"Si quieren jugar al póker, vale, juguemos". Juan Carlos Girauta, el jefe de la bancada de Ciudadanos en el Congreso se mostró retador. Venía caliente. Fernando Maíllo, coordinador general del PP, había definido su acuerdo con Ciudadanos como 'lentejas, ya saben...".
Rajoy se la jugó por Pedro Antonio Sánchez. Con la herida del caso Barberá en la conciencia, el presidente del PP defendió su presunción de inocencia y dió orden de aguantar hasta el final. No creían que la amenaza de Ciudadanos se sumarse a la moción de censura del PSOE se fuera a concretar. "De Rivera no te puede fiar pero si va con Podemos en este envite, está muerto", explicaban en la sede del PP.
La aparición del juez Velasco
Confiaban en que el recorrido judicial de los dos casos abiertos en los tribunales se archivarían. O se prolongarían en el tiempo hasta que pasar la tormenta. Apareció entonces, como convidado de piedra en la partida, el juez Velasco. Su exposición razonada sobre el caso Púnica cayó en Génova como una bomba. El Comité Ejecutivo nacional estaba reunido en su sede central. Pablo Casado, el portavoz del partido, apenas pudo hilvanar una respuesta sólida. El caso Murcia se había envenenado. Toca plegar velas, defenestrar al presidente y salvar el gobierno. Murcia ha sido un bastión tadicional del PP. Sólo cinco comunidades mantienen aún la gaviota en su gobierno. No se podía arriesgar.
Como en las carreras de coches de "Rebelde sin causa", Maíllo se arrojó del vehículo en marcha antes de llegar al precipicio. Rivera aguantó. Se olvidó de su tradicional zigzagfueo y se mantuvo firme en sus condiciones. Si renuncia Sánchez, el PP puede seguir en el Gobierno. Rajoy se tragó sus palabras, sus promesas, sus argumentos. "A menudo me he tenido que comer mis palabras. Es una dieta equilibrada", decía Churchill. Rivera apoyó los presupuestos en Madrid y ganó la partida de póker en Murcia.
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