Opinión

Diccionario de fobias

Víctimas impostadas, fingidas, incapaces de ofrecer una respuesta que no parta de su condición imaginada y de la condena del agresor, también imaginario

  • El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, en una manifestación -

En España ha habido en el siglo XX víctimas de una república fallida, de una guerra civil, de una dictadura militar nacionalcatólica y de grupos terroristas nacionalistas y de izquierdas. Todas fueron víctimas reales, y las últimas aún tienen que soportar que los asesinos ocupen puestos de responsabilidad en las instituciones. Sabemos de sobra lo que significa ser perseguido, ser un objetivo a eliminar y ver cómo quienes han colaborado de algún modo en esa eliminación sistemática de parte de la población son celebrados en fiestas populares. 

Pero da igual. A pesar de que tenemos sobrados ejemplos de persecución política, en el siglo XXI han comenzado a proliferar víctimas falsas de un odio inexistente. Víctimas impostadas, fingidas, incapaces de ofrecer una respuesta que no parta de su condición imaginada y de la condena del agresor, también imaginario. Los ejemplos son varios, y puede ser útil recordar cuáles son las entradas principales en este diccionario de odios.

Catalanófobos

España nos roba ha servido para articular todos los procesos nacionalistas en Cataluña. Un Estado opresor ridiculizado de mil maneras nos ha condenado a nosotros, un pueblo superior en todos los aspectos, a la pobreza y a la esclavitud económica. Se está cometiendo un genocidio cultural y lingüístico, y además trabajamos para ellos. Por eso tenemos que acosar a los castellanohablantes en las escuelas y las administraciones, tenemos que expulsar a los colonos y tenemos que impedir que los enemigos del pueblo catalán puedan hablar libremente en las instituciones y en las universidades. 

Ésta es la situación permanente en Cataluña, aunque desde el Gobierno se vende la idea, fabricada por los expertos en ciencias sociales, de que ahora reina el acuerdo y se ha eliminado la crispación. Cualquier crítica a este proyecto excluyente, cualquier reivindicación de lo español, de la libertad para hablar en público o del rechazo al delirio colectivo del nacionalismo, se tacha sistemáticamente de catalanofobia. Quien no acepta integrarse en el gran proyecto tribal es un extranjero que nos odia, y por lo tanto debe haber una fuerte respuesta social de desprecio hasta que se consiga su expulsión.  

Vascófobos

Ésta es otra variante de la fobia al pueblo, con los matices que aportamos en el norte. Defender que los niños puedan estudiar en una lengua que comprenden es calificado como odio al euskera, que es lo que nos hace vascos, y por lo tanto es odio a los vascos. Pero no sólo eso. Denunciar la normalidad con la que se trata a los asesinos y a quienes aún hoy los consideran héroes es también una muestra de odio a este ancestral pueblo. A pesar de esto, quienes recurren a la vascofobia cada vez que alguien recuerda que existen líneas rojas morales hablan una y otra vez de “actitudes inaceptables”; actitudes que después, siempre, con sus acciones -abrazos, brindis y pactos-, convierten en perfectamente dignas y aceptables.

Misóginos

Cualquier crítica al feminismo, a las leyes de violencia de género, al propio concepto de violencia de género o a alguna afirmación de una mujer no puede partir del análisis racional y desapasionado sino que es siempre fruto del odio a las mujeres. Este invento ha permitido a muchas mujeres -y hombres- vivir del cuento mediante comisiones parlamentarias, secretarías de Estado y ministerios  dedicados a estudiar y condenar un odio colectivo que no existe.

Una de las personas que lleva un tiempo entregada a la faena con destacable tenacidad es Ángela Rodríguez Pam, secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género. Sus últimos tweets reflejan a la perfección el proceso de fabricación de este relato sin el que no le sería posible mantener su sueldo: “Akelarre feminista en la Uni de Otoño de @PODEMOS. Nada como reírnos de vuestro odio, machirulos”. 

Una universidad de otoño de la que sólo habían oído hablar las brujas -y brujos- del aquelarre, una foto en la que salen descojonándose toda una ministra y una secretaria de Estado. Pero las risas y la tranquilidad vital requieren que haya odio, así que qué menos que mencionarlo entre carcajada y carcajada. Pásenlo bien, de verdad, ocupen su tiempo en lo que quieran, amasen una pequeña fortuna combatiendo fantasmas, pero al menos no atribuyan a los demás características que son mucho más propias de algunas de las personas que están presentes en eventos como el que andan promocionando. Irantzu Varela, quiero decir; candidata de Bildu al Senado. Pero ay, el odio de los machirulos.

Tránsfobos

Ésta es tal vez la más interesante porque ha dado pie a una especie de justicia poética. Una parte importante de quienes se han pasado años vilipendiando a quienes osaban cuestionar su visión del mundo -los machirulos nos odian- e imposibilitando cualquier atisbo de debate racional en su negociado se ven ahora colocados al otro lado del tablero por quienes hasta hace poco eran compañeros de filas. De repente las mujeres que desviaban cualquier crítica a una afirmación o acción criticable con “son hombres que nos odian por ser mujeres” descubren que ahora hay hombres que podrán decir también que los odian por ser mujeres. Y eso sí que no, bonita; que toda esta cosmovisión victimista tan útil nos la hemos currado las feministas.

¿Le parece problemático que un niño pueda ser sometido a una operación de cambio de sexo, que un hombre pueda competir en categoría femenina o que el género pueda sustituir o equipararse al sexo biológico? Pues enhorabuena, ya forma usted parte de la España que no piensa, sino que odia.

Cabe preguntarse quiénes son los que están detrás de todas estas campañas de acoso, los que en España vulneran sistemática y organizadamente los derechos políticos de los ciudadanos

Hay otros ejemplos que se han venido usando como mecanismos desactivadores de mensajes inconvenientes. Gordofobia, gretafobia, edadismo, xenofobia o populismo, que vendría a ser el odio a las instituciones, a los expertos y a la ciencia siempre y cuando quien osa cuestionarlos no sea de izquierdas. Son mecanismos que se usan para mantener una situación de privilegio en la que las palabras de unos pocos son sagradas, y las palabras de otros son tabú. Pero hay una fobia real que es precisamente la que alienta este clima social: la agorafobia. El rechazo a la discusión libre, abierta, pública. El rechazo a que todas las ideas se puedan presentar, discutir y difundir en las plazas, las facultades, el espacio público. Esta fobia no es irracional, sino que sirve para justificar la exclusión de aquellos a los que se marca como enemigos. Cabe preguntarse quiénes son los que están detrás de todas estas campañas de acoso, los que en España vulneran sistemática y organizadamente los derechos políticos de los ciudadanos. 

Probablemente, si atendemos a las tribunas que se publican cada semana y a las advertencias de los académicos sociales -son expertos, no seas populista-, en España la principal amenaza a la vida pública y a la democracia viene de la ultraderecha, la derecha y el liberalismo. Los que una y otra vez boicotean mítines, aplican lejía tras actos públicos, lanzan piedras, piden vetos o defienden todas estas campañas son organizaciones como Arran, Ikasle Abertzaleak, Ernai, Sortu (la izquierda abertzale en general), asociaciones universitarias comunistas, asociaciones políticas comunistas, Podemos, ERC. Los clásicos defensores del respeto a la ley, la igualdad de todos los ciudadanos y del orden social. Si es que son siempre los mismos.

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