La frontera entre el bien y el mal está definida con bastante exactitud en la mayoría de los casos. Lo que ocurre es que los abogados sacacuartos y los editorialistas de los medios de comunicación suelen manipularla para tener razón o para contentar a sus clientes. Sirva como ejemplo lo que ocurrió hace unas semanas, cuando dos descerebradas lanzaron salsa de tomate a un cuadro de Van Gogh y hubo quien lo celebró, en cuanto a que ayudaba a visibilizar el problema de la hecatombe climática. “El lienzo estaba cubierto por un cristal”, justificó alguno.
Todo asunto que se analiza en el foro público español está condicionado por el desequilibrio que existe entre las voces de la derecha y las de izquierda, en favor de las segundas, claro está. No es casualidad que Àngels Barceló acuse a Alberto Núñez Feijóo de su dependencia del periódico El Mundo mientras su grupo ejerce sin disimulo de ama de llaves y compañera de cama del Gobierno. La periodista lanza esa crítica porque sabe que el tablero está inclinado hacia la siniestra y casi cualquier ataque o falacia queda impune.
La última situación de este tipo que se ha registrado tiene que ver con las palabras que Carla Toscano, diputada de Vox, pronunció el otro día en el Parlamento, en las que acusó a Irene Montero de ser ministra gracias a “conocer a fondo” a Pablo Iglesias. Sobra decir que el exabrupto ofrece una buena panorámica sobre el nivel intelectual y el estado mental de quienes ocupan esos escaños en la actualidad. Ágrafos y agitadores cuyo éxito se explica en su habilidad para resistir a las marejadas de partido y 'colar' titulares en los medios más irresponsables y sensacionalistas, que son casi todos.
Lo que llama la atención es la polvareda que ha levantado esa frase. Especialmente, dentro de la formación morada, cuyo líder en la sombra, Pablo Iglesias, se refirió en su día de esta forma a Ana Botella: “Representa todo lo contrario a lo que han representado las mujeres valientes en la historia. Es la que encarna ser esposa de, nombrada por, sin preparación, relaxing cup con café con leche y, además, belicista. Una mujer cuya única fuerza proviene de ser esposa de su marido y de los amigos de su marido”.
Botella fue objeto de mofa y saco de boxeo de la izquierda desde que se convirtió en la alcaldesa capitalina, del mismo modo que lo es Isabel Díaz Ayuso en la actualidad. Le han llamado “loca” en incontables ocasiones sin que ninguna representante del feminismo morado haya alzado la voz al respecto. Es curioso lo que ocurre: las publicaciones satíricas, agitadores de redes sociales y títeres de tertulia que adoptan la corrección política cuando les es rentable, se suman a estas campañas denigrantes contra sus enemigas políticas cuando les conviene.
De la mujer de Aznar dudaban de su inteligencia, cosa que siempre es subjetiva. Mejor no abordar esa cuestión. Lo cierto es que era licenciada en Derecho y funcionaria del Cuerpo de Técnicos de la Administración Civil del Estado por oposición. Es decir, su trabajo para las instituciones públicas comenzó tras aprobar un examen; y no tras ser impuesta por su compañero de hogar.
La izquierda gana por goleada
No resulta difícil adivinar los motivos por los que ambas alcanzaron sus puestos de mando, pero el tratamiento mediático en uno u otro caso ha vuelto a evidenciar lo de siempre, y es que la aguja de la brújula mediática no señala el norte, sino que apunta al oeste. Al lado izquierdo. Por eso, resulta patético que Cuca Gamarra volviera a caer en la misma trampa de siempre, que es la que se oculta detrás de la indignación popular (impostada) que surge en estos casos. La portavoz del PP escribio: “Nadie tiene derecho a ofenderla (a Montero)”. Rápidamente, Pablo Echenique acusó a su partido de propiciar estas situaciones de maltrato discursivo y machismo rampante. Parece ser que en Génova 13 todavía no se han enterado de cuáles son las reglas del juego y de las verdaderas pretensiones de esta izquierda.
Porque todo esto lo han utilizado en Podemos para salvar a una ministra que estaba vista para sentencia tras lo ocurrido con el “sólo sí es sí”. También, por supuesto, Pablo Iglesias se ha servido de esta polémica para pasar el cepillo entre sus correligionarios, que aspira a que le paguen -a él y a Roures- la televisión contestataria que quiere montar en internet. Para tener un sueldo y para seguir inyectando en la sociedad española su droga venenosa.
Entre tanto, el exlíder de Podemos y las catequistas de la igualdad aprovechan su superioridad moral y mediática para insultar a unos y otros sin pagar un peaje por ello. El peaje que deben abonar quienes utilizan las mismas armas, pero en su contra.
Atendiendo a esta lógica, el Gobierno se ha gastado un pastizal en un anuncio que critica la violencia empleada por Pablo Motos cuando, en 2016, decidió preguntar a una modelo de lencería por la ropa interior que emplea para dormir. Este tipo de campañas suelen emitirse en horario de máxima audiencia en televisión. Entre otros, en los cortes publicitarios del programa del propio Motos. O en el de citas, de Carlos Sobera. Así los televidentes de perfil joven condimentan su cena con la pertinente ración de odio que quiera transmitir ese ministerio. Y así se mantendrá durante los próximos años esa superioridad ética y mediática de la izquierda, que se basa en un ideario que no respeta la verdad, ni mucho menos la línea que claramente delimita el bien y el mal.
Lejos de tratar de ponerle remedio, en el PP colaboran con esa estrategia. Porque no se enteran. Porque están desubicados. Quizás pensando en apoyar estas causas artificiales porque -estiman- les pueden dar votos.
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