“Primero las vidas y luego los empleos”, ha dicho en una entrevista Luis Garicano. No es el único. El falso aforismo ha hecho carrera. Tenía todas las de ganar. Transmite una cierta sensación de humanidad, atenúa la creciente impresión de ineptitud y adoctrina al ciudadano televidente para que éste asuma con resignación el cataclismo económico y social que se nos viene encima. Esta, la de Garicano o la del economista griego Giorgos Kallis, defensor a ultranza de la teoría del decrecimiento, es la escuela de pensamiento dominante: primero la salud; después la economía. Pero no es la única escuela. La que defiende Félix Arteaga, investigador principal del Real Instituto Elcano, diluye algunos complejos: “Con las pandemias, la salud ya no es lo primero; si después no hay economía, tampoco habrá salud”.
La tesis de Arteaga no sitúa por delante la economía. Ni siquiera equipara economía y salud. Simplemente pone de manifiesto lo pernicioso de enfrentar, en una crisis como la presente, la protección de la salud con la necesaria preservación del tejido productivo. Como si se tratara de dos variables necesariamente incompatibles. Como si favorecer en la medida de lo posible la viabilidad de las empresas, y por tanto el empleo, significara desatender las urgencias sanitarias. El simplón discurso varoufakista, consistente en demonizar la actividad empresarial al grito de “¡la salud y el planeta primero!”, ha penetrado con éxito en la conciencia de una sociedad adormecida que ha comprado ese otro mantra del populismo barato consistente en responsabilizar a la “Europa de los mercaderes” de nuestros problemas estructurales.
¿Tan extraño es que con nuestros ratios económicos y después de una gestión de la crisis sanitaria de discutible eficacia, casi nadie se fíe de nosotros?
¿Europa es perversa porque se resiste a pagar sin condiciones la fiesta organizada por un gobierno que no ha encontrado mejor manera de defender a los trabajadores que maltratando a las empresas? ¿Europa se juega su credibilidad en España porque Bruselas no esté dispuesta a aceptar sin más que un país con la deuda por las nubes, el déficit desbocado y el PIB despeñado, sea el primero en poner en marcha en el continente, y con carácter perpetuo, un ingreso mínimo vital que es además compatible con la percepción de becas y ayudas a la vivienda? Es la Unión Europea, dicen, la que se juega su futuro. Nosotros no. Nosotros, un país con más de la mitad de la población con derecho a voto viviendo en estos momentos a cuenta del Estado, somos los campeones de la solidaridad. Eso sí, con el dinero de los demás.
En la Alemania del superávit y con una deuda que no llega al 60% del PIB, la pensión media es de 1.100 euros y la máxima a la que se puede aspirar, tras 45 años cotizados, de unos 2.700. Cifras casi idénticas a las españolas. Pero da igual. Alemania es la madrastra mala porque, junto a otros países, ha mostrado su preocupación de que las ayudas de la UE por la covid-19 se destinen a financiar instrumentos que fomenten el clientelismo político en lugar de servir para paliar los efectos de la pandemia. España quiere mutualizar los préstamos sin mutualizar la vigilancia. Sin control. ¿Tan extraño es que con nuestros ratios económicos -que de no contar con la protección de Europa nos conducirían sin remedio a la quiebra-, y después de haber hecho una gestión de la crisis sanitaria -vamos a ser benévolos- de discutible eficacia, casi nadie se fíe de nosotros?
Atentos a Vistalegre 3
No, Europa no nos va a dar un cheque en blanco. Habrá que ir buscando un bonito eufemismo para bautizar el nuevo rescate, con o sin “hombres de negro”, pero si queremos un flotador que resista los embates de la tormenta que se avecina debiéramos empezar por aceptar una triste realidad: que nadie en las cancillerías europeas entiende cómo tras las elecciones de abril de 2019 no se formó en España un gobierno estable de centro-izquierda; ni que después de la repetición electoral de noviembre nos hayamos dedicado con obcecado entusiasmo a malgastar la mayor parte de nuestro crédito político poniendo la gobernabilidad en manos de quienes pretenden romper el Estado. Eso sin contar con que en estos dos últimos meses de gestión de la pandemia ha quedado indubitablemente acreditada la escasa operatividad y eficacia de un Gobierno de coalición quebradizo y disfuncional.
La Ejecutiva Federal del PSOE reunida el pasado lunes, se reafirmó en que una de las prioridades del Gobierno debe ser “reforzar” el bloque que hizo posible la investidura de Pedro Sánchez. No hagan ustedes mucho caso. La Ejecutiva Federal del PSOE no existe. Es un espectro. Pura formalidad estatutaria. Por el que dirán. La prioridad no es esa ni de lejos. La prioridad es que si Pedro Sánchez quiere que la Unión Europea le acepte un acuerdo que le permita aspirar a mantenerse en el primer plano de la política, no tiene otra opción que dinamitar ese bloque. Empezando por Unidas Podemos. La incógnita, que todavía tardará en ser desvelada, es si Pablo Iglesias aceptaría la separación de buen grado, consciente como es de que las exigencias de Bruselas serán en todo caso abiertamente incompatibles con su discurso en Vistalegre 3, o asistiremos a la teatralización de una ruptura virulenta, preámbulo no del frustrado asalto a los cielos, sino del más asequible espacio de ese populismo de izquierdas que se verá retroalimentado por un paro atroz.
Europa no nos dejará caer, pero si no se articula con urgencia un gran acuerdo nacional podemos ir de cabeza a una intervención ‘a la griega’
A España no se la puede dejar caer porque forma parte del núcleo de los países europeos considerados sistémicos. Sin embargo, las condiciones que una Europa escorada hacia el centro-derecha nos acabará exigiendo dependerán en esencia de dos factores: el respaldo parlamentario que consiga el Gobierno en apoyo de su plan de reconstrucción, y el grado de concomitancia de este con las normas y criterios generales fijados por la Unión Europea para prestar la asistencia necesaria a los países en situación más precaria. Es por tanto imprescindible que Pedro Sánchez acepte la necesidad de afrontar un ejercicio de responsabilidad y realismo, algo de improbable viabilidad con sus actuales socios de gobierno. O eso, o habremos de asumir las durísimas consecuencias de una intervención “a la griega”. Europa no nos dejará caer, pero las condiciones del rescate serían en este último escenario extremas.
No está en juego la estabilidad de un gobierno, sino que los sacrificios que hayamos de sobrellevar en el inmediato futuro sean o no asumibles. Si ha de hacerse un nuevo esfuerzo, que sea desde el convencimiento de que no había una opción mejor. Para ello, señor Sánchez, reconstruya una mayoría parlamentaria que represente al conjunto del país y excluya cualquier extremo; garantice a nuestros socios europeos una previsibilidad política puesta ahora en seria duda; y pacte unos presupuestos alejados de cualquier fabulación contable. Solo así podrá exigir contrapartidas que salvaguarden las herramientas que en tiempos de crisis operan como los principales sostenedores de la cohesión social: las pensiones, principal escudo protector de nuestra convivencia, y la cobertura del desempleo.
Póngase a ello señor Sánchez. Existe, y usted lo sabe, una posible mayoría alternativa a la actual. Hágalo y quizá hasta este país maltratado le vuelva a dar una nueva oportunidad frente a los que, en un nuevo ejercicio de insolvencia política, opten por dar la espalda a cualquier acuerdo razonable o se dediquen al insensato ejercicio de incendiar las calles.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación