Helena de Troya. Tristan e Isolda. El Rapto de las Sabinas.
¿Cuándo ha sido la última vez que una mujer fue piedra de escándalo en un conflicto internacional? ¿Cuándo la última que la ira incontenible de un líder tribal, señor feudal o emperador despechado destruyó las relaciones entre dos países unidos por siglos de convivencia ejemplar? El colectivismo conduce a España a territorios de mitos y leyendas. A tierra de nadie, en el mejor de los casos.
En la historia de las democracias de Occidente no hay antecedente de ruptura de relaciones diplomáticas a causa de una palabra desubicada dirigida al cónyuge de la cabeza de gobierno. ¿España continúa siendo una república democrática o en algún momento viró a imperio autocrático y nadie se ha percatado?
En el peor de los casos, los acontecimientos del 19 de mayo en el Palacio de Vistalegre debieron permanecer confinados dentro de los límites de la pudorosa intimidad de las partes. Para lavar el honor mancillado, el presidente ofendido debió personarse, ipso facto, en el lugar del hecho y retar a duelo -pistola, sable- al impertinente lenguaraz. El lance pudo haber tenido lugar en algún recóndito recodo del Parque del Retiro, de madrugada y con neblina, preferentemente, para darle al artista gráfico la oportunidad de lucirse. Los grandes medios de comunicación, quizás el estrato más reaccionario de la sociedad, de cualquier sociedad, hubiesen aullado de placer.
El ridículo diplomático estaba instalado, y no precisamente por Javier Milei, desde el primer día del nuevo gobierno argentino. El PSOE da la sensación de estar a la deriva y en fase de desesperación terminal
Pedro Sánchez perdió una inigualable ocasión de demostrarle al pueblo español cuáles son sus verdaderos atributos, como conductor y, muy en especial, como estadista. De haber sacudido la cara del insolente con un guantazo hubiese puesto su vida en juego pero también hubiese sentado un valioso precedente: con él nadie juega, mucho menos un advenedizo despeinado con ínfulas de ídolo de matiné oriundo del culo del planisferio. El embrollo se hubiese resuelto conforme dicta la letra del manual de galantería: de hombre a hombre. Es sabido: una vez que se elimina lo más complejo, lo que quede, por simple que sea, es la solución adecuada.
Quizás porque ya no hay caballeros ni entereza en este mundo en estado de desarreglo permanente, el gobierno español calificó al episodio como grave incidente institucional y montó una puesta en escena digna de una película de los hermanos Marx. Como el reo desbordado emocionalmente por la habilidad dialéctica del fiscal experto, confesó su culpabilidad antes de ser interrogado. El ridículo diplomático estaba instalado, y no precisamente por Javier Milei, desde el primer día del nuevo gobierno argentino. El PSOE da la sensación de estar a la deriva y en fase de desesperación terminal. Cuando alguno de sus representantes toma la palabra el subtexto exclama: ¡A los botes!
Las palabras confunden y la ideología ciega. Tanto es así que muchas veces tendemos a crear realidades alternativas y tomarlas por la realidad que cuenta. Al hacerlo, nos comportamos como auténticos psicóticos. Psicosis es el nombre de la estación final en una mente controlada por ensoñaciones. La ideología alumbra fanáticos y es puerta de entrada a una dimensión gaseosa que alivia la ansiedad y crea ilusión de seguridad y mando. La persecución de ideales termina inevitablemente con los idealistas persiguiendo a quienes se atreven a cuestionar sus espejismos. Las hojas de ruta imaginarias siempre conducen al infierno. No hay nada más criminal que intentar ajustar la realidad al capricho de una idea. El ocultismo colectivista es la ideología abrumadoramente hegemónica porque apela al peor de todos los vicios: la pereza.
Louis Althusser, consagrado pensador marxista, por cierto, declaró: Ideología es la representación de la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia. Hay más cosas en el cielo y en la tierra que las soñadas por nuestras cabezas. No, Pedro, tú no eres el Estado.
La razón: Milei y Sánchez, criaturas nacidas y criadas en universos completamente diferentes, están vinculados por una relación asintótica
De inmediato, a la velocidad de la luz, se exigió al Partido Popular, a los empresarios y probablemente también a periódicos, a televisiones, al devaluado ámbito universitario y al submundo del balompié; en definitiva, a todo lo que debe arrastrarse al compás de cada nueva aventura estrafalaria, condenar el discurso del presidente argentino en la reunión organizada por Vox, partido perteneciente al espacio de la recontra-ultra-hiperderecha, como recuerdan cada cinco minutos los órganos oficiales del comité central del régimen a modo de piedrazo artero, para solaz de las mentes más descuidadas. ¿Condenar qué exactamente? No importa, se debe condenar ciegamente. La dignidad de la democracia de España ha sido violada, dicen los voceros apelando a feroz prosopopeya, como si hablasen de una persona. ¿Obedecerá la aristocracia genovesa la orden surrealista emanada del planeta Moncloa? En caso afirmativo, ¿no sería más cómodo fusionar siglas y dar por finalizada la era de la confusión? PPSOE no impresiona mal, para nada.
Para algunos observadores, la amenaza de una guerra fría entre dos naciones hermanas solo separadas por el mismo idioma se cierne a ambas márgenes del océano. Para otros, en cambio, el intercambio abusivo no superará las meras escaramuzas y el mal momento quedará en el olvido en cuestión de pocas semanas. La razón: Milei y Sánchez, criaturas nacidas y criadas en universos completamente diferentes, están vinculados por una relación asintótica. Por más que se aproximen jamás harán contacto. Mejor así. España y Argentina, países cautivos de bandas de burócratas obesos, matones que simulan proteger a quienes los alimentan, deberían dedicarse a construir otro destino.
Pero, mientras la actual administración española tiene todo el pasado por delante y, como decía Borges, menos futuro que malevo con gafas de sol, el nuevo gobierno argentino disfruta de una luna de miel singular en donde cualquier cosa que haga o diga Milei es celebrada o condenada a escala global. Los medios y las elites del orbe lo han declarado rockstar. Seguramente no se le escapa que si compra las baratijas diseñadas por los agentes del comercio y de la moda el personaje devorará a la persona, mutará de fetiche a fantoche y sus días estarán irremediablemente contados. Nadie puede eludir la sombra ominosa de la ciega Fortuna, esa impostora que engaña a los hombres.
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