Opinión

La diplomacia oscura de José Manuel Albares

Envuelto en la polémica china de su pareja Therese, con las presiones de Rabat a sus espaldas, el titular de Exteriores rinde honores de Estado al exterrorista Petro y se afana por entronizar a Sánchez en la cúspide de Europa

Pasa con Albares lo que con Ábalos, que no se recuerda si va con 'b' o con 'v'. Cuestión de camuflaje. El primero incluso apellida 'Bueno' de segundo, que ya son ganas de confundir. O de engañar. Sea. A un diplomático todo le está permitido en aras de la real politic, que viene a ser lo de que 'el fin justifica los medios', dicho sea entre copitas de champán y canapés. "El fuerte es débil a causa de sus escrúpulos", sentenciaba Kissinger, maestro en el arte del malabarismo con la verdad.

José Manuel Albares (Madrid, 1972) es ese señor bajito que le llevaba a Sánchez el portafolios por los pasillos de Bruselas. Lo que se dice un sherpa, en la jerga del floripondio. Saltó efímeramente a la fama en la foto ridícula del presidente con gafas de sol a lo Top Gun acolchadito en el Falcon. Había ejercido de cónsul en Bogotá, consejero cultural y embajador en París e, inopinadamente, saltó a la cartera de Exteriores cuando la defenestración de Arancha González Laya, víctima del turbio episodio de la entrada ilegal en territorio español del líder del Frente Polisario.

Pese a lo liviano de su trayectoria profesional, Albares se encaramó a la cúspide de la diplomacia española en una pirueta que todavía produce espasmos en la carrera. Consciente de la nimiedad de sus méritos y recursos, y buen conocedor de la prepotencia protagónica de su señorito, Albares ha evitado destacar en un sillón que convierte a quienes lo ocupan en un pavo real. Sus escasos hagiógrafos le atribuyen dos hechos destacados en su currículum. La expatriación de los españoles de Afganistán, cuando la cobarde fuga estadounidense, que más bien se debió a la valentía y arrojo del entonces embajador en aquella plaza, Gabriel Ferrán, que consumó la proeza pese a haber sido cesado. También se le adjudica el éxito de la cumbre de la Otan celebrada en Madrid, ese tipo de fastos que en España siempre se han organizado bien.

Había cobrado vuelo el escándalo de las escuchas de Pegasus, también con Rabat en el telón de fondo de todas las sospechas sobre el pinchazo al móvil de Sánchez

En el envés de su gestión, sin embargo, los patinazos se amontonan. A él le tocó dar la cara luego del volantazo de Sánchez a la postura española sobre el Sahara, tras cuarenta años de unánime acuerdo de todas las fuerzas políticas españolas sobre la antigua colonia. En una comparecencia, entre trastabillada y trémula, Albares tuvo que justificar lo todavía injustificado, puesto que nadie ha explicado el porqué de aquella decisión, que ni siquiera conocían los miembros del Ejecutivo y que la opinión pública española conoció a través de la información de un diario marroquí. Un ministro de Exteriores no podría sobrevivir a un episodio semejante, salvo que ocurra en la España sanchista, donde todo disparate es posible y toda aberración tiene asiento.

Argelia, obviamente, rompió el tratado de buena vecindad con el Gobierno español y se arrojó en brazos de Italia, lo que acarreó una subida sideral en nuestra factura del gas, en plenos albores de la invasión de Ucrania. Casi en paralelo, había cobrado vuelo el escándalo de las escuchas de Pegasus, también con Rabat en el telón de fondo de todas las sospechas. Este incidente derivó en una escandalera sobre el posible pinchazo del móvil de Sánchez, adobado con una patraña victimista por parte del separatismo catalán, el llamado 'Catalangate', aún sin castigo ni penitencia y que se llevó por delante a la jefa del CNI. Pegasus, Sahara y sus derivados forzó una excursión del Gobierno socialista a Rabat, con Pedro Sánchez al frente de una comitiva de casi una docena de ministros, que recibió como respuesta el sonoro plantón de Mohamed VI, aún por justificar. Albares, corrido y aterrado, sólo pudo responder con una sonrisa de monaguillo pillado en falta.

¿A qué fue Sánchez a China? Silencio. Días después, allí acudieron Macron y Von der Leyen y todo fueron mensajes, declaraciones y transparencia. Una vez más, misterio y secretismo del lado español

Bajo el titubeante control de Albares, la relevancia de España en el contexto internacional ha experimentado un notable deterioro, en tanto que el protagonismo mediático de Pedro Sánchez ha escalado enormes enteros. El aparato de Exteriores trabaja, desde hace tiempo, a mayor gloria del presidente, el penúltimo líder europeo en visitar la Kiev mártir y el primero en acudir a la orden de Pekín para mantener un encuentro con Xi Jinping sobre cuyo contenido y alcance no se ha informado ni media palabra de interés. ¿A qué fue Sánchez a China? Silencio. Días después acudieron Macron y Von der Leyen y todo fueron mensajes, declaraciones y transparencia. Una vez más, misterio y secretismo del lado español.

Maestro en el error, abrazado a las tinieblas, Albares no es tan ingenuo como algunos piensan. Hay piezas ocultas que mueve bajo la mesa. Así, por ejemplo, no ha dejado de llamar la atención la inexplicable presencia de Irene Rodríguez en su círculo de asesores puesto que se trata de la esposa del presidente de Llorente y Cuenca, una empresa de Comunicación de singular envergadura que podría necesitar el beneplácito de Exteriores para algún negocio..

Más chusco es cuanto rodea a la figura de su pareja, Theresa Jamaa, ejecutiva franco-libanesa que hace un año fue nombrada vicepresidenta de Huawei España, la multinacional tecnológica china a la que tanto EE.UU. como algunos países de la UE le han puesto la proa como proveedora 'de alto riesgo' y que ahora pugna por entrar en el tendido de la red de 5-G en nuestro país. Conflicto de intereses, oleadas de sospechas, Nadia Calviño, que debía tomar la decisión última sobre este asunto, se ha puesto de perfil y parece decidida a abrirle las puertas al coloso asiático.

Un despliegue propagandístico sin precedentes que pretende convertir un trámite administrativo -España ha presidido ya en cinco ocasiones esta presidencia rotatoria- en una apoteosis del liderazgo global del archipámpano dela Moncloa

Nada de estos escandaletes preocupa a Sánchez, obsesionado en tejer su magno perfil planetario. Sus conversaciones con Albares se centran en el seguimiento de los preparativos del semestre europeo que jalonará el desfile triunfal hacia una poltrona continental. Desde el despacho noble de la plaza del Marqués de Salamanca, nueva sede del departamento de Exteriores, se coordina un frenesí de operaciones para afinar la inminente agenda europea. Decenas de ministros y altos cargos de la UE están convocados a una treintena de consejos y reuniones sectoriales, a celebrar en otras tantas capitales de provincia españolas, en un despliegue propagandístico sin precedentes, un artefacto de vana y frígida pompa que pretende convertir un trámite casi administrativo -España ha presidido ya en cinco ocasiones esta presidencia rotatoria- en una apoteosis del liderazgo global del archipámpano de la Moncloa.

Llega Petro, tras la escabechina

En este atribulado frente diplomático se concreta este miércoles la aparición de Gustavo Petro, miembro que fue del grupo terrorista M-19, un ejército de criminales y ahora, como presidente de Colombia, abanderado de la ultraizquierda iberoamericana y, por ende, gran amigo del inevitable Rodríguez Zapatero y su pandilla del Grupo de Puebla, donde también milita activamente Yolanda Díaz cuando guarda en baúl su camuflaje de damisela pizpireta vestida de blanco. Sánchez ha rendido honores de visita de Estado a su admirado Petro, lo que conlleva cena en Palacio Real, discurso ante las Cámaras y hasta entrega honorífica de llaves de la ciudad en el Ayuntamiento. Un mal trago para el alcalde Almeida, esa foto en plena campaña electoral.

Aterriza Petro en España escasos días después de haberse sacado la máscara de la moderación y tras finiquitar a todos sus ministros de vitola centrista o liberal que pacían estúpidamente en su Gobierno. Un giro a su esencia de caudillo de ultraizquierda en línea con lo que impera en forma dramática en el subcontinente. Hace unos días, Lula, condenado a presidio por delincuente, andaba por aquí. Ahora toca Petro, tras su particular escabechina. Y aún con el eco de su mensaje de este 1 de mayo, en el que celebró la liberación "del yugo español", que "condenaba al hombre negro a ser esclavo a perpetuidad". Gran tarjeta de visita. Y allá en el fondo, Albares, taimado y pequeñín, con la talla política de un macero municipal y encaramado al vértice de nuestra diplomacia por un antojo casi esotérico del gran caudillo del progreso.

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