Opinión

El día que el INSS mató a mi madre

Incluso consigo una cita para una oficina del INSS, pero en 20 días y en Segovia, a dos horas en coche. Si el presi me dejara el Falcon ese día para llevar a mi madre...

  • Una sede de la INSS.

Hoy os quiero hablar de Juani. Tiene 88 años, pero, a pesar de la edad, nadie le llama doña Juana. Todos los que la conocen, mucho o poco, le llaman Juanita o Juani, porque va mejor con su carácter jovial y cercano. A pesar de su débil apariencia, ya que hace unos años su columna dijo hasta aquí y se sometió a una complicada operación, por lo que siempre va desde entonces acompañada de dos muletas, es una mujer muy fuerte, aunque no físicamente.

No ha tenido una vida sencilla. A los 58 años tuvo que enterrar a un hijo. Por estas fechas, ya son dos hijos y su marido los que le faltan. Pero Juani no ha perdido las ganas de vivir, aunque cada vez le cuesta más hacerlo en un mundo que no piensa en ella. Tiene un teléfono móvil, pero, por más que lo ha intentado, no es capaz de usar WhatsApp o la cámara de fotos. Al final, resignada, pero con una sonrisa, te dice: “Si a mí con que me sirva para llamar y que me llamen, me vale”.

Una mañana, Juani fue a su centro médico. Necesitaba que le renovaran las recetas electrónicas para tener sus medicinas. Al llegar y entregar la tarjeta, pidiendo que le atendiera algún médico, la persona de administración le dijo: “No está usted en el sistema. Su ficha no consta aquí y no la podemos atender. ¡Siguiente!”.

Pero Juani no es de rendirse, así que volvió al día siguiente. Dio entonces con un chico muy amable que estuvo buscando y rebuscando en el ordenador, hasta que le dijo: “Es que aquí figura que usted ha fallecido, así que no le puedo pasar con ningún médico”. A Juani le empezaron a temblar las piernas, las muletas ya no eran suficientes para sostenerla. El muchacho, viendo su cara descompuesta, le dijo que volviera por la tarde, que intentaría al menos conseguirle las medicinas, gesto que se agradece mucho más que el de gritarte en la cara “¡Siguiente!”. Por la tarde, Juani regresó y le dieron algunas medicinas, aunque no todas. No doy más datos, solo las gracias, porque no sé si metería al muchacho en problemas.

Y en este punto de la historia, es donde entro yo. Juanita me llama aquella noche llorando:

-No te quiero molestar, que yo no quiero ser un incordio, pero no sé qué hacer, he llamado a muchos sitios, pero no consigo hablar con nadie y en el centro médico no me atienden porque dicen que estoy muerta.

-A ver, cálmate. ¿Qué es eso de que estás muerta? Será algún error del centro médico. Y que tú me llames para lo que sea, viva o muerta y desde el más allá, para lo que necesites, que no quiero que te andes dando palizas ni disgustos tontos. Si para mí no hay nada más importante que encargarme de quien más quiero en el mundo.

Sí, Juani es mi madre. No es un incordio ni cuando me incordia y mi manera de hacer que deje de llorar es hacerla reír. Cuando por fin consigo tranquilizarla, me pongo nerviosa yo. Miro en su cuenta del banco y veo que le han abonado el 30% de su pensión y una semana antes de lo que toca. Lo tengo claro: algún funcionario ha tocado el botón que no era y ha dado a mi madre por fallecida. No va a ser solo algo del centro médico. Le quitan también la pensión.

Han dado de baja a mi madre en el Instituto Nacional de la Seguridad Social, por fallecimiento, el día 4 de enero. Comienzo entonces una maratón de búsquedas en Internet

A la mañana siguiente, sin haber dormido, porque yo esto de los nervios no lo gestiono bien, empiezo a movilizarme y a llamar a todo el mundo. Gracias a un buen amigo, (aunque no diré cómo porque no quiero que ninguno de los dos acabemos en la cárcel), consigo confirmar mis sospechas: han dado de baja a mi madre en el Instituto Nacional de la Seguridad Social, por fallecimiento, el día 4 de enero. Comienzo entonces una maratón de búsquedas en Internet y llamadas, intentando conseguir hablar con alguien que me diga cómo arreglar esto. Imposible.

Llamé insistentemente a casi una docena de números de teléfono de información del INSS, donde solo conseguí escuchar un contestador, que finalmente te corta la llamada o te dice que llames a otro número. Y así en bucle. En Internet te advierten: no se atiende a nadie sin cita previa. Pero el caso es que el servicio de cita no está operativo, así te lo indican: “no hay citas para toda la provincia”. Si no atienden sin cita y no dan citas, ¿a quién atienden? Tienen capado el sistema de citas y nadie te atiende en ningún teléfono. Ni en los de las oficinas. ¡Ayuso dimisión! Ah, no, calla, que el INSS es responsabilidad estatal, no de la Comunidad.

Empiezo a pedir citas a diestro y siniestro, de lo que se me ocurre: con un asistente social, con un abogado, con el registro civil para pedir un certificado de fe y vida… Incluso consigo una cita para una oficina del INSS, pero en 20 días y en Segovia, a dos horas en coche. Si el presi me dejara el Falcon ese día para llevar a mi madre...

Y entonces empecé a pensar qué pasaría si mi madre no me tuviera a mí. Que pasará si esto se lo hacen a un anciano que esté solo: le dejan sin medicinas, sin médicos y sin dinero. Y no tiene dónde preguntar por qué. Luego nos llevamos las manos a la cabeza con noticias tipo: “se encontró el cuerpo de un anciano de 90 años en su domicilio, en descomposición…”.

Mi madre no sabe ni encender un ordenador. Y tampoco creo que necesite aprender nada a estas alturas de su vida, cuando lo que toca es estar tranquila

Si hay algo que le da dignidad a una sociedad es cómo trata a sus mayores. En las civilizaciones antiguas, los ancianos eran los sabios, a los que se pedía consejo y a quienes se respetaba por encima de todo. Hoy parece que los apartamos a un lado de este mundo que quiere correr tanto, que los deja atrás. Para hacer cualquier gestión necesitas un correo electrónico o te topas con el “hágalo usted desde la aplicación o la web”. Mi madre no sabe ni encender un ordenador. Y tampoco creo que necesite aprender nada a estas alturas de su vida, cuando lo que toca es estar tranquila.

Tras estar sin dormir apenas dos horas desde el martes y viviendo a base de café, sin conseguir cita ni hablar con nadie del INSS, se me hinchan las narices y el viernes cojo a mi madre, el libro de familia, su DNI y nos presentamos en la oficina más cercana a su casa. Allí, una guardia de seguridad me pregunta si tengo cita, a lo que le contesto que no, que no solo es humanamente imposible conseguir una cita, sino que, además, como han dado por fallecida a mi madre, necesitaba que me dijeran ellos en persona si la ven muy muerta. Después de hablar con varias personas y muchas esperas, tuve suerte. Porque sí, amigos, esto es la suerte que tengas de con quién topes. Si me lee la señorita María Ángeles, de la oficina de la calle Maldonado 2 de Madrid, le agradezco con todo mi corazón, no solo las gestiones que hizo para solucionarlo todo el mismo día, sino su calidad humana. No es fácil encontrarse con alguien que discuta con sus propios compañeros e incluso que le cueste lágrimas ayudarte, solo por querer hacer las cosas bien y cuanto antes.

Si llama porque le hemos dado por muerto, pero está usted vivo, marque asterisco. Porque he comprobado que el asesinato virtual de mi madre no es un caso aislado

También quiero mandar un afectuoso saludo a quienes estén detrás de la cuenta de Twitter de Atención a la ciudadanía de @inclusiongob, que se tomaron la molestia de interesarse por mi problema, cuando estaba diciendo que tienen las citas capadas y que no dan cita, para decirme que habían hablado con los técnicos del INSS y que lo mejor que podía hacer era pedir una cita. Muchísimas gracias. Son ustedes brillantes.

Y, por último, una recomendación al INSS: les sugiero que, con todas las opciones que dan en sus maravillosos contestadores automáticos, (que si llama para el ingreso mínimo vital marque tal, que si llama por prestaciones marque pascual…), agreguen una más: “si llama porque le hemos dado por muerto, pero está usted vivo, marque asterisco”. Porque he comprobado que el asesinato virtual de mi madre no es un caso aislado.

Me han sugerido que denuncie esto y que pida daños y perjuicios. Tras pensarlo mucho, no solo no quiero someter a mi madre a más nervios y desplazamientos, sino que, además, no soy capaz de ponerle precio a las lágrimas de mi madre. Incluso creo que me sentiría ofendida si alguien lo hiciera, fuera la cantidad que fuera. ¿Cuánto dinero vale ver a tu madre llorando, rota y hundida, con casi 90 años? Yo solo quiero que viva tranquila los 237 años que le tienen que quedar por vivir. No me conformo con menos.

Me gustaría que este artículo sirviera no solo para retratar el nefasto funcionamiento de algunas de nuestras administraciones públicas y el abuso que se está cometiendo con la obligatoriedad de la cita previa en todas las instituciones desde la pandemia, sino también para remover conciencias sobre lo que les estamos haciendo a nuestros mayores: no es de recibo. Y todos, con suerte, seremos viejos algún día.

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