La generación baby boomer canónica es la nacida entre 1946 y 1964, es decir, entre la inmediata posguerra mundial y la escalada de Vietnam. En términos españoles, la que va del aislamiento internacional y el gasógeno al desarrollismo -en 1961 se alcanza el máximo histórico de crecimiento, al año siguiente el mínimo de desempleo. Mi padre entra por los pelos por el umbral superior, mis tíos -finales de los 50- encajan holgadamente y algún primo mayor marca el final de la horquilla. Si tienen ustedes familiares de esas edades, coincidirán en que el carácter de la década en que nacieron se aprecia bien en sus distintas concepciones del dinero y del riesgo. No obstante, asumamos por el bien del argumento que son, efectivamente, una generación: la que tuvo uso de razón e incluso plena juventud antes de la muerte de Franco.
Los boomers fueron, en el mundo desarrollado, la primera generación masivamente universitaria; la primera con poder adquisitivo bastante para modelar los mercados y los gustos de la sociedad de sus mayores; la que indujo la penúltima gran revolución en la moral sexual. La generación que universalizó los mitos de los 60, que cambió los hábitos de consumo cultural, que protagonizó el fin de la Guerra fría y el nuevo orden de los 90. Un buen resumen, involuntariamente paródico, es la canción de Billy Joel -nacido en 1949- We didn’t start the fire.
En España el baby boom real se retrasó 10 o 15 años, y su final viene a coincidir con mi generación, la X. Nosotros heredamos de los boomers una cierta visión del mundo y un universo de referencias, pero ya no el crecimiento explosivo, que se había truncado desde el 73. Los de mi quinta recordarán aquel anuncio de coches: "Joven aunque sobradamente preparado". Nos íbamos poniendo la venda porque, como me dijo allá por el 95 un buen profesor, Juan Aranda, "vais a vivir peor que vuestros padres". En mi caso no era cierto -por ahora-, pero venían curvas y muchos se las han comido.
Ahora, las nuevas derechas juveniles hacen también causa anti-boomer -de nuevo vamos dentro del saco unos cuantos xennials y hasta millennials-, con la pandemia como último parteaguas
Hace unos años se popularizó en internet el 'Ok boomer', que era una forma displicente de despachar argumentos de otra generación, un poco como esta cosa de los "señoros" que se puso de moda en España. Se metía en el saco boomer una forma de ver el mundo que no era exclusiva de ellos y que ha ido muriendo entre crisis y contrarrevoluciones culturales. Ahora, las nuevas derechas juveniles hacen también causa anti-boomer -de nuevo vamos dentro del saco unos cuantos xennials y hasta millennials-, con la pandemia como último parteaguas: si el mercado laboral ya separaba a jóvenes y mayores, la enfermedad los sitúa en mundos aparte, con percepciones inconciliables del riesgo y de los sacrificios.
El asunto tiene algunas lecturas interesantes desde el punto de vista de la política de partidos y de los medios: si Losantos era la única figura pop de la derecha española, el cisma de las vacunas y su obligatoriedad ha provocado movimientos sísmicos que lo alejan de los jóvenes ultrapolitizados. Vox se tienta la ropa a sabiendas del peso que ese voto tiene para ellos.
Populismo de izquierdas
Al fondo hay una cuestión no menor: la herencia. Los boomers, los de fuera y los de aquí, han acumulado una proporción masiva de la riqueza privada, especialmente en forma de propiedad inmobiliaria. La desafección juvenil, que en 2015 tomó la forma de populismo de izquierdas y desde 2019 va orientándose al otro lado del espectro, tiene unas indudables bases materiales: un mercado de trabajo que discrimina a los jóvenes, precios imposibles de la vivienda en propiedad o alquiler, oportunidades reducidas en el sector privado y en la administración, títulos universitarios de valor decreciente.
Para muchos españoles que avizoran la cuarentena, o que ya la han dejado atrás, la herencia, fundamentalmente inmobiliaria, es la única esperanza de reinstalarse por fin sin agobios en la clase media. Por eso, los debates iniciados estos años sobre fiscalidad de la herencia pueden cobrar una importancia inusitada, y decidir si nos encontramos ante un traspaso más o menos plácido de riqueza entre generaciones, o bien una suerte de "gran desamortización en favor del Estado y de inversores con capacidad de compra.
El verano anterior el algoritmo de Spotify, incitado por algunas búsquedas más o menos insistentes, me bombardeó con música californiana de los 70. Este año se ha pasado a los 90, y no hay día que no me intercale Pearl Jam con Stone Temple Pilots, Smashing Pumpkins, Collective Soul y similares. Me recuerda así, a su manera, que el tiempo es el enemigo, aunque a veces parezca avanzar a tu favor.
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