Quizá sería más exacto decir que se fue a hacer puñetas. Eso lo que le ha pasado a un partido que se la pega electoralmente tres veces seguidas, le dimite el que es presidente de la generalidad y también el capo máximo y la secretaria general. Estos últimos en plan “Voy a reflexionar”, una moda desde que Sánchez tuvo la humorada de decir que se iba a pensar. El problema es que la culpa mancha y nadie quiere que le salpique. Lo de Esquerra, casi como todo en la política española, es de una irrelevancia intelectual digna de un infusorio. Lo que pase o deje de pasarles no le importa a nadie salvo a ellos, porque Aragonés se va a llevar un pastizal: 108.942 leuros anuales, es decir, nueve mil pavinis al mes que se reducirán, ai pobret!, a casi siete mil cuando el pollo cumpla sesenta y cinco tacos, cosa lejana porque el mozo está joven y sano a fuer de poco trabajao. Eso, aparte de oficina céntrica, secretaria, tres empleados, coche oficial, chófer y seguridad. Vamos, lo mismo que servidor que con sesenta y cinco años y trabajando desde los catorce si me jubilase ahora rozaría el palo de los mil leuros mensuales y coja usted el metro que se llega antes. Aragonés podría renunciar a todo eso, pero son ganas de hacerse el chulo y se conoce que el muchacho es de natural modesto y no quiere distinguirse de sus muy honorables predecesores. Luego hay quién se pegunta por qué se meten algunos en política.
Al votante separata nunca le ha parecido bien que Esquerra pactase con Sánchez, aunque fuera el indulto o la amnistía
Bueno, a lo que íbamos. En Esquerra ha saltado todo por los aires y en Junts están a ver qué hace Puigdemont y su banda del Mirlitón. El separatismo, a pesar del oxígeno que les ha suministrado Sánchez, vive una crisis de fe, de esperanza y ya no digamos de caridad. Al votante de la estelada nunca le ha gustado sentarse con el gobierno a negociar, ni las mesas de diálogo, ni se creyeron que tenían a Sánchez cogido por los pebrots. El votante de barretina calada, gesto hosco y supremacismo rampante lo que quiere no es acordar, sino ganar. Ese es el asunto. La masa separatista es partidaria de vencer militarmente a esa España malísima, quiere hacer unos juicios de Nuremberg tremebundos con los españolazos, edificar un muro hormigón y alambre de espino de los Pirineos hasta la linde con la comunidad valenciana, a la espera de invadirla y empezar con el gilipollesco Drag nach Osten de los Païssos Catalans. Al votante separata nunca le ha parecido bien que Esquerra pactase con Sánchez, aunque fuera el indulto o la amnistía, porque para ellos es un deshonor. Eso lleva a muchos considerar a Junqueras como un traidor de lesa patria catalana. Por lo anteriormente dicho, Esquerra tenía que acabar mal, porque desde Waterloo se ha dicho siempre que son unos aprovechateguis, dándose la curiosa circunstancia de que el que estuvo preso fue Junqueras mientras que el fugado es Puigdemont. Cosas de la idiosincrasia catalana. Digamos también, porque las culpas hay que repartirlas, que si Junqueras no fue jamás un Clausewitz, Aragonés ni siquiera llegaba a cabo reenganchao. La pobreza política e intelectual de los dirigentes, y ya no digamos los cuadros, de esa formación era alarmantemente baja. Recuerden lo de escoger a una chica para un cargo, preferentemente la que tuviera las tetas más gordas. Todo eso no resta un ápice para que esa gente sea peligrosa, claro. Si juntas el fanatismo con la estulticia lo que salga de ahí ha de ser forzosamente maligno, máxime si se les entrega el poder omnímodo. No parece ser ahora el caso. El globito ha hecho pum, y todos han podido ver que estaba solamente lleno de aire caliente. Caliente, sí, pero puro aire nomás. Como el separatismo. Se lo he dicho alguna vez y ahora lo repito: el futuro del movimiento estelado pasa por Aliança Catalana. Al tiempo.
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