Opinión

A desenlazar, a desenlazar, que Cataluña es nuestra

Si queda alguien en el lado de la legalidad que crea que el diálogo calmará a gentes cuya divisa es el odio ciego, no sólo estará contribuyendo al triunfo de la barbarie tribal, sino cometiendo la peor de las traiciones

La ocupación ilegal e intimidatoria de los espacios públicos catalanes por lazos amarillos de todos los tamaños y ubicaciones tiene como fin hacer visible de cara a la opinión pública mundial y del resto de España una Cataluña homogénea, pétreamente independentista, solidaria con los prófugos y los encarcelados preventivamente por rebelión, sedición y otros graves delitos, e injustamente oprimida por un Estado represor. Los secesionistas son maestros en acuñar símbolos, eslóganes, cánticos y referencias movilizadoras de las emociones en la misma medida que los dos grandes partidos nacionales han demostrado hasta la saciedad su total incapacidad en este terreno. Durante décadas los separatistas han ido construyendo, sin respuesta apreciable por parte del PP y del PSOE, mediante los medios de comunicación, las escuelas, la Administración, el riego de subvenciones e incluso el deporte, su nacioncilla imaginaria y supuestamente agraviada por un enemigo exterior también inventado, de tal manera que una gran parte de la sociedad catalana se convirtiera en una olla a presión dispuesta a estallar.

El independentismo persiste en la triple estrategia: deslegitimar a la democracia española, amedrentar a la mitad larga de catalanes y desenraizar a la Monarquía de Cataluña

El golpe perpetrado a partir de Septiembre de 2017 con la aprobación en el Parlament de las leyes de Transitoriedad Jurídica y de Referéndum ha sido la culminación de un lento, paciente, pertinaz y hábil trabajo que ha durado décadas de creación de una comunidad dispuesta al combate para liberarse de un marco institucional, jurídico, económico y político que le garantiza la democracia, el pluralismo, la prosperidad y la integración en Europa y precipitarse en una sima oscura de racismo, totalitarismo, fractura social y empobrecimiento material y espiritual. Hay ocasiones en que la definición del ser humano como animal racional queda en entredicho, aunque paradójicamente haya sido Quim Torra el que haya calificado a los demás españoles como “bestias con forma humana”.

Llegados a este punto de ruptura, es evidente que el método elegido por los separatistas para culminar su propósito de liquidar a España como Nación es el de los hechos consumados. Una vez comprobado por su parte que ninguno de los dos mayores grupos parlamentarios les va a hacer frente de verdad y que el único obstáculo que todavía les separa de la realización de su sueño febril es la estructura del Estado, es decir, jueces, fiscales, cuerpos de seguridad y la Corona, se han lanzado a una triple estrategia, deslegitimar a la democracia española -querella contra el juez Llarena en Bélgica-, amedrentar a la mitad larga de catalanes que quieren seguir siendo españoles y europeos con una presencia masiva en calles, plazas y carreteras marcando territorio con los dichosos lazos amarillos y desenraizar a la Monarquía de Cataluña generando una imagen de Felipe VI que le desprestigie a los ojos de millones de sus conciudadanos. Esta creciente marea gualda prepara el segundo y definitivo putsch confiando en que la aplicación tímida, corta e incompleta del artículo 155 haya servido de vacuna e inmunizado a la trama subversiva contra el santo temor a la acción correctora del imperio de la ley. Si el lobo no muerde o simplemente amaga, es lógico que se le pierda el miedo.

Al igual que sus predecesores en la planta séptima de Génova 13, Pablo Casado no se ha enterado de qué va este combate por la democracia y la libertad

En esta tesitura de tensión aguda, ha surgido la pregunta de si es conveniente por parte de los constitucionalistas pasar al contraataque cívico y retirar las cintas separatistas del mobiliario urbano y de entornos que deben mantenerse visualmente neutrales sin ser monopolizados por nadie porque pertenecen al conjunto de la ciudadanía. Ciudadanos ha entendido la situación y se ha lanzado valientemente a una campaña de limpieza de material amenazante encabezada por el propio Albert Rivera y por Inés Arrimadas. El PP, como es su costumbre, se ha arrugado y ha declarado que no participará en la retirada porque esta actitud “contribuye a la crispación”. Pablo Casado, al igual que sus predecesores en la planta séptima de Génova 13, no se entera de qué va este combate por la democracia y la libertad. Este pusilánime argumento de que la defensa franca y firme de los valores de la sociedad abierta aumenta la crispación y que, por consiguiente, hay que quedarse quietos mientras los separatistas van avanzando implacables sin respetar ninguna norma de convivencia, es el que ha colocado a su partido al borde de la desaparición en Cataluña y le ha hecho perder, según las últimas encuestas, un centenar de escaños en el Congreso.

En la célebre canción de Víctor Jara se llama a los desposeídos a alzarse contra la injusticia y la explotación en un texto de tanta belleza poética como coraje revolucionario. “A desalambrar, a desalambrar, que la tierra es nuestra, tuya y de aquél, de Pedro y María, de Juan y José…”. Hoy en todas las ciudades y pueblos catalanes la estrofa ha de rezar: “A desenlazar, a desenlazar, que Cataluña es nuestra, de Pere y María, de Joan y José…”. Si queda todavía alguien en el lado de la Constitución y de la legalidad que crea que el apaciguamiento y el diálogo calmarán a gentes cuya divisa es el odio ciego sin rastro alguno de sensatez, no sólo estará contribuyendo al triunfo de la barbarie tribal, sino cometiendo la peor de las traiciones. La línea que separa la moderación de la cobardía a veces es delgada y el que la cruza queda deshonrado para siempre.

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