Inglés, español y francés son lenguas de unidad. Las lenguas regionales europeas han vivido heridas y fragmentadas, y también eclipsadas durante mucho tiempo por el español, el francés, el italiano o el inglés. Liberarlas de una enfermedad tan larga es imposible. Habría que empezar por transformarlas en idiomas de hablantes monolingües, paso elemental para la autonomía, pero aún no se ha inventado para esa afección medicina que la remedie.
Si el objetivo de una lengua es la comunicación, no parece que ese sea el de la infiltración en vena de vasco y catalán, y mucho menos en la oratoria parlamentaria. Más va a parecer un circo que un lugar de debate político-social, pues tal iniciativa no contribuye a mejorar la comunicación, al contrario, la entorpece. El español, digámoslo sin tapujos, cubre mejor el desarrollo cultural e intelectual. Vasco y catalán más parecen una herramienta que pretende prescindir del funcionario que no dobla sus rodillas al aprendizaje de la lengua autonómica. Limpieza étnica, lo llamarían algunos.
Nuestra lengua vehicula la comunicación entre hablantes nativos de catalán, náhuatl, quechua, guaraní, araucano… y un centenar más de lenguas peninsulares o americanas. Es la propia de todos ellos porque la usan a diario en situaciones diversas de comunicación. El español sirve, por tanto, para ordenar el pensamiento entre todos los hispanófonos, aunque tengan como primera lengua el gallego, quiché, otomí… etc.
Las lenguas vehiculares se añaden a las maternas para propiciar la coherencia en la comunicación. El español sirve para que un chileno y un asturiano se entiendan a pesar de las divergencias
Las lenguas tienen su espacio en el ámbito familiar, social y cultural. Cuando la lengua nativa no es suficiente, el hablante se hace con otra de manera natural, sin estudio específico y la utiliza como si fuera tan nativa como la primera. La lengua más utilizada en el pensamiento de los hablantes hábiles con dos lenguas o ambilingües no es necesariamente la heredada de sus padres. La facilidad para comunicarse con espontaneidad, fluidez y ausencia de esfuerzo en una y otra suele darse por eficaz en situaciones de máxima complejidad intelectual y son parte de la identidad del individuo ambilingüe.
Las lenguas vehiculares se añaden a las maternas para propiciar la coherencia en la comunicación. El español sirve para que un chileno y un asturiano se entiendan a pesar de las divergencias.
El español, inglés y francés se muestran dinámicos y coherentes, pero mucho menos el bretón, o el siciliano, o el vasco que se dividieron en dialectos y viven en boca de hablantes que no necesitan innovar en bretón, siciliano o vasco porque esos cambios naturales y culturales que se adaptan a los nuevos tiempos se producen en la otra lengua de la que ellos son también propietarios, el francés, italiano y español respectivamente.
El catalán vive fragmentado en al menos siete dialectos: valenciano, barcelonés, mallorquín, menorquín, ibicenco, rosellonés y alguerés. Aunque solo se enseña el catalán estándar, emparentado con el barcelonés o central, la academia valenciana y la balear son las comisionadas para imponer las normas en sus distintos dominios. El catalán de la Franja aragonesa, el hablado al norte de los pirineos o rosellonés y el alguerés en la isla de Córcega, quedan abandonados a su suerte.
El euskera batúa se enseña en las escuelas, pero el vasco oral cuenta con al menos cinco dialectos no siempre inter-comprensibles: vizcaíno, guipuzcoano, navarro, labortano y suletino. El vasco roncalés desapareció en los años setenta.
Los 300.000 usuarios de bretón lo hablan en cinco dialectos, y el aranés, en boca de unos 5.000 hablantes, cuanta con otros cinco dialectos, uno en cada una de las poblaciones que lo hablan en el leridano Valle de Arán. Las lenguas familiares no se utilizan en la comunicación social o cultural. Los bretones utilizan el francés, y los araneses el español.
Todas las lenguas europeas, en especial las nórdicas, se sirven del inglés para completar las carencias culturales en la comunicación, salvo el español, el francés y el italiano que se autoabastecen
América ha ignorado a Europa durante siglos, y Europa a América, y también a África y a Asia. Y Asia, Europa, África y América a Oceanía. Las lenguas se diversifican, pero las sociedades tienden a rectificar para servirse de la mejor herramienta, que acaba siendo la más demandada. Por eso, todas las lenguas europeas, en especial las nórdicas, se sirven del inglés para completar las carencias culturales en la comunicación, salvo el español, el francés y el italiano que se autoabastecen, si bien no prescinden del todo de los beneficios que supone saber inglés.
Para Oceanía, continente inmensamente rico en lenguas, solo una, el inglés, une a sus ciudadanos y avanza a pasos agigantados.
América se unifica en tres lenguas. Antes de la llegada de Colón, se contaban por miles los idiomas, hoy es un continente de tres: español, ingles y portugués (si contamos que la mayoría de los francófonos tienden a la anglofonía). Los hablantes de lenguas amerindias también tienen como propias a una de estas tres. La tendencia a la unidad mediante el ambilingüismo o uso de dos lenguas propias es innegable.
Para las más de mil lenguas de África la unificación se realiza en tres lenguas europeas, inglés, francés y portugués, y en menor medida, el español. Contribuyen a la unidad otras cuatro africanas que sirven como vehiculares, suajili, hausa, yoruba y árabe. Para la unificación se sirven también del ambilingüismo, desde el norte donde el árabe y el francés son las dos lenguas de buena parte de los hablantes, hasta Sudáfrica, donde a la lengua materna se añade regularmente el inglés como idioma de unidad nacional sin que nadie lo imponga ni lo discuta.
La diversidad lingüística en Asia sigue lejos de la unidad, pero tiende a ella. Las grandes lenguas culturales que forman pareja con las asiáticas son el ruso, el inglés y el chino, pero también hay otras con cierta autonomía como el turco y el indonesio.
Es evidente que ni las lenguas que se han generalizado lo han hecho de manera coercitiva, ni nadie ha intervenido para que otras se reduzcan. Todas merecen respeto, el mismo que las personas que las hablan. Lo que queda claro es que, de la misma manera que las lenguas tienden a fragmentarse, los hablantes tendemos a unificarlas, salvo en España, donde parece que necesitamos satisfacer los caprichos del nacionalismo como cuando a un niño se le da un caramelo para que se calle. Lo dicho, un circo.
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