A pesar de la pandemia, en la Unión Europea ocurre como en aquella definición de fútbol regalada por el inglés Lineker: “Un juego de once contra once en el que siempre gana Alemania”. En Bruselas discuten entre todos hasta que opina Alemania que lleva en su equipo a austríacos, holandeses y a los nórdicos, muy socialdemócratas, aunque del ala derecha del centro izquierda europeo. Si con esa amabilidad alemana tan eficaz se pronuncian frases como las que dejó el nuevo canciller Scholz en la escalinata de los jardines del Palacio de la Moncloa lo mejor es tomar buena nota del recado porque volverá sobre sus pasos en cuanto lo crea oportuno y en otro paisaje mucho más frío y burocrático.
El nuevo jefe del Gobierno alemán ha trabajado durante los últimos cuatro años con la canciller Merkel sin que se tenga noticia de malentendidos, celos o disputas por salir en la foto tan usuales en las coaliciones a la española. Su capacidad para formar un gobierno a tres pistas le permite un amplio margen tanto dentro como fuera por mucho que una coalición de tantos colores tienda a convertirse en una jaula de grillos. Nadie se escora en un ejecutivo moderado construido desde el centro con amplio espectro de posiciones alejadas de los extremismos.
Ni un segundo de duda, los comunistas no contaron en la hipótesis. Al frente de las finanzas alemanas, como parte del pacto de Gobierno, se encuentra el líder del partido liberal, Christian Lindner, un ortodoxo, inflexible con el gasto sin justificar. Las decisiones tomadas por Alemania durante la crisis del euro nada tendrán que ver con las venideras con respecto a sus socios. No obstante, aunque la letra se suavice gracias a la actual emisión de deuda europea, algo impensable en la Europa de los rescates de hace diez años, la música del entonces ministro de finanzas, Wolfgang Schaeuble, permanece como sonido de fondo en la sala donde se reúnen los adultos: “Las deudas se pagan”.
La Unión Europea se ha endeudado para inyectar dinero en los países para proyectos reformadores y modernizadores. A España los 140.000 millones, la mitad no se devuelven, le supone una inyección insólita, imposible su desperdicio. El canciller alemán aplicó el sentido común cuando explicó que, gracias a las políticas de control de gasto, déficit y deuda, ha sido posible el milagro de este rescate al por mayor. Si no se regresa a la disciplina, aunque no sea la misma que antes de la pandemia, la Unión Europea habrá renunciado a la posibilidad de realizar una operación similar cuando sea necesaria. Mal asunto, debió pensar el presidente Sánchez a quien la recuperación de las reglas fiscales tal y como estaban en 2019 le supone meter de golpe un recorte equivalente al que hicieron en dos años, con la soga al cuello, tanto el Gobierno de Zapatero como el de Rajoy. Sánchez rompió el ritmo de reducción del gasto a pesar de tenerlo fácil al haber gobernado durante más de dos años con los presupuestos de Montoro. Optó por la dirección contraria y empezó a bordear el límite que tanto había costado alcanzar con distintos cambios, consentidos y negociados a partes iguales, en el calendario de cumplimiento.
España encabeza la clasificación de engorde de la deuda y de paro estructural. El riego de los fondos europeos debería servir para renovar las costuras de una economía que no se desprende del capitalismo castizo
Después ha llegado la barra libre para hacer frente a la pandemia y con el respaldo efectivo del Banco Central Europeo, el único comprador al por mayor de las emisiones de deuda emitida por el Tesoro. Hasta el final de este año siguen suspendidas esas reglas que tanto incomodan al actual Gobierno español partidario de comerse los impuestos del futuro con la deuda. El ya te pagaré no se nos pasa. Cuando Alemania se rehaga tras la pandemia, ya hay señales de que no falta mucho, volverá a mirar a la mesa del Consejo Europeo para repasar con sus socios el paisaje tras la pandemia. España encabeza la clasificación de engorde de la deuda y de paro estructural. El riego de los fondos europeos debería servir para renovar las costuras de una economía que no se desprende del capitalismo castizo, ese tufo llamado amiguismo y sus redes clientelares con buenos caldos y mariscos.
El único país sin un mecanismo de control creado para los fondos es España. Aquella abstención de Vox le entregó a Sánchez un gran poder. En realidad, ambas partes se necesitan más de lo que parece para sus respectivos proyectos. Uno para permanecer, aliado con el bloque anti-78 y el otro para llegar en sustitución del PP una vez que Casado se quede sin posibilidad de gobernar. No sabemos si dentro de unos meses tendremos que pasar el sonrojo de leer informaciones sobre irregularidades en las adjudicaciones de los proyectos. Pero si ocurre habremos fracasado una vez más. Entonces el canciller alemán de turno pasará de las sugerencias al siguiente sin previo aviso.
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