Opinión

Un desfile envasado al vacío

El pasado jueves era, para unos, la fiesta nacional del 12 de octubre. Para otros, la conmemoración de un genocidio que fue al parecer lo que perpetraron hace más de cinco siglos en América los españoles cuando aún no

El pasado jueves era, para unos, la fiesta nacional del 12 de octubre. Para otros, la conmemoración de un genocidio que fue al parecer lo que perpetraron hace más de cinco siglos en América los españoles cuando aún no habían llegado a serlo, todavía en su primitiva condición de súbditos de la corona de Castilla, pero ya apuntando maneras, según han tenido a bien recordarnos los Rufianes y las Belarras de turno. Una ocasión muy controvertida que ha dado en celebrarse con un desfile militar y una recepción ofrecida por el Rey en Palacio. El desfile se ha ido depurando para insonorizarlo porque el público ha dado en aprovechar el momento para dedicar pitos y denuestos al presidente del Gobierno en el momento en que hace su aparición. 

Con el propósito de ahorrarle al presidente de turno esas molestias se ha ido cambiando cada año la ubicación de las tribunas para disponerlas a diferentes alturas del eje Castellana-Recoletos-Paseo del Prado. También se han suprimido los anuncios por megafonía que iban dando cuenta de la llegada al emplazamiento de las autoridades que hacían su aparición de modo pautado en orden inverso a su rango y que recibían sucesivamente los honores de ordenanza.

Así fue hasta que por Real Decreto 684/2010 se modificó el Reglamento de Honores Militares y se dispuso, en su artículo 3.3, que “en cualquier acto sólo se rendirán honores a la Bandera de España y a la autoridad que lo presida. Se procedió a revisar con sumo cuidado las invitaciones para descartar indeseables. Luego se optó por eliminar las tribunas para el público espontáneo a uno y otro lado de la calzada. Pero seguían escuchándose los pitidos y los gritos de desaprobación. Tal vez para el año que viene aprendan que para eliminarlos no vale crear el vacío sino que los micrófonos de RTVE dejen de recogerlos.

Por eso, este año, se han tomado medidas más audaces procediendo a distanciar al público, al que se ha contenido de una parte a la altura del Jardín Botánico y del otro en la plaza de Cibeles. De modo que esta vez quienes recibimos las contadas invitaciones hemos tenido el privilegio de presenciar un desfile envasado al vacío. Un espectáculo insólito que priva de sentido a la parada militar, que siempre ha tenido la doble función de exhibir la fuerza que disuade al enemigo -recordemos las ojivas nucleares en la plaza roja de Moscú- y de aproximar a los ciudadanos a las unidades militares para que puedan brindar a los soldados que las integran el afecto al que se han hecho acreedores por su entrega sacrificada a la defensa de la soberanía e independencia del país. 

Aquellos años en que los ejércitos españoles eran fuerzas de ocupación de su propio país pasaron y todos hemos de reconocer y celebrar que se lograra el cambio de lealtades de las fuerzas armadas

Porque aquellos años en que los ejércitos españoles eran fuerzas de ocupación de su propio país pasaron y todos hemos de reconocer y celebrar que se lograra el cambio de lealtades de las fuerzas armadas del franquismo en que estaban ancladas a la democracia, de la lealtad inquebrantable al Caudillo a la fidelidad estricta a la Constitución que nos dimos en 1978. Momento de señalar sin reservas que ahí reside uno de los éxitos decisivos de la transición que en buena medida debemos al Rey Juan Carlos I, quien traía una doble vacuna. La primera, la de su abuelo Alfonso XIII, que se puso en brazos del general Miguel Primo de Rivera, de modo que su caída arrastró a la de la monarquía, y la segunda, en su propia generación, la de su cuñado Constantino de Grecia el cual al uncir su suerte a la de los coroneles con ellos perdió su corona.    

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