Mientras la mayoría de nuestros socios europeos destinan lo mejor de sus esfuerzos y de su sabiduría, poca o mucha, a preparar sus países para los tiempos aún más duros que se avecinan, aquí, en el terruño hispano, seguimos enredados en esa política aciaga que nos va consumiendo, en ese corrosivo localismo que Richard Ford identificó acertadamente, ya en la mitad del siglo XIX, como “uno de los rasgos característicos de la raza ibera, que nunca quiso uniones, que jamás, como dice Estrabón, puso juntas sus escuelas, ni consintió en sacrificar su interés particular en aras del bien general” (Las cosas de España, 1846. Publicado por Ediciones Turner en 1974 y prologado por Gerald Brenan). ¡Qué calados nos han tenido siempre!
Desde que Ford reflejara en ese excepcional libro -calificado por Azorín como “exacto, sagaz, acre y tremendo”- su visión de aquella España, han sido contadas las ocasiones en las que este país ha conseguido agrupar voluntades y caminar en la dirección que los tiempos exigían. La Transición, hoy vituperada con saña injustificable por una cohorte de zascandiles intelectuales falsamente progresistas, es probablemente la única etapa en la que los españoles logramos hilvanar con éxito varios lustros de olvidadas generosidades y empeños concertados. Y es ese hecho incontestable el que llevó a independentistas y corifeos a fijar como uno de sus objetivos prioritarios el descrédito de esa etapa extraordinaria.
La decisión de aceptar como socios preferentes, y de gobierno, a quienes desde el minuto uno han descollado sin pudor alguno en esa miserable tarea de denigración, está sin duda en el origen de muchos de nuestros males actuales. Pero fue legítima; y eran otros tiempos. Ahora bien, seguir apostando, contra toda lógica, por afrontar de la mano del populismo de izquierdas y del independentismo la que sin duda es la fase más crítica para nuestras vidas y haciendas de las últimas décadas, constituye un sublime disparate. Es verdad que a este Gobierno le ha pasado de todo, pero nada distinto a lo sufrido por italianos o portugueses, por poner dos ejemplos cercanos. Entonces, ¿por qué Italia y Portugal tienen un pie fuera del pozo y nosotros seguimos, en casi todas las estadísticas oficiales, muy cerca del fondo? ¿Quizá explica esta desigual situación el hecho de que Costa y Draghi han excluido de sus gobiernos a las posiciones más radicales?
Los parias de Europa
Hace unos días, en una de esas comidas en las que el principal sustento de los periodistas es la información que el invitado tiene a bien compartir, un ilustre colega recordaba la intervención televisiva (ver Postdata), en junio de 1977, de Enrique Fuentes Quintana, solo tres días después de ser nombrado vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía por Adolfo Suárez y en plena crisis del petróleo. Valiente. Les dijo a los españoles la verdad. Sin tapujos. Sin cortinas de humo. De esa lección de coraje y transparencia, en una situación de tremenda dificultad, nacieron los pactos de La Moncloa y el Programa de Saneamiento y Reforma Económica pactado por todos los partidos políticos, nacionalistas vascos y catalanes incluidos. Hoy, ni el coraje ni el pacto tienen sitio en el vocabulario del Gobierno.
Hoy, en una coyuntura quizá más grave que aquella, nadie de desde el Gobierno se atreve a decirle la verdad a los españoles: que el shock energético nos ha hecho mucho más pobres; que el gasto público es intolerable; que la indización de las pensiones es inasumible; que de no aprobarse con urgencia, para al menos una década, un plan creíble de estabilidad y de ajuste fiscal que permita repartir de forma equitativa el impacto de la crisis y proteger a las rentas más bajas, alcanzaremos un punto de no retorno que provocará una acelerada mutación política y social y nos convertirá en los parias de Europa.
Sánchez ha estirado tanto la cuerda que la ha roto. El desastre del PSOE puede ser histórico, y ni hay recambio en un partido-cuartel, ni ya capacidad de reacción
No, en lugar de coraje y pedagogía a lo que se aplica el Ejecutivo es a justificar constantemente sus predicciones erróneas. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que en demasiadas ocasiones, en lugar de actuar como escudo protector de otras instituciones, se señala a estas como culpables para así diluir la responsabilidad del Gobierno. Se cuestiona fiabilidad del Instituto Nacional de Estadística (INE), e incluso se amaga con limitar la autonomía de un Banco de España que ha salido respondón. Y, ya puestos, ¿por qué no entretener a la audiencia con una de espías, tirando de nevera al más puro estilo Garzón? ¿Ah, que se cuestiona la profesionalidad del Centro Nacional de Inteligencia? No pasa res. ¿Ah, que hay preocupación en la OTAN porque se permita el acceso a la Comisión de Secretos Oficiales a los enemigos de la Constitución? No problem; eso lo arregla Sánchez, que domina el inglés.
Hacerse un García-Page
Cierto, a este Gobierno le ha pasado de todo. Pero es que cuando son tus socios quienes te fiscalizan, por delante de la Oposición, te va a pasar de todo. Cuando Unidas Podemos está más cerca de ERC, Bildu o la CUP que de ti, como hemos podido constatar estos días, te va a pasar de todo. Cuando no pones coto, por estricto interés partidista, a una descarada campaña de desprestigio de los servicios de inteligencia, te tienes bien merecido que te pase de todo. Con la gestión de esta enésima crisis, la del CNI, Pedro Sánchez ha confirmado que no está a la altura del cargo. No solo es el principal responsable del descrédito institucional que sufre nuestro país, sino que al enrocarse en una estabilidad imposible está contribuyendo al deterioro de la calidad de nuestra democracia. ¿Quién en su sano juicio va a compartir secretos de Estado en una comisión en la que se sientan Bildu y la CUP? Sánchez, con sus peregrinas decisiones, colabora activamente a inhabilitar, en este y otros casos, la acción de control parlamentario, esencial en democracia.
En estos últimos días, Sánchez ha estirado tanto la cuerda que la ha roto. En la sucesión de elecciones que viene, el desastre del PSOE puede ser histórico. Y el drama de los socialistas es que ni tienen recambio en un partido que es como un cuartel, ni ya capacidad de reacción. En algunos lugares, todo lo más, habrá quien se haga un García-Page, maniobra que consiste en proteger el voto local sin agitar las aguas del partido y mucho menos cuestionar la idoneidad y capacidades del gran líder. Ellos sabrán.
La postdata: Fuentes Quintana o cuando los españoles éramos adultos
Junio de 1977. La crisis del petróleo empuja la inflación hasta el 20%, el paro crece imparable y existe la gravedad de la situación amenaza con provocar una inestabilidad social y política que ponga en riesgo el proceso constituyente. Entonces, Adolfo Suárez, como presidente del Gobierno, toma la que quizá fue una de sus decisiones más trascendentes: nombrar máximo responsable de la Economía del país a un independiente, a prestigioso profesor que fue el encargado de diseñar la salida de aquella durísima crisis y de conciliar, junto a Suárez y Fernando Abril Martorell, las voluntades necesarias para sellar el histórico compromiso de país que se conoce como los Pactos de La Moncloa.
En esta intervención, emitida solo tres días después de su nombramiento como vicepresidente segundo del Gobierno, Enrique Fuentes Quintana les dice a los españoles la verdad. Sin medias tintas. Tratándoles como adultos. Merece la pena verlo una vez más.
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