El actual escándalo del club del futbol Barcelona está poniendo de manifiesto en toda su crudeza los degradantes valores morales progre-nacionalistas, cada vez más presentes en la vida social española. Nos dicen los implicados en el obvio delito de pagar mucho y reiteradamente durante muchos años para ganarse el favor de los árbitros -una evidente aberración antideportiva- que ellos no son los únicos que lo hacen; por tanto sería algo común a todos los demás participantes en sus competiciones, lo que manifiestan sin prueba alguna, es decir, calumniando.
Cuando comenzaron a descubrirse las primeras corruptelas políticas en Andalucía, los socialistas esgrimían que ellos no eran los únicos y además se trataba de cuantías relativamente pequeñas. Según el Barcelona y sus acólitos, así como los socialistas andaluces, solo si Adán hubiese sido condenado por sus mismos delitos ellos deberían seguir su misma suerte. Y desde luego, mientras que todos los potenciales emuladores de sus delitos no hayan pagado, en todo tiempo y lugar, por ellos, no cabe responsabilizarlos de nada; se supone que hasta el “juicio universal” bíblico al final del mundo. La irresponsabilidad personal alcanza aquí un apoteósico Everest.
Recientemente, la legislación progresista ha exculpado del delito de corrupción, si tras él no media provecho personal. Se les olvidó que cuando alguien se apropia de algo que no es suyo, desposee de ello a su legítimo propietario -ya sea privado o público-, lo que supone un robo que desde los tiempos más remotos de cualquier orden civilizador siempre fue considerado un delito, cual fuera el destino del mismo.
La ilegítima ocupación de viviendas con protección legal, defendida a capa y espada por el populismo de izquierdas y asumida por el socialismo, revela unos principios morales prehistóricos
Imaginemos que unos atracadores de un banco son pillados con “las manos en la masa” y detenidos por la policía. Y camino de la comisaria reclaman su liberación porque ellos no son los primeros ni los únicos ladrones, y además, la cuantía de su robo es inferior a otros que se hayan podido producir. La ilegítima ocupación de viviendas con protección legal, defendida a capa y espada por el populismo de izquierdas y asumida por el socialismo, revela unos principios morales prehistóricos previos a cualquier civilización, pues no hay noticia de ninguna sin derechos de propiedad. La reciente chapuza de los trenes cántabros que no caben en los túneles, ha sido resuelta por la ministra del ramo señalando que “estaba segura que no se había producido “intencionadamente”; menos mal!
Para este progresista gobierno, los delitos sexuales merecen la mayor benevolencia política, pues según confiesan “la justicia feminista no es punitiva”, lo que se está traduciendo en reducciones de penas, porque para la ideología socialista la culpa de estos delincuentes no les corresponde a ellos, sino a la sociedad -capitalista- que les induce a cometerlos.
La confusión educativa de los buenos y malos estudiantes con la expulsión de las notas de las aulas, junto con la autoridad del maestro, está envuelta en argumentos pedagógicos defendidos por quienes no sabiendo “qué” enseñar quieren imponer a los que “sí saben” como deben hacerlo. Toda una enmienda a los más obvios y antiguos principios educativos comunes a todas las civilizaciones.
El énfasis progresista en la igualdad, una vez generalizada la única civilizada, ante la ley, niega las desigualdades que están enraizadas en la naturaleza
La meritocracia basada en el esfuerzo y el talento personal, que siempre sirvió para soslayar las aristocracias y las castas que bloqueaban el ascenso y acceso de los mejores a las altas responsabilidades del Estado, despreciada como elitismo por políticos habitualmente fracasados en su vida civil, ha sido sustituida en este gobierno por mediocres afines políticos mediante un singular proceso de selección inversa. Las jerarquías, que son increíblemente antiguas según demuestran la biología evolutiva y la neurociencia, son despreciadas por las izquierdas.
La negación de la biología, que desmiente el supuesto de personas moldeables como la plastilina y su sustitución por la concepción, tan absurda como perversa, de la recreación de la naturaleza humana, no encaja en ningún orden moral a lo largo y ancho de la historia. El énfasis progresista en la igualdad, una vez generalizada la única civilizada, ante la ley, niega las desigualdades que están enraizadas en la naturaleza, mientras ignora los desastres humanos cosechados allá donde se estableció por imposición política.
Los desesperados insultos a los empresarios por parte del gobierno, incluido su presidente, utilizando los anacrónicos y ridículos argumentos de los chistes de Chumy Chúmez en La Codorniz franquista, ya no se escuchan ni en Cuba, ni han formado parte nunca de la política de los países que lideran el progreso económico y social del mundo.
Todo lo dicho, una mera y muy limitada muestra de disparates, en manos de los Marx -los hermanos, no Carlos- serviría de guion -sin añadir ni una coma- para una película de las suyas; solo que, no estamos ante una vulgar comedia, sino ante una grave y muy preocupante deconstrucción del orden moral y la civilización política cristiano-occidental responsables del extraordinario progreso de los países vertebrados en torno a sus fundamentos y principios.
Sostenía el sabio David Hume y sigue teniendo completa vigencia, que las tres leyes fundamentales –antes de que existiera Gobierno- de la vida en sociedad son: la estabilidad de la propiedad, el intercambio por consenso y el cumplimiento de las promesas. Tales preceptos han asentado las bases del progreso económico y social de las mejores naciones de la historia, mientras son típicamente inobservados por los países más desastrosos del mundo, ahora y siempre.
La actual etapa de gobierno está caracterizada por un desorden moral inaudito, orientado a la desaparición de la responsabilidad personal, seguida de la libertad, para así construir un nuevo orden totalitario –falsamente democrático- basado en súbditos de plastilina dependientes del Estado. “La libertad no ha florecido nunca sin la existencia de hondas creencias morales” sostenía Friedrich Hayek.
La economía está registrando una marcha atrás sin antecedentes próximos, las principales instituciones del Estado -gobierno, parlamento, justicia- están cada vez más deterioradas
En las últimas décadas una miríada de ensayos han puesto unánimemente de manifiesto que las reglas morales practicadas en las sociedades, seguidas de instituciones –reglas de juego políticas y económicas– apropiadas, son determinantes del éxito de las naciones. Un reciente, muy vasto y profundo ensayo, que está gozando de muy amplio reconocimiento académico, debido a Joseph Henrich, se titula: Las personas más raras del mundo. En él se demuestra que las reglas morales -la “moral pública”– que ya están presentes en el Código Hammurabi mesopotámico y continuaron en la Grecia y la Roma antiguas, para proseguir a lo largo de la historia y consolidarse en nuestra cultura cristiana-occidental, han sido determinantes de la prosperidad de las naciones.
El rotundo fracaso histórico de los gobiernos de Zapatero y Sánchez en materia económica: descenso de la renta per cápita, divergencia económica con la UE, liderazgo en desempleo y deuda pública desbocada, que hace reír a las ministras de economía y trabajo, se sustenta en el desorden moral progresista y el consiguiente deterioro de nuestras instituciones.
Hasta ahora, la política española con sus deficiencias, no había apostado tan fuerte por la destrucción de nuestros mejores logros históricos, que han sido muchos. Con Zapatero y el actual gobierno Frankenstein, el desorden moral se está adueñando de la educación y las normas de conducta social, la economía está registrando una marcha atrás sin antecedentes próximos, las principales instituciones del Estado -gobierno, parlamento, justicia- están cada vez más deterioradas, e incluso la Constitución y la unidad de la nación están en entredicho.
Un próximo gobierno, paradigmáticamente alternativo al actual, no podrá conformarse solo con reparar la economía; estará obligado además a reconstruir nuestro orden moral e institucional, para que España regrese a la senda civilizada de progreso que el socialismo del siglo XXI lleva demasiado tiempo poniendo en cuestión.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación