Opinión

Diada 2022: Elfos y enanos no trabajan juntos

No había ninguna sensación de estar haciendo historia y sí de estar viviendo algo muy penoso

Como la alegría dura poco en casa del pobre, concretamente en este caso ocho segundos allá por el otoño de 2017, este año la Diada ha venido acompañada de una contraprogramación muy potente. No solo es que haya caído en un día festivo de calor plenamente veraniego que invitaba al reposo en el campo o al baño en la playa, sino que además ha coincidido con el fallecimiento de la reina de Inglaterra por un lado y del inesperado y exitoso ataque ucraniano sobre los territorios ocupados por Rusia por el otro, dos acontecimientos verdaderamente históricos que la han privado de la cobertura habitual en los medios de comunicación.

Es evidente que puestos a seguir algo por la tele un domingo por la tarde, es mucho más atractivo presenciar el mejor funeral de estado desde el de Juan Pablo II, que ya se sabe que ninguna ceremonia supera en esplendor a un funeral con todos sus asistentes elegantemente vestidos de negro, como muy bien sabían los Austrias, que una manifestación de independentistas hiperventilados en bermudas. Si encima tiene su puntito de cotilleo y príncipes enemistados y princesas guapísimas pues mejor que mejor. Y cuando el pueblo catalán trabajador metido en su casa la tarde del 11 de septiembre se cansaba de cortejos fúnebres, ahí estaba Ucrania para recordarnos que cuando un pueblo tiene valor, cree en sí mismo y está dispuesto a pagar el precio que se le exija, no importa el tamaño del enemigo y lo desigual de la batalla: el resultado no está escrito.

Pasar de la gran épica lejana a la manifestación unas calles más allá supone dar un salto en el vacío difícil de procesar. Este año, a diferencia de aquellas diadas de voluntariosas familias disfrazadas de fichas del parchís, sector rojo, verde, amarillo o azul, o aquellas otras en que hacían coreografías como si fueran coreanos del norte pero sin la precisión de aquellos, la Diada no se ha notado para nada fuera del epicentro de la acción. Ni banderas en los balcones, ni mareas de participantes tomando la ciudad al asalto envueltos en esteladas y ocupando todas las terrazas de los bares para hacer tiempo antes de ponerse a desfilar. Esta vez se lanzó la piedra al estanque turbio que es Cataluña, pero desafiando a las leyes físicas, no hubo ondas.

La horquilla es mareante y dice muy poco de la precisión técnica de los medios utilizados para su medición. Yo creo, ya puestos, que fueron más, unos dos o tres millones de personas

La policía local ha cifrado la participación en 150.000 asistentes, que ya son muchos, y los organizadores reclaman 700.000, porque ellos lo valen. La horquilla es mareante y dice muy poco de la precisión técnica de los medios utilizados para su medición. Yo creo, ya puestos, que fueron más, unos dos o tres millones de personas,  que curiosamente iban de lo más esponjadas y aireadas por la calle donde transcurrió el recorrido. Un milagro más de este procés de las maravillas.

Como los elfos y los enanos aquí no trabajan juntos, y para regocijo del sufrido constitucionalismo catalán, Junts se lanzó contra la yugular de ERC, ahora el partido más pragmático de los dos, porque no se ven las cosas igual cuando has estado tres años y medio en la cárcel que cuando te has fugado en un maletero (me imagino la cara de cualquier ucraniano si se le cuenta la historia de la tocata y fuga de Puigdemont). La decadencia y fracaso es evidente para cualquiera que vea imágenes de la manifestación. Nada del sufrimiento y el valor ucranianos o de la belleza y la dignidad de las honras fúnebres de la reina Isabel, ninguna sensación de estar haciendo historia, y sí de estar viviendo algo muy penoso.

Me decía un amigo perteneciente a la gran burguesía convergente, medio en serio medio en broma, que él no iba a la manifestación porque no había guapas. Ni guapos tampoco, añadí yo. A lo mejor, al final, va a ser eso.

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