Si Pedro Sánchez cree que acercando los presos independentistas a Cataluña va a conseguir calmar los ánimos, se equivoca de medio a medio. Esta gente solo se dará por satisfecha cuando tengan su república totalitaria y excluyente. O casi todos.
La grieta Junqueras
Acercar a los presos separatistas es uno de los gestos que dependen del gobierno y que se ha propuesto efectuar para quitar presión a la caldera catalana. Craso error. Desde Moncloa se equivocan en el análisis, igual que se equivocaron Rajoy y el PP. No se han enterado que el movimiento separatista entiende estas cosas como muestras de debilidad del Estado, como pequeñas victorias que jalonan el camino hacia la consecución de la independencia. En Palau, en los pasillos del Parlament, en las sedes de los partidos secesionistas se burlan de Sánchez, de Iceta y del socialismo. Sus actos de empatía son entendidos como puro acojone, pero lo peor no es eso. Es la falta de músculo, de reacción, de proponer, de dejar de ir a remolque de los que intentaron romper el ordenamiento legal. Esa sempiterna indolencia es la que más perjudica a España. Porque, para los separatistas, esa España oficial, lenta, burocrática y somnolienta de los Rajoy y los Sánchez no es más que un corpus putrefacto, acabado, boqueando su último aliento. Ahora, su error tampoco se queda manco a la hora de analizar el panorama. Creen que la España de hoy es la misma que la del noventa y ocho y, a pesar de que puedan existir semejanzas, ni la sociedad es igual, ni el entorno que nos rodea es el mismo. En cambio, los postulados separatistas siguen anclados en las tesis del funesto romanticismo alemán, las afirmaciones racistas del Doctor Robert y Prat de la Riba o los Camisas Verdes de Estat Català. Ese es el gran problema del separatismo, vive en un pasado que, además, ha mixtificado terriblemente, lo que le lleva a confundir políticos con Estado, partidos con sistema y táctica con la lógica interna de cualquier sistema democrático fundamentado en la aplicación de la ley.
Sánchez carece de proyecto alguno, como no sea apurar al máximo su estancia en Moncloa
Uno se pregunta cómo reaccionarían si el gobierno pasase al contrataque proponiendo objetivos en el terreno social, económico, político, internacional, diciendo que para conseguirlo se precisa del compromiso de los catalanes. Difícil será ver eso, porque Sánchez carece de proyecto alguno, como no sea apurar al máximo su estancia en Moncloa. Pero seamos honestos. El gobierno de la nación no es el único en equivocarse. Desde Barcelona, el movimiento amarillo no se da cuenta de que su batalla es contra el Estado de derecho y no contra este partido o aquel. De ahí su sorpresa cuando la justicia se ha puesto en marcha. Quien es totalitario piensa que los tribunales están a las órdenes de los políticos.
El que los encarcelados vengan a Cataluña lo único que va a producir es que las organizaciones separatistas tengan mayores facilidades para organizar sus happenings. De hecho, ANC y Ómnium han anunciado manifestaciones “Exigiendo la liberación de los presos políticos” frente a las cárceles de Lledoners, donde serán ingresados Junqueras, Romeva, Sánchez y Cuixart, y la de Puig de Les Basses, donde recalarán Forcadell y Bassa.
Ahora bien, entre todo este maremágnum de consignas hay alguien que, como el Baterbly de Melville, preferiría no hacerlo, es decir, preferiría más calma, menos hiperventilación. Ese alguien es Oriol Junqueras, que ha abierto una grieta en el antaño monolítico bloque separatista.
Menos ruido y más política
Junqueras sigue con preocupación la línea dura que mantiene Quim Torra en Cataluña y Carles Puigdemont en Alemania. Ambos actúan en interés propio, siendo el del primero consolidarse como referente del separatismo y el del segundo no caer en el olvido y pasar a ser uno de aquellos jarrones chinos que dijo Felipe González, en exacta definición de lo que son los expresidentes.
Junqueras ha hecho bastantes llamados a la serenidad que han caído, más o menos, en saco roto. Sabe que la fuga de Puigdemont y los Consellers le complicó la vida a él y a los otros encarcelados. Sin aquella escapada tipo À bout de soufle, no los hubieran enchiquerado tan rápidamente. En su carta dirigida a la asamblea de Esquerra del pasado fin de semana se manifestaba claramente contra los exaltados. De ahí que, según nos informan, no vea con buenos ojos la manifestación que las entidades separatistas han organizado para este miércoles a las siete de la tarde frente a la cárcel de Puig de Les Basses, así como la marcha que, saliendo de Sant Joan de Vilatorrada, llegará hasta Lledoners.
Tampoco es de su agrado la convocatoria el catorce de julio de una manifestación para pedir su libertad. Y no le gusta porque es partidario de echar el freno, sentarse con el gobierno y pactar unos mínimos que no pasan, desde luego, por volver a las andadas de aquel “Referéndum sí o sí”. El dirigente republicano sabe que los suyos están encabritados y es menester calmarlos. Ha tenido un gran disgusto al leer el comunicado de ANC y Ómnium que dice “El acercamiento no es ningún gesto político, solamente un derecho fijado por la legislación española; un gesto político serio sería que la Fiscalía General del Estado retirase los cargos contra los presos políticos y los exiliados. Por eso exigimos al gobierno español que inste a dicha Fiscalía a retirar esos cargos inmediatamente”. Eso ni es negociar ni es diálogo, como no lo sea de besugos. Y Junqueras sabe muy bien que los que viven muy bien en favor del proceso y en contra de España, no permitirán desenrocar el impasse que vivimos en Cataluña.
Los de Junts per Catalunya se sienten especialmente agredidos, porque mientras Esquerra tiene a su líder en la cárcel, ellos tienen al suyo viviendo como un señorito por esas Europas de Dios
Las bofetadas dialécticas de estos días pasados, inauditas hasta hoy, entre Junqueras y el PDECAT a propósito de quién sirvió mejor al separatismo con respecto al 1-O, quien se sacrificó más y quién puso más la carne en el asador son prueba de esa batalla silenciosa, pero constante, que se lleva a cabo en el corazón del movimiento separatista. Los de Junts per Catalunya se sienten especialmente agredidos, porque mientras Esquerra tiene a su líder en la cárcel, ellos tienen al suyo viviendo como un señorito por esas Europas de Dios después de darse a la fuga y dejar a los suyos en la estacada. Así las cosas, acercar a los separatistas encarcelados a Cataluña no va a beneficiar a nadie, salvo a sus familias, lógicamente, y a aquellos que deseen mantener una cierta interlocución con los que están empezando a entrar en razón, aunque no por ello renuncien ni a sus ideas ni a sus propósitos.
El libro de visitas de Junqueras será, no lo duden, la más interesante de las lecturas en los próximos meses. Como decía aquel anuncio, en las distancias cortas es cuando te la juegas.
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