Se está formando una “tormenta perfecta” para la economía de los países desarrollados: pagamos más por lo mismo y ni siquiera estamos seguros de que, aunque abonemos ese extra, tengamos los productos que queremos adquirir. Mientras todo esto ocurre, los mercados financieros siguen en su mundo feliz en el que nada de lo negativo resta porque se supone que la liquidez lo resuelve todo. Cada vez que hay una corrección, el dinero aparece y devuelve el precio de los activos de riesgo a su tendencia alcista. En concreto, hemos vivido máximos históricos en Wall Street coincidiendo con la presentación de resultados empresariales del tercer trimestre en el que la mayoría de compañías han ganado mucho dinero, incluso más del esperado por los analistas.
Vale que el abismo entre la economía real y la financiera cada vez es más grande, pero que a falta de dos meses para acabar el año, que ninguna multinacional de relevancia haya reducido sus previsiones para el año por temor al desabastecimiento que puede producirse para las citas clave de mayor consumo en Estados Unidos, el black friday y las navidades, es bastante raro.
¿Quién tiene razón, los medios a los que les encantan las malas noticias o las empresas que confían en vender lo esperado, seguras de tener los productos a punto a tiempo? No es fácil dar una respuesta. Sin embargo, la presidenta del Banco de la Reserva Federal de San Francisco, Mary Daly, ha reconocido que la cadena de suministro global es más frágil de lo que nadie pensó. Y no cabe pensar que esté implicada ni en conseguir más clics ni en tranquilizar a los accionistas. Para mí es una opinión cualificada y bastante objetiva. Pero si tiene razón en lo que dice y tenemos un problema de suministro, ¿qué tan grave sería?
Todos los gobiernos animan al consumo, lo que dispara los precios ya que la cadena de suministros no puede, tras el parón de 2020, atender a tal avalancha de pedidos
La gran caída del PIB de 2020 ocurrió porque consumimos menos, y el motivo por el que 2021 es el año de la recuperación se basa en que el consumo se dispara. Para que esto ocurra, los gobiernos han elevado el gasto público en Europa, evitando las tasas de desempleo típicas de caídas del PIB tan enormes; o han dado dinero directamente a las familias, en los Estados Unidos. Y para 2022 la historia es la misma. Todos los gobiernos animan al consumo, lo que hace subir los precios ya que la cadena de suministros no puede, tras el parón de 2020, atender a tal avalancha de pedidos, y se unen inflación y desabastecimiento.
A esto se suma que los precios energéticos están disparados, lo que repercute en un mayor encarecimiento de los productos. Y no sólo en el sector manufacturero. Las alzas han llegado a algo tan cercano y directo como la factura de la luz. Y ahí entramos en otro tema, también responsabilidad de los gobiernos, el empeño en gravar las emisiones en un año en el que, como se está viendo, la prioridad debería haber sido el crecimiento económico por encima de todo. Es la gran contradicción del actual sistema que pretenden vendernos nuestros gobernantes: debemos consumir para que suba el PIB más de lo que sube la deuda, para bajar de este modo la ratio deuda/PIB de algún modo, y para que las arcas del estado puedan ingresar lo bastante para que no se dispare aún más el déficit presupuestario. Y, junto a todo ello, nos insisten en que lo verdaderamente ecológico que es consumir menos.
Es probable que hubiera ocurrido sin pandemia puesto que llevamos años de descenso en las inversiones energéticas que no están etiquetadas como ”sostenibles” y, por tanto, la escasez iba a llegar
Es una actitud hipócrita, falsa y muy evidente pero muchos parecen no verlo. Hay un video de Putin de 2010 en el que critica que los alemanes renuncien a la energía nuclear y que tampoco quieran gas, y entre risas medio en broma, dice que para calentarse necesitarán leña… y espera que no pidan la de Siberia. Confieso que soy más de Merkel que de Putin, pero es admirable que hace más de una década, el líder ruso ya viera lo que en Occidente tantos no vieron: que no se puede renunciar a los combustibles fósiles sin tener una alternativa. Si, además, a ese inmenso error se suma la circunstancia especial de la pandemia, del acelerón de fondos que gobiernos y bancos centrales han inyectado al sistema por ella, y el empeño en recuperar cuanto antes los niveles de PIB de 2019…pues ya vemos lo que pasa. Pero es probable que hubiera ocurrido sin pandemia puesto que llevamos años de descenso en las inversiones energéticas que no están etiquetadas como ”sostenibles” y, por tanto, la escasez iba a llegar.
Hemos confiado demasiado en la energía renovable, que seguro es el futuro pero que a corto plazo no es suficiente. Nuestros gobernantes, que tantas excepciones han hecho (en términos de libertades o de mayor deuda, por ejemplo) con la excusa de la pandemia, no han querido hacer excepción alguna con el tema climático (y dudo que sea por motivos éticos o morales, sino probablemente por márquetin) en una situación tan complicada como la que estamos viviendo en este final de año. No cabe duda de que si no hay desabastecimiento y consumimos, será a precios más caros y, al pagarlos, los gobiernos ingresarán más por IVA. Y si no podemos comprar lo que nos gustaría y acabamos consumiendo menos, harán del desabastecimiento virtud y nos venderán que somos más ecológicos por consumir menos o, como por cierto ya hace –inteligentemente- alguna compañía dedicada a ello, que somos más sostenibles comprando productos de segunda mano.
Faltan productos, los que llegan son caros, la pandemia aún sigue ahí, los bancos centrales ya no lo tienen tan claro y empiezan a divergir sus políticas
El problema es que el desabastecimiento puede que implique algo más que no poder comprarnos el coche o el móvil que deseamos cuando lo queremos. El asunto puede ser más grave si, por ejemplo, la falta de fertilizantes afecta a la producción agrícola y al ganado. A mí no me gusta ser alarmista, espero y deseo que esto sea una situación temporal que reduzca el crecimiento económico, creo eso es inevitable, a corto plazo pero que no cambie la tendencia de recuperación en la que estamos. Lo que más miedo me da es la suma de factores que se unen en un mismo punto: faltan productos, los que llegan son caros, la pandemia aún sigue ahí, los bancos centrales ya no lo tienen tan claro y empiezan a divergir sus políticas (Banco de Inglaterra subirá tipos este año, el BCE parece que esperará a 2023), los mercados de riesgo están claramente sobrevalorados (y la posibilidad de una crisis financiera aumenta según lo grave que pueda ser la corrección) y es muy difícil confiar en los actuales dirigentes mundiales (no digamos en los que tenemos aquí). Más allá de lo que yo opine, lo que está claro es que, una vez más, quienes van a sufrir más con esta situación van a ser las familias más humildes y desprotegidas. Con razón se dice que la inflación es el impuesto de los pobres.
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