Hay quien ve en la propuesta de Albert Rivera a Pablo Casado de formar un gobierno de coalición como un grito desesperado. Sería, dicen, la única salida a la que le ha llevado el perder votos por la izquierda en favor del PSOE y a desangrarse por la derecha por la aparición de Vox. Se trataría del efecto perverso de la foto con los de Santiago Abascal: nociva en las urnas, pero necesaria para alcanzar el poder, como en Andalucía.
Desde diciembre de 2018, insisten, incluso desde el shock de la moción de censura, Ciudadanos no tenía más remedio que tomar la responsabilidad gubernamental. Ahora o nunca. No se podía vivir más tiempo de dibujar un paisaje apocalíptico, señalar a los responsables y, a continuación, por cálculo, meterse las manos en los bolsillos.
La estrategia marcaba varios tiempos. Primero, el líder de Cs declaró con solemnidad que nunca pactaría con el PSOE de Pedro Sánchez. Esto le permite ser coherente con la denuncia del caos, al tiempo que deja una puerta abierta a pactar con otro socialista que no sea Sánchez en el Congreso, o en municipios y autonomías. Segundo, había que hacer fichajes a diestro y siniestro, de un lado y otro, para asentar el centrismo como proyecto recuperador de lo mejor. Luego vinieron las primarias, pero aquello no salió bien.
La maniobra de Rivera le ha dado a Casado la oportunidad de presentarse como la alternativa real, de hablar como si ya dispusiera de las riendas del Gobierno
Cerradas las candidaturas electorales, y dada la caída en la encuestas, solo quedaba un camino: proponer un gobierno de coalición al PP, pero no en privado, negociada y luego comunicada al elector, sino al revés. Es un golpe de efecto con el que se trata de evitar el factor de voto útil al PP como opción para echar a Sánchez; esto es, vender ya su cualidad de socio imprescindible.
“La coalición llega tarde”, ha dicho Casado, porque se lo ofrecieron en el País Vasco, y al Senado, y Cs se negó. No obstante, apostilló, “Rivera sería un buen ministro de Exteriores”. De esta manera, la maniobra de Cs daba la oportunidad al jefe del PP de presentarse como la alternativa real, de hablar como si ya dispusiera de las riendas del Gobierno. Es más; ha conseguido que Casado aparezca en su posición favorita dentro del centro-derecha: como eje de la alianza entre la izquierda de Cs y Vox. Error.
Inés Arrimadas, quien sin duda es uno de los valores de la política española, contestó casi de inmediato, desde Sevilla, lugar de su alianza con PP y Vox, que Casado se equivoca, que está fuera de Europa, porque lo que se hace en “toda Europa” es llegar a gobiernos de coalición con partidos separados. Debe ser que Navarra no es europea porque allí sí van en coalición electoral.
Dejando a un lado que no en toda Europa se vive un golpe de Estado que no cesa, ni tienen un Gobierno que encontró y busca el apoyo de los enemigos del orden constitucional; vamos, que si obviamos la excepcionalidad de la situación española, casi equiparable a la del Reino Unido con May, caben ciertos matices a la afirmación de la número dos de Ciudadanos.
El PSOE y sus medios han alimentado a Vox como una forma de dividir el voto de la derecha, al tiempo que los socialistas absorbían a un moribundo Podemos
Noruega vivió la crisis de su sistema por el desplome del Partido Laborista. Era un modelo basado en un partido dominante, con mayorías absolutas y relativas, que se apoyaba, o no, en pequeños partidos. La debacle socialdemócrata introdujo la duda sobre su sistema, con un pluripartidismo que dividía el Parlamento y que introducía una ingobernabilidad a la que no estaban acostumbrados. ¿Cómo lo solucionaron? Con coaliciones electorales.
De esta manera, en Noruega cuentan a un lado con el Bloque Roji-Verde, de tres partidos, y al otro la Alianza, compuesta por cuatro de la derecha. Esta coalición se forjó en la oposición en 2004, negociando un programa, y ganó las elecciones de 2013 y 2017, con una mujer, Erna Solberg. Esto no significa que no haya diferencia entre los socios de gobierno, y que no existan negociaciones.
Otro tanto ha ocurrido en Suecia, donde al hundimiento del Partido Socialdemócrata, como aquí el bipartidismo imperfecto, le ha seguido la formación de dos coaliciones electorales. Esto da una mayor estabilidad, y anuncia al elector las decisiones de sus candidatos tras las elecciones, por lo que hay menos sorpresas o golpes de pecho aludiendo a la falta de responsabilidad.
En España, el PSOE y sus medios alimentaron a Vox como una forma de dividir el voto de la derecha, al tiempo que los socialistas absorbían a un moribundo Podemos. No les salió bien en Andalucía, pero ese escenario no se va a volver a producir. No obstante, las derechas no han sabido sacar consecuencias y adoptar una estrategia que les asegure un freno al sanchismo, ya sea ganando en el Congreso o controlando el Senado.
Sería conveniente, si es que quieren ganar o fiscalizar a un Sánchez apoyado en populistas e independentistas a través del Senado, que PP y Cs hicieran un esfuerzo de comunicación y llegaran a algún tipo de pacto electoral que estabilizara el sistema, permitiera crecer a la economía, y nos dejara tranquilos. Porque a ese acuerdo para el 28-A le seguiría otro para las elecciones locales y autonómicas del 26 de mayo, que permitiría cambiar el mapa y la imagen de España. Por ser optimista.
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