Ochenta días han pasado ya desde que estalló una descomunal crisis sanitaria que nos va a dejar en herencia otra económica de dimensiones quizás nunca vistas antes. Y el gran drama de España, aparte de las miles de personas que desgraciadamente se han quedado por el camino, es que tiene un Gobierno que está más preocupado por su propia supervivencia que por salvar el país.
Lo sorprendente, y lo inquietante, es que, en su estrategia de ir ganando tiempo, el presidente del Gobierno prefiere hincar la rodilla y dejarse humillar por los nacionalistas y los independentistas en lugar de buscar el pacto con el principal partido de la oposición. Es verdad que el Partido Popular de Pablo Casado es un hueso duro de roer, pero, puestos a arrastrarse por el barro sin ningún tipo de pudor, ¿no sería más sensato que Pedro Sánchez capitulara ante el segundo gran partido de España en vez de hacerlo con los herederos de ETA?
A estas alturas de la democracia española sabemos de sobra qué es lo que buscan los nacionalistas e independentistas: sacar la mayor tajada posible aprovechando la debilidad del Ejecutivo de turno y sin importarles lo más mínimo el interés general del país. Y lo alarmante es que, dadas las excepcionales circunstancias en las que nos encontramos, el Gobierno de España no tenga escrúpulos en hacer el pino ante esos partidos para recabar su apoyo (ya sea prometer la derogación de la reforma laboral o entregarles la gestión de la renta mínima) y, sin embargo, ni siquiera descuelgue el teléfono para buscar una solución más estable y menos caprichosa con el PP.
Sí había 'plan b'
La propaganda oficial nos insiste en que Sánchez no ha tenido más remedio que venderse a los enemigos de España porque Casado se ha negado en rotundo a prorrogar el estado de alarma, que es la única manera de "salvar miles de vidas". Sin embargo, destacados juristas, el PP e incluso la propia vicepresidenta Carmen Calvo en una reciente comparecencia en el Senado han demostrado que hay alternativas para mantener las restricciones sin necesidad de prolongar por más tiempo esta situación de excepcionalidad. De hecho, es lo que pasará en España a partir del 21 de junio, cuando teóricamente se termine el estado de alarma y, pese a ello, se siga aplicando el plan de 'desescalada' previsto por el Gobierno, y que en principio concluirá el 5 de julio con la entrada de Madrid y Barcelona en la 'nueva normalidad'.
Llegar de los primeros a esta crisis y salir los últimos sólo puede significar dos cosas: o la hemos gestionado peor que nadie o la estamos prolongando artificialmente más tiempo del necesario
La mayoría de los votantes de Sánchez parece estar de acuerdo con el emperramiento en mantener el estado de alarma, e incluso comparten esa visión muchos ciudadanos que, inocentemente, y tras vivir dos meses y medio con el miedo metido en el cuerpo, consideran que lo mejor en estos casos es ser precavidos. Paradójicamente, el desastre del Gobierno a la hora de ver venir esta crisis en marzo es ahora su mejor defensa para justificar una estrategia conservadora.
Pero España no es una isla en mitad del océano. Y si bien es evidente que fuimos de los primeros países europeos que sufrieron los estragos del coronavirus, ¿cómo es posible que aceptemos mansamente que vayamos a ser de los últimos en salir de este largo túnel? Entrar de los primeros y salir los últimos sólo puede significar dos cosas: o hemos gestionado peor que nadie esta crisis o la estamos prolongando artificialmente más tiempo del necesario. Y probablemente nos encontremos ante una combinación de ambas.
España lleva ya ochenta días en estado de alarma y, si la próxima prórroga fuera la última, que con este Gobierno es difícil de asegurar por mucho que Sánchez lo diga, nos iremos a los cien días. Se podrá argumentar que la inmensa parte del territorio nacional disfruta ya de unas condiciones bastante laxas, pero la realidad es que, si nadie se encarga de recortar los plazos antes (el cuco de Sánchez ha decidido dejar en manos de los presidentes autonómicos esa potestad para poderles echar el muerto de un posible rebrote en sus regiones), la 'desescalada' no acabará hasta el 5 de julio. Mientras tanto, los ciudadanos de las dos provincias más pobladas de España siguen estos días con un absurdo toque de queda entre las 11 de la noche y las 6 de la mañana y secuestrados literalmente dentro de los límites de sus respectivos territorios.
Situación anómala
En la ciudad china de Wuhan, epicentro de la epidemia, estuvieron 76 días confinados a comienzos de año. En Italia, el otro gran estado que más ha sufrido en Europa, este miércoles 3 de junio se restablecerá la plena movilidad por todo el país y quedarán abiertas sus fronteras exteriores, y sin aplicar ninguna cuarentena a los viajeros. En Francia, que tiene la misma cifra global de muertos que España, hace ya semanas que han vuelto los colegios.
El contraste entre lo que ocurre en España y lo que pasa en el resto de Europa es abrumador. Hay que ser muy sectario o estar aterrorizado de miedo para no darse cuenta. Italia y Francia tienen más contagios y muertos diarios, y ni siquiera eso les lleva a dar marcha atrás en sus planes. En nuestro país, por el contrario, el Gobierno y el pseudoexperto que actúa como portavoz han decidido ahora contar los muertos por semanas... tratando burdamente de ocultar que, en realidad, apenas hay un muerto al día, y que se trata de personas que llevaban semanas en las UCI luchando contra la enfermedad. Ya muere más gente de cualquier otra enfermedad que de coronavirus, y hasta reputados médicos se atreven a escribir tribunas en los medios de comunicación para pedir que se revierta esta locura en la que nos quieren seguir teniendo durante varias semanas más.
Sánchez ha anunciado varias veces que pretende acelerar la 'desescalada', pero lo cierto es que lo único que se ha acelerado es la vuelta de la liga de fútbol. Mientras nadie nos diga lo contrario, el plan de 'desescalada' sigue el curso previsto y los cambios de fase siguen durando 14 días. Él ha anunciado que el día 21 acabará la alarma, pero ha dejado en el aire qué ocurrirá después. Veremos.
Probablemente sea injusto culpar al Gobierno de los muertos del coronavirus, aunque eso lo dilucidarán los tribunales, pero el Ejecutivo sí será responsable de las consecuencias de este prolongado confinamiento y de que España sea de los países europeos que más tarde vuelven a la normalidad. La culpa de los muertos se la podrán seguir echando a los recortes del PP por los siglos de los siglos, pero la magnitud de la catástrofe posterior, sobre todo si es mucho mayor que la de nuestros vecinos, ya no podrán esquivarla. El hundimiento de la economía, el cierre de empresas y las colas del paro estarán directamente relacionados con cómo se están gestionando estos cien días clave. Y de esa responsabilidad jamás podrá huir el presidente Sánchez.
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