Opinión

Por una derecha liberal

En esta hora de España, el Partido Popular ha de diseñar una Gran Estrategia para el cambio.  No puede resignars

  • Alberto Núñez Feijóo y Cuca Gamarra -

En esta hora de España, el Partido Popular ha de diseñar una Gran Estrategia para el cambio.  No puede resignarse a ser la gestoría administrativa del colectivismo imperante porque ya no cabe una fórmula intermedia entre el estatismo rampante y la libertad. Ha de construir un proyecto ilusionante que apele a lo mejor de los individuos y les devuelva el protagonismo de sus vidas y del futuro de este país. Ya no se trata de frenar sino de hacer retroceder las fronteras de un Estado invasor que reduce las libertades personales y es un lastre para la prosperidad y el bienestar de todos.

Esa Gran Estrategia del centro derecha ha de apoyarse en un corpus doctrinal sólido y consistente en el que se enmarque su proyecto para España. En la vieja piel de toro, como en el resto del mundo, no se asiste al crepúsculo de las ideologías, sino un rebrote de ellas en donde el centro derecha ha de asumir un papel de liderazgo en vez de limitarse a ejercer una posición intermedia  entre el programa de cambio de régimen impulsado por la izquierda y la reacción de la derecha nacionalista. El PP debe huir de la tentación socialdemócrata y de la tentación centrista y diseñar un programa a destinado a desatar la energía creadora de los españoles. 

Sólo cabe plantear una opción de cambio radical que ataque en su raíz los problemas patrios y no busque un “justo medio” que sólo sirve para consolidar un Estado ineficiente y liberticida

Ello supone hacer de la defensa de las libertades individuales el eje de su discurso frente a una izquierda cuyo ideario persigue y conduce de manera inevitable a un control cada vez mayor de la sociedad y de la economía por el Gobierno. En España se ha dado un salto cualitativo. El colectivismo vegetariano de corte socialdemócrata que, salvo el período 1996-2004, ha sido aceptado por los dos grandes partidos desde 1977 ha degenerado en un colectivismo antropófago que está destruyendo los fundamentos de una sociedad abierta, cuyas expresiones institucionales son la democracia liberal y la economía de mercado. Ante este panorama sólo cabe plantear una opción de cambio radical que ataque en su raíz los problemas patrios y no busque un “justo medio” que sólo sirve para consolidar un Estado ineficiente y liberticida.

Desde esa óptica, el PP ha de realizar una doble ruptura, con el estatismo que ha dominado la escena pública y con sus propios instintos estatistas cuya última expresión fue su anterior etapa en el Gobierno. Debe enarbolar con orgullo y confianza la superioridad ética y de eficiencia de sus ideas y sacudirse cualquier complejo de inferioridad frente a una izquierda cuyo pasado y su presente se traducen en una sola palabra: fracaso. Es imprescindible rechazar la falsa idea según la cual el viento de la historia sopla a favor de una izquierda reaccionaria, que es tan solo la nostalgia de la tribu. El progresismo, el aumento de la autonomía y de la prosperidad de los individuos, no es ni ha sido nunca patrimonio de la izquierda sino de una derecha liberal.

El devenir del país no depende de ninguna ley histórica inexorable ni su situación actual es irreversible. El programa desarrollado por la izquierda es cancerígeno pero no ha entrado en su fase terminal. España no está condenada a la decadencia ni está aquejada de ninguna enfermedad crónica ni los ciudadanos han de resignarse a  aceptar como inevitable una era de expectativas limitadas.  Este es el mensaje de fondo de las fuerzas colectivistas cuya desconfianza en los españoles, en los  individuos es una de sus señas de identidad: la visión del hombre como juguete en vez de como constructor de su destino.

Los considera y trata como menores de edad incapaces de gobernar su vida sin la tutela de un Estado que lleva camino de ser su amo en vez de su siervo

La izquierda patria no sólo está cultivando con frenesí los peores instintos de un sector de la sociedad, sino también muestra un auténtico desprecio a los ciudadanos; les considera y trata como menores de edad incapaces de gobernar su vida sin la tutela de un Estado que lleva camino de ser su amo en vez de su siervo. Esa actitud, profundamente desmotivadora, está destruyendo la vitalidad de la ciudadanía y anestesiando sus posibilidades y sus deseos de hacer frente a su responsabilidad de vivir, de crear una España mejor para ellos y para sus hijos. El Gobierno parece aspirar a convertir a los españoles en drogodependientes y a ser el suministrador en régimen de monopolio de esa sustancia tóxica. 

España no está condenada a una poco olímpica mediocridad ni a asumir el viejo lema franquista, Spain is Different. Más Estado no es la solución; es el problema. Recurrir a él para todo, concebible cual un artilugio dispensador de un maná gratuito y salvífico es una ficción. Son las clases medias, con un nivel de renta depauperado, quienes financian esa ilusión igualitaria por una sencilla razón: son y serán los grandes sacrificados del colectivismo antropófago; “ricos” hay muy pocos y su expoliación, aunque fuese total, nunca generaría los ingresos suficientes para financiar el Ogro Filantrópico creado por la izquierda. Esa es la gran mentira.

Los valores del mundo libre

El PP ha de apelar a lo mejor de los españoles. Se ha aceptado como sabiduría convencional la hipótesis según la cual los ciudadanos son intrínsecamente colectivistas. Sin embargo ha existido y existe un vigoroso individualismo que ha emergido en muchas ocasiones de la historia patria. Su fortalecimiento y despliegue es posible y lo ha sido cuando se han creado las condiciones necesarias para ello. en vez de ser cómplice de la invocación de la izquierda a sus peores instintos como le envidia. En este sentido, la derecha liberal sí representa o, mejor, tiene la oportunidad de representar los valores que han configurado un mundo libre y próspero frente a los nuevos bárbaros de la izquierda y al intento de la vieja-nueva derecha de retornar a un idílico e inexistente pasado. de la otra derecha. 

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