entonces hasta los cordones de los zapatos contagiaban. En la puerta de un establecimiento, el guarda de seguridad me roció sin mediar palabra. Pulverizó dos veces esa cosa sobre mis manos y me extendió unos guantes. Al cabo de dos horas, la piel se me caía a trozos y los párpados se hincharon con virulencia. Hasta el día de hoy sospecho que se trataba de lejía sin disolver.
Ochenta y ocho días han transcurrido desde ese momento. Ahora ya es posible conseguir hidrogel en cualquier establecimiento y su presencia es obligatoria en los lugares de ocio y trabajo. El desconfinamiento huele a alcohol y tiene ese aspecto gelatinoso y repugnante envasado en botecitos. En más de una ocasión me he preguntado, Dios, dónde están el agua y el jabón, que esos al menos escurren, no como ese sirope de hospital que en ocasiones huele a revelador fotográfico.
Por aquello de acostumbrarse, de ser ordenados y juiciosos en la vuelta al mundo, más de uno ha aceptado con resignación cosas como la mascarilla y la pantalla. Algunos porque no pueden elegirlo y si quieren mantener su trabajo deben procurárselos, otros porque confían en que, a fuerza de profilaxis, puedan librarse de un virus para el que, de momento, no hay vacuna.
Esos polímeros con letra pequeña me generan aprehensión, no me parece que limpien y tengo mi duda de que en verdad desinfecten
El asunto del gel, sin embargo, es más cuesta arriba. No puedes abrir el grifo de agua en un vagón de metro, ni mucho menos lavarte las manos con agua caliente en un autobús. El gel es práctico, sin duda, pero no tanto como para que le pasemos por encima al agua y el jabón de toda la vida. Y lo digo porque en más de un servicio no he encontrado nada distinto del gel: ni jabón ni nada, directamente desinfectante. Y hay que admitir que algunos tienen una consistencia y un olor sospechoso.
Esos polímeros con letra pequeña me generan aprehensión, no me parece que limpien y tengo mi duda de que en verdad desinfecten. Si matan el virus, pregunto, no harán lo mismo con la epidermis, y a juzgar por el efecto que he comenzado a notar tras usar algunos de ellos, comienzo a dudar de que salven vidas. Que no pasa nada. Si hay que usarlos se usan, pero… cada vez que veo uno de esos botes, me pregunto lo mismo. ¿Qué demonios es eso?
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