En muchas historias, tanto reales como del cine y la literatura, es habitual que aparezca un tonto, un timado, un lila, un pringao, un completo paria. En España ese papel de pardillo lo ha representado la derecha española con obsesiva reincidencia e inexplicable acomodo. Sucede cuando las convicciones se limitan a alcanzar el sillón esponjoso del cargo, que esperan ocupar por la Ley de la gravedad. Siempre que interpreten dócilmente el papel de saco de boxeo que le ha reservado la izquierda en el espacio público.
Escuelas, universidades, escenarios musicales, productoras, periódicos, editoriales, radio y televisión pertenecían mayoritariamente a la izquierda. Todos difundían al unísono su única e idealizada forma de ver el mundo. Curiosamente mantener la imagen de una izquierda buena necesitaba ir acompañada de una sobreexposición estigmatizada sin descanso de la derecha, concediéndole únicamente espacio en forma de caricatura rancia. La supuesta coartada de pluralidad no era más que la muleta para sostenerse en el poder.
Un soporte que apuntale la ficción de un ideal de izquierdas que presente como alternativa a un esperpento criminalizado de la derecha que nada tiene que ver con la realidad.
En caso de que ser expulsados de allí, por alguna crítica o desviación, serán acogidos con entusiasmo en el ámbito mediático y político de la derecha
Ser de izquierdas en España ha funcionado durante décadas como una identidad excluyente más, con sus correspondientes privilegios. El principal sigue siendo el acceso a una especie de empleo vitalicio, pues sólo quien se declara progresista prospera en esos entornos. En caso de que ser expulsados de allí, por alguna crítica o desviación, serán acogidos con entusiasmo en el ámbito mediático y político de la derecha, que funciona como una especie de seguro de empleo y prestigio progresista. Siempre que muestren su rechazo y desprecio por el proyecto alternativo de quien les acoge.
La derecha se ha dividido y alardea de rechazo mutuo, pero asombrosamente ambas partes mantienen en común su patética devoción por la izquierda fuera del poder, buscando con mayor o menor evidencia una legitimación que siempre les ha negado.
La derecha autonomista, representada por el PP de Feijóo, el federalista de las nacionalidades, detesta y saca de la normalidad democrática a Vox por cuestionar el sistema de las autonomías desde la derecha. Sin embargo no hay espacio mediático en prensa, radio y televisión de su entorno que no cuente con representantes de una minoritaria izquierda jacobina, sin representación. Esto prueba que lo que les preocupa es el poder de su partido y no la prosperidad del país. Exponen a dicha izquierda profundamente ideologizada por criticar a Pedro Sánchez y hacer una coherente defensa de la izquierda tradicional del siglo XX. Pero también cuestiona su sagrado estado de las autonomías sin haberse desprendido de ninguno de sus prejuicios, ni de su sectarismo hacia el liberalismo. Pablo Iglesias no hubiese salido nunca de la facultad de no haber sido tertuliano fijo en la única televisión de la derecha pardilla y reincidente en esta cuestión.
La derecha que se presenta sin complejos asume, paradójicamente, que la defensa de la familia sólo tiene valor si viene de alguien de izquierdas que les repudia desde los altavoces que les ha obsequiado
La derecha más tradicional ha cedido y asumido que sean símbolos de la defensa de la familia, —el que debería ser eje vertebrador de muchas políticas públicas— personas de izquierdas expulsadas de la oficialidad, a la que denomina izquierda rojiparda y se autodenomina como izquierda jacobina. La derecha que se presenta sin complejos asume, paradójicamente, que la defensa de la familia sólo tiene valor si viene de alguien de izquierdas que les repudia repetidamente desde el mismo altavoz que ellos han contribuido a que crezca exponencialmente.
Esto es lo que no entiende la derecha pardilla. Tras décadas de ostracismo de sus ideas en el espacio público ahora, por agotamiento del proyecto progresista desquiciado y por la difusión de sus ideas a través de las redes, hay una generación que está dispuesta a deshacerse de la cadena del socialismo. Y en este momento la derecha decide convertir en símbolos de sus propias ideas a la izquierda minoritaria, pero igual de sectaria. No sólo se amplifica el mensaje de la familia, sino el de la estigmatización y la crítica a la derecha para liderar ideas en el espacio público. Han renunciado a reivindicarse como verdaderos defensores de estos valores y a tener discurso propio.
El estigma de la derecha democrática
La verdadera batalla cultural no debe limitarse a difundir ideas en un asunto concreto, sino a quién puede liderarlas. Mientras tan sólo se acepte el triunfo de una cuestión cuando sea defendida por la izquierda, se perpetuará el estigma infundado sobre la derecha democrática.
No se trata de que la derecha sea sectaria y abrace todos los defectos de la izquierda que vician la convivencia. El reto es normalizar, dar valor y prestigio a la participación de la derecha fuera de las caricaturas en el espacio público. Permitir que haya referentes en la derecha por primera vez que no se identifiquen con la izquierda y necesiten repudiarla habitualmente.
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