En un famoso debate entre Octavio Paz y Mario Vargas Llosa en 1990, surgió la cuestión de si el régimen mexicano era una dictadura o una democracia limitada. Octavio Paz creyó necesario matizar al peruano que en México había cierta democracia pese a los abusos del poder; por ejemplo, era posible debatir libremente. La réplica de Vargas Llosa fue brillante y demoledora: “la dictadura perfecta no es la Cuba de Fidel Castro: es México, porque es una dictadura de tal modo camuflada que llega a parecer que no lo es, pero que de hecho tiene, si uno escarba, todas las características de una dictadura”.
El largo régimen del Partido Revolucionario Institucional -nombre en sí mismo un oxímoron sin complejos-, que gobernó México ininterrumpidamente entre 1930 y 2000 (y sigue con López Obrador y su heredera actual), era la dictadura perfecta: se celebraban elecciones con pucherazo sistemático, el partido guía controlaba todas las instituciones mientras los rivales aportaban el colorido electoral necesario, y las libertades se toleraban lo justo para maquillar de democracia la dictadura real. Otro indicio de perfección era haber logrado convencer al gran Octavio Paz, uno de los primeros que denunció -a un alto precio- la dictadura cubana, de que México era una democracia algo peculiar.
Una falsa democracia aparente es mucho más interesante para eternizarse en el poder y hacer buenos negocios
Definitivamente, la dictadura perfecta no es la más feroz, brutal y represiva, sino la que parece no serlo. Conserva, apropiadamente desactivados, los rituales típicos de la democracia: elecciones periódicas, instituciones teóricamente independientes de control y contrapeso, garantías democráticas con una Constitución ignorada, oposición decorativa, derecho al pataleo y todo lo demás. Pero incluso en Matrix hay fallos; ahora mismo el régimen mexicano se encuentra en plena cruzada contra el poder judicial, acusado de corrupto, para controlarlo más férreamente. Como en España.
La izquierda antaño revolucionaria, los movimientos antidemocráticos en general, han comprendido finalmente que una falsa democracia aparente es mucho más interesante para eternizarse en el poder y hacer buenos negocios que las desacreditadas dictaduras a la cubana o china. Es el tipo de régimen de Irán, Rusia y Venezuela. Y sin duda el que empuja Sánchez aquí.
La Restauración, precedente español
En España tuvimos una experiencia pionera de falsa democracia con la Restauración. Pactada entre los monárquicos, las oligarquías regionales y el ejército tras la tercera guerra carlista, el fracaso de la primera república por la rebelión cantonal y el de las maquinaciones de Prim con los Saboya, instauró una democracia aparente pactada entre dos partidos supuestamente liberales que impusieron el caciquismo para el control social y territorial, y se turnaban en el poder con el trámite de unas elecciones de sufragio muy restringido y resultado pactado. En la dictadura perfecta hay elecciones, pero no se elige nada: todo está decidido de antemano.
La Restauración intentó garantizar la monarquía de los Borbones, pero solo duró de 1874 a 1923 con dos reyes, los Alfonsos. El trece perdió la corona por asociarse a la dictadura que intentó mantener un sistema corrupto cada vez más rechazado por los muchos excluidos. Dejó paso a la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura de Franco. Aunque tiene sus entusiastas no puede decirse que fuera un gran acierto, ni muy duradero: en 1975-78 fue necesario pactar una segunda restauración de la monarquía constitucional, en la que ahora estamos. O estábamos.
La pregunta actual es cuánto durará, porque ya es muy poco lo que nos separa de una dictadura perfecta. Gracias a los defectos constitucionales, pues la Constitución ha demostrado impotencia frente al abuso sistemático de poder que la vacía, y a la apatía y errores de la oposición, las instituciones han ido cayendo una a una bajo el control de Sánchez. Las últimas, el CGPJ (y no aleguen que la presidenta Isabel Perelló no era la candidata de Moncloa, por favor: el tapado es una institución ingeniosa también muy mexicana) y el Banco de España. La única institución capital que aún no controlan Moncloa y Ferraz (un solo poder verdadero con dos direcciones postales) es, precisamente, la Corona.
Ambos partidos de derecha, según la clasificación tradicional, están más atentos a frustrar las expectativas del rival que las de Pedro Sánchez
Pero nos defiende la oposición, dirá sobre todo la oposición. Ah, y Europa. ¿Seguro?
La oposición se divide, nunca mejor dicho, entre el Partido Popular y Vox. Ambos partidos de derecha, según la clasificación tradicional, están más atentos a frustrar las expectativas del rival que las de Pedro Sánchez. Tras la entrega del PSOE al separatismo, la salida de Vox de los gobiernos autonómicos del PP, para consagrarse a hablar de patria y patriotismo y del peligro de la inmigración ilegal, es una forma de eutanasia inconsciente. Pero, sobre todo, es una renuncia a luchar por el cambio de gobierno.
Por su parte, el PP sigue dominado por dos mitos de probada falacia: el del “buen socialista” que, como Moisés en el Sinaí, bajará del monte para recuperar el rebaño socialista y llevarlo a los pastos constitucionales, y el del Pacto de Estado con el PSOE. No hay modo de que se percaten de que la esperanza de retorno institucional a la normalidad es imposible cuando las instituciones mismas están al servicio de la anormalidad. Las fantasías de que Pedro Sánchez sea desalojado por un giro del PSOE morirán del todo con su Congreso extraordinario, nueva Campana de Huesca. Y los Pactos de Estado con PSOE y separatistas son pura estupidez, es decir, un acto que provoca grandes perjuicios sin ningún beneficio para quien lo perpetra (relean a Carlo Cipolla). Lo veremos en cuanto la nueva mayoría del CGPJ desactive el informe contrario a la Ley de Amnistía que aprobó la saliente, remando en la misma dirección que el Tribunal Constitucional.
¿Y Europa?: la Unión sigue en manos de una clase política paralizada y menguante, sin ideas ni proyectos aparte de sobrevivir un mandato más. Acorralada por la decadencia política y económica, confía en la burocracia desmedida, las subvenciones y fracasados “cordones sanitarios” contra la “extrema derecha”, que no para de crecer incluso cuando es tan auténtica como el AfD alemán. Populistas y antisistema crecen porque los partidos tradicionales, como antaño los de Cánovas y Sagasta, han dejado el campo libre a todo tipo de aventureros y a nostálgicos del fascismo y comunismo. Ursula von der Leyden y la Comisión, que necesitan los votos del PSOE en Bruselas, no harán nada que les enemiste con Sánchez para proteger la democracia que la propia España no sabe proteger. No nos engañemos: los Reyes Magos somos nosotros mismos. No hay otros.
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