Es extraordinaria la capacidad de Pedro Sánchez para desviar el foco del debate. Lo que ha hecho con ese anacrónico delirio llamado “pin parental”, mutando la polarizada polémica en debate nacional, es sencillamente sublime. Claro que para ello ha tenido la inestimable colaboración de una derecha cuya torpeza recuerda a aquella otra a la que se refería Ortega, en estos términos, en Rectificación de la república: “Desde el punto de vista de la construcción nacional han faltado al deber de afirmar una política, contentándose con negar, con ser antimarxistas. Bien: ya sabemos lo que anti-son; ahora es de toda urgencia que el país sepa quién son”.
Diríase que Pablo Casado se ha contagiado del gen oportunista y tránsfugo de Sánchez. Hoy es de centro y al día siguiente de derecha dura. Según sople el viento. Con lo del pin murciano, nos ha enseñado esa patita algo vetusta que deja entrever siempre que se siente obligado a colocar su sello en controversias vinculadas con la religión o la moral, metiendo de paso la mano en el cepo que le fabricaron a medida el propio Sánchez y Santiago Abascal. Hay dirigentes del Partido Popular que aguantan el tipo con cierta holgura, siguiendo las indicaciones de la brújula de la coherencia; Casado desdibuja su ansiado perfil de líder solvente de la oposición cada vez que Aznar emite desde FAES una señal o Vox le pone a prueba.
Los analistas que en estos días animan a la confluencia entre PP y Ciudadanos debieran preguntarse si no están confundiendo sus deseos con una realidad que ya no es la que fue
Mientras, por ejemplo, Alberto Núñez Feijóo centra su discurso en señalar el núcleo del problema (“Un Gobierno débil ante los independentistas dará alas a los que empiezan a ver en ellos un modelo a seguir”), el líder del PP cabecea airado ante el último capote que le ponen delante: “¿Vamos a llegar a que los niños delaten a sus padres cuando no son buenos revolucionarios como en Cuba?”. Todo el trabajo destinado a construir una imagen de moderación evaporado en un par de frases. Los llamamientos a la edificación de una alternativa de derecha liberal, al modo europeo, desautorizados por una política temerosa encadenada a la grupa del caballo pardo de Abascal.
Así las cosas, los ilustres colegas y analistas que en estos días animan a la confluencia entre PP y Ciudadanos debieran preguntarse si no están confundiendo sus deseos con una realidad que ya no es la que fue. Si en abril de 2019 era con Ciudadanos con el que el PP sumaba 8,5 millones de votos, esa cifra solo la alcanza hoy con un Vox que ha reducido considerablemente las distancias y, ayudado por un contexto muy favorable a sus intereses, maneja con resuelta rudeza la agenda política, amenaza la supremacía histórica del PP en el territorio de la derecha y discute a Casado la herencia de Manuel Fraga, que no es moco de pavo.
Con el PSOE ‘podemizado’ y el PP ‘abascalizado’, el espacio central, huérfano de referentes políticos, hasta parece aún más grande. Pero no te lo van a regalar. Hay que ocuparlo
No, la prioridad de Casado ya no pasa por el entendimiento con Ciudadanos. El presidente del PP no tiene prisa, sabe que lo más probable es que la legislatura (tras prorrogar otra vez los Presupuestos de Montoro) dure al menos tres años y que ese es el tiempo mínimo que necesita para conformar una alternativa desde la derecha que, si a lo que aspira es a ganar las elecciones, deberá contar necesariamente con los votos de Vox. Lo que después pase con Ciudadanos dependerá de distintos y muy variados factores, empezando por la propia dinámica interna del partido de Inés Arrimadas; de cómo se resuelva en el mes de marzo la crisis abierta con la inevitable dimisión de Albert Rivera tras el descalabro electoral.
En ningún sitio está escrito que Casado y Arrimadas estén obligados a entenderse. Al menos en esta coyuntura y con el PP a rebufo de Vox en cuestiones tan definitorias de ese liberalismo del que Ciudadanos presume, como la posición ante la inmigración, la violencia machista o el pin parental. Es más, a la vista de la posición obligada o voluntaria (o ambas aun tiempo) del líder popular, alguien debiera recoger del suelo embarrado la bandera de ese centrismo “liberal y progresista” que plantea Cs en el borrador de ponencia de Estrategia Política que discutirá en su congreso extraordinario. Ciudadanos perdió en poco más de seis meses 2,5 millones de votos. La mayoría se fueron a la abstención. Y ahí siguen. Con el PSOE podemizado y el PP abascalizado, el espacio huérfano de referentes políticos hasta parece aún más grande. Pero no te lo van a regalar. Hay que ocuparlo.
En el corto plazo solo caben dos posibles escenarios: el más probable de un país polarizado, o el de otro claramente distinto en el que todos ocupen su lugar natural
Ciudadanos, antes de ser devorado, puede salvarse si logra revitalizar una oferta que llegó a ilusionar a millones de personas y que malogró el tremendo error de cálculo y la excesiva ambición de Rivera: recuperando para el proyecto a figuras que nunca debieron alejarse del mismo; definiendo un programa de contornos nítidos que se base en la radical defensa del mérito y el respeto a la libertad individual; rescatando la vocación utilitaria del partido; reconstruyendo la imagen, justamente deteriorada, de herramienta reformadora de la vigente partitocracia. Veremos si soporta las presiones centrífugas; y las sugestivas tentaciones que garantizan la manutención.
En el corto plazo solo caben dos posibles escenarios: el más probable de un país polarizado en el que los extremos -nacionalismos incluidos- tensionen aún más la convivencia y condenen a la orfandad política a millones de ciudadanos, o el de otro claramente distinto en el que todos ocupen su lugar natural, con una derecha que vuelva a templar las pulsiones más radicales, un centro estabilizador y una izquierda que acelere el proceso de maduración y culmine la tarea de integrar en un nuevo proyecto común a una parte sustancial del sector más radicalmente escéptico de la sociedad. Veremos.
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