Doce volúmenes de la enciclopedia Larousse se amontonan junto al contenedor amarillo. Están colocados uno encima de otro, hasta formar una torre… casi de Pisa, porque en cualquier momento se vendrá abajo. También he visto dispersas unas cuantas cajas plásticas con casetes en su interior. Conservan el aspecto jurásico de los años en que los usamos.
Con el paso de los días encuentro más objetos de un tiempo remoto y de los que la gente se ha deshecho ahora que sobran las horas y los días para permanecer en casa vaciando armarios y limpiando trasteros. La cuarentena ha impuesto su propia selección natural dentro del repertorio de nuestros propios objetos y recuerdos.
Normalmente los trastos desahuciados acaban en los contenedores, aunque a veces los amontonan en los maceteros, como si dejarlos junto a unas flores matizara la suerte que les espera y el juicio implícito que hacemos ahora de aquello se nos pareció útil o hermoso. La vida de los objetos se me antoja más corta de un tiempo a esta parte.
La cuarentena ha impuesto su propia selección natural dentro del repertorio de nuestros propios objetos y recuerdos
En estos días tengo la impresión de que caen de los árboles muebles repletos de discos compactos, ese objeto desplazado por los USB y el Spotify y que alcanzó su pico en los años del grunge. He visto cosas que se me antojan extravagantes, por ejemplo: una antología de ¿salsa? compilada por la cadena de sándwiches Rodilla. Sí, eso: Rodilla. Me habría demorado más, pero he salido a sacar la basura, no a hacer una excursión.
La gente también se deshace de cinturones y cromos de mundiales de fútbol de los que ya no recuerdo ni siquiera las alineaciones y no hace mucho de algunos. En el contenedor de papel una caja precintada con una hoja escrita con rotulador confina al reciclaje los apuntes de la carrera de alguien de quien nada sé, excepto de que apuntó mucho.
Hay cierta catarsis en esto de vaciar las casas en las que un virus nos obliga a confinarnos. Separar las capas de las versiones anteriores de quienes fuimos y tirarlas para soltar lastre. Un Mari Kondo a la fuerza o una exégesis doméstica. Me importan menos los motivos que el paisaje final que dejan estos objetos en los contenedores de basura. El tiempo como un deshecho, como un despojo, algo de lo cual deshacerse ahora que el presente se eterniza en nuestra vida.
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