Opinión

Dictadura, etapa superior de la demagogia

Quienes no aprenden del pasado están condenados a sufrirlo indefinidamente.

Esta variante de la máxima de George Santayana fluye involuntariamente cada vez que se presta atención a la marcada deriva totalitaria que experim

Quienes no aprenden del pasado están condenados a sufrirlo indefinidamente.

Esta variante de la máxima de George Santayana fluye involuntariamente cada vez que se presta atención a la marcada deriva totalitaria que experimenta el mundo libre. La insistencia, por acción u omisión, de vastas mayorías en dar luz verde a las elites burocráticas para que asalten propiedad y albedrío permite conjeturar dos causas posibles: o la curiosidad histórica se ha desvanecido por completo o la memoria se diluye conforme los grandes libros se abandonan, la razón se marchita y las redes sociales florecen.

Sin excepciones, Europa y América ofrecen espectáculos estremecedores. La Sociedad Policial, fase superior del Estado Policial, es el ámbito en el cual cada persona es carcelera del prójimo y de sí misma. En Divertirse hasta Morir (1985), su autor, Neil Postman, lo recuerda evocando a dos especialistas en la materia.

Contrariamente a la creencia común, Huxley y Orwell no están vinculados por la misma profecía. Orwell advierte que seremos vencidos por una opresión impuesta desde el exterior. Huxley, en cambio, sostiene que no es necesario ningún Gran Hermano que prive a las personas de su autonomía e historia. Según él, la gente llegará a amar la opresión y las tecnologías que exterminan su capacidad de pensar.

El régimen Nacional Socialista, archipiélago de patíbulos y prostíbulos, sirve, nuevamente, como caso testigo. Los ejemplos más extremos siempre son los más ilustrativos

Imaginar que los gobiernos son la solución a los problemas y no la causa de ellos es la superstición más difundida y la teoría conspirativa por excelencia. A su modo, Ronald Reagan se refirió a este postulado cuando mencionó las nueve palabras más aterradoras del idioma inglés: I'm from the Government, and I'm here to help. ("Soy del gobierno y estoy aquí para ayudar") La fascinación hipnótica que el Estado ejerce sobre amplios sectores de la población convierte a comunidades de personas libres en legiones de dóciles esclavos.

El régimen Nacional Socialista, archipiélago de patíbulos y prostíbulos, sirve, nuevamente, como caso testigo. Los ejemplos más extremos siempre son los más ilustrativos.

El 14 de febrero de 1930, Horst Wessel, Sturmführer de la SA en Berlín, recibió dos disparos en la cabeza. Después de una imperiosa agonía murió a causa de una infección intrahospitalaria. Tenía veintitrés años.

Su nombre quedó grabado en el panteón de los ídolos nazis antes que en el registro del lumpenproletariat, colectivo que Karl Marx definió como destilado de elementos envilecidos del proletariado urbano. Su asesino, el militante comunista Albrecht Höhler, fue condenado a seis años de cárcel y ejecutado clandestinamente por los nazis una vez en el poder.

Ian Kershaw afirma que el homicidio fue el desenlace de una disputa por la renta impaga de un cuarto de pensión; Joachim Fest adjudica el hecho a una pelea por una mujer y John Toland, quien mejor desarrolla el episodio, atribuye el asesinato a una mezcla de ambas cosas. Los tres historiadores coinciden en despojar al personaje de cualquier atavío heroico.

Canción de los alemanes

“Horst Wessel era hijo de un pastor luterano. Al cumplir veintiún años se alistó en las filas de las camisas pardas dispuesto a pelear sangrientas batallas callejeras contra los rojos. Afecto al entorno de proxenetas, se enamoró de una ex prostituta de nombre Erna y se fue a vivir con ella. Para liberarse de la pareja que no pagaba el alquiler, la dueña del edificio, vinculada a miembros del partido comunista, pidió auxilio. Una banda ingresó a la habitación y Höhler disparó a quemarropa.”, escribe Toland en la biografía Adolf Hitler.

Joseph Goebbels, figura en ascenso en la jerarquía nazi, entendió que el cadáver del joven que había escrito una canción en honor de compañeros caídos presentaba una oportunidad inigualable. Estafador astuto, decidió consagrar al amante frustrado como mártir de la clase obrera sacrificado por la causa, y a su vida de atropellos en un modelo de virtudes patrióticas. La Canción de Horst Wessel fue proclamada himno del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y de 1933 a 1945 fue el himno nacional junto a las dos primeras líneas de la Canción de los Alemanes escrita por August Heinrich Hoffmann en 1841: Deutschland, Deutschland über alles, Über alles in der Welt.

Nadie medianamente instruido se indignó por la muerte del SA porque era evidente que había sido un ajuste de cuentas entre pandillas rivales. A pesar de ello, la desgracia de un joven, seguramente entusiasta, seguramente perdido como toda persona que comienza su viaje en la vida, fue la escalera que elevó al futuro ministro de propaganda a las catacumbas del poder. Demagogo consumado, Goebbels supo transformar la desesperación de millones hundidos en la miseria en una corriente de entusiasmo irreflexivo.

La historia enseña que la combinación de gobernantes corruptos, minorías militantes y mayorías indiferentes crea el ambiente propicio para que el déspota de turno ejecute su objetivo primario: avasallar las libertades individuales y abolir el estado de derecho.

Tres años después de la muerte de Wessel, el 30 de enero de 1933, Adolf Hitler asumía el poder y sumía a Alemania en el horror, la destrucción y la vergüenza.

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Gustavo Jalife. Der Führer is Your Daddy: Reflections on politics, the news industry and social media from inside the pandemic vortex puede leerse en: https://gjensayos.wordpress.com/

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