Opinión

¡Derrochólico tu padre!

Hay que ser audaz como para tenernos ahogados económicamente, con terror al invierno que viene y, aún así, tildarnos de derrochones y enseñarnos a usar mantas y apagar la luz

  • La ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera -

Ayer me levanté con ganas de escribir sobre Olona. Vale, contra ella, lo reconozco. Soy consciente de que hay personas, personajes y personajillos mucho más execrables en el panorama político español, pero a ella le tengo especial manía. Quizá por aquello de “con amigos como estos no hacen falta enemigos”. Es muy posible también que me repatee que ande con delirios de grandeza teológicos: señora, los católicos y patriotas ya lo tenemos bastante crudo en sociedad, ¿no podría cerrar un poco esa bocaza? Para acabar de rematar la cosa, me desagrada ese tour que se está dando por medios escritos y audiovisuales.

Quizá debería -precisamente por aquello de ser católica- inspirarme lástima, pues es obvio que la están usando unos y otros para distintos intereses, algunos más retorcidos que otros. Pero la lástima se la tendré hasta que sepa con seguridad que lo que la mueve es una ida de olla monumental, y no simplemente un ego que la ciega de tal forma que no se da cuenta de que comentando en El País lo de unas supuestas exaltaciones de Hitler dentro de Vox lo único que hace es escupir hacia arriba: ¿Qué pasa, Macarena? ¿Las odas al del bigotillo sólo te parecen mal ahora, que te han dado la patada?

Lo cierto es que me enteré por twitter de esas afirmaciones y pensé que debía de ser una interpretación muy retorcida de las palabras de Olona: imposible que sea tan corta. Me fui a la entrevista de El País y, efectivamente, la tía afirma muy seria y circunspecta lo de las loas a Hitler. De repente me observé desde fuera y me dije “¿pero por qué tengo que dedicarme a ver esta clase de cosas? ¡Mátame, camión!”. Para más inri, me entró mucho frío (y no precisamente porque Olona resulte espeluznante, aunque podría resultar una explicación lógica). Llevaba puesto un jersey de lana, y encima un fachaleco que mi marido se había dejado en mi silla. Aun así, estaba lo bastante destemplada como para no poder concentrarme (está claro que el tema no ayudaba, lo reconozco).

En Pamplona ya refresca, y la comunidad de vecinos ha decidido no encender la calefacción central por ahora y por prudencia. Me acordé de mi cuñada, que vive en Praga, donde tienen prohibida la calefacción excepto en hospitales y colegios. En su universidad les han dado mantas a los profesores para calentarse en los despachos, a 10º de máxima están. Así que pensé “bueno, pues ni tan mal, podría ser peor, podrías estar como ella”.

Un jovencito diciendo que pone el lavavajillas con tres platos, porque no puede verlos sucios (¿esta gente ha convivido alguna vez con un veinteañero?)

Me distraje un rato en twitter para poder volver al tema Olona con más ganas y me encuentré con una de las cosas más deleznables que ha perpetrado el gobierno (y está el listón alto, ojo): un anuncio que muestra una reunión de “derrochólicos anónimos”, con un señor acusándose de poner a tope la calefacción para poder deambular por su casa en gallumbos; un jovencito diciendo que pone el lavavajillas con tres platos, porque no puede verlos sucios (¿esta gente ha convivido alguna vez con un veinteañero?), una señora diciendo que usa el coche hasta para ir por el pan (ahí, ahí, insistiendo en los estereotipos de género) y no sé qué más disparates, porque me niego a volver a ver ese bofetón a mano abierta en la cara del 90% de los españoles. ¡Son la versión contemporánea de Maria Antonieta y su “¿No tienen pan? ¡Que coman pasteles!”.

Sabemos de muchos pequeños y medianos negocios que están teniendo que cerrar porque las facturas del gas son pantagruélicas y, por toda respuesta, ¡nos echan la culpa a nosotros! Esta gente debe de ser descendiente de Hernán Cortés o Elcano lo mínimo, ya hay que ser audaz como para tenernos ahogados económicamente, con terror al invierno que viene y, aún así, tildarnos de derrochones y enseñarnos a usar mantas y apagar la luz, como si no supiéramos. ¿Derrochólica yo?…¡Derrochólico tu padre, imbécil!

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