El periodista Francisco Marhuenda, director del diario conservador La Razón y conspicuo interviniente en programas televisivos de griterío y bulla, decía la otra tarde en una de estas galleras: “Íñigo, preséntate. No sabes el favor que nos haces”. Decía esto Marhuenda con una mezcla bien equilibrada de sinceridad y sorna pero, se mire por donde se mire, tenía toda la razón.
El aterrizaje de Errejón en el campo de batalla de las próximas elecciones, al frente de un partido que está por hacer y que no tiene estructura de cuadros fuera de la Comunidad de Madrid, aleja aún más la posibilidad de que la izquierda logre gobernar después del 10 de noviembre. Repite, aumenta y consolida la maldición histórica del progresismo español, que no se ha presentado unido a unas elecciones jamás, desde los históricos comicios del 15 de junio de 1977. La antiquísima división (muchas veces irreconciliable) entre socialdemócratas y comunistas tiene alrededor de 100 años y, si ustedes hacen memoria, fue una de las causas de que Hitler alcanzase el poder en Alemania en 1933. Es solo un ejemplo de los desastres que han provocado las disensiones ideológicas entre socialistas y comunistas (en los dos casos, con sus diversas variedades zoomórficas, taxonómicas y nomenclaturales) desde la revolución soviética de 1917.
Aquella noche de la UCD
La derecha española, sin embargo, ha tendido siempre a la unidad, por lo menos de acción y de apariencia. Todavía recuerdo la cara que se nos quedó al Charrito y a mí aquella noche, la del 15 de junio de 1977, cuando, después del cierre de los colegios electorales, nos fuimos a visitar las sedes de los distintos partidos como quien va a una verbena, porque aquello no lo habíamos visto nunca. Cuando nos pasamos por el piso donde tenía su cuartel general la UCD, extraño revoltijo de conservadores que había ganado las elecciones, comprendimos lo que significaba la palabra euforia.
Un señor grandón, que llevaba el traje en el estado que suelen estar los trajes cuando ya han pasado cuatro o cinco horas del convite de una boda, nos puso una botella de cava en la mano, nos abrazó, nos felicitó y nos dijo, sin el menor problema de conciencia: “¿Centro? Eso es lo que hay que decir, chavales. Nosotros somos de derechas, del régimen de toda la vida, pero ahora han traído la democracia y hay que disimular”, y nos guiñaba el ojo. Aquel señor que estaba claramente piripi fue, pasado muy poco tiempo, presidente de la Diputación.
Los éxitos electorales de la derecha española se deben a su unidad, y esa unidad fue obra y gracia de Manuel Fraga Iribarne, que metió en el mismo partido a todos, desde los franquistas hasta los casi socialdemócratas; y, una vez pasado el episodio puerperal de la UCD, así se ha mantenido hasta que el milagro terminó con la aparición de Vox y Ciudadanos.
Las mentiras de Aznar
Los éxitos electorales de la izquierda, que los ha habido, no se deben a su unidad, sino al inmenso éxito que obtuvo el PSOE desde las elecciones de 1982 hasta 14 años después; lo demás han sido movimientos sísmicos breves, como el triunfo de Zapatero (aupado al poder por las inauditas mentiras del gobierno de Aznar tras la masacre del 11-M) y cosas semejantes.
Y ahora se nos aparece Errejón, que parece tener el don de la oportunidad. Las encuestas ofrecían, para después del 10 de noviembre, un panorama muy parecido al de ahora, con los que Manuel Vicent ha llamado sietemachos incapaces de ponerse de acuerdo ni en el corte de pelo. El PSOE subiría un poco, los de Iglesias se mantendrían y volveríamos a empezar la monserga.
Pero ahora se nos aparece Errejón, no hay manera de saber por qué, y sus portavoces intentan que la gente se trague que viene para llevar a las urnas a los que se iban a abstener. Eso es una solemne estupidez. Ni uno solo de los expertos en demoscopia electoral se podrá haber aguantado la risa al oír semejante cosa. Ya ha empezado: los valencianos de Compromís, que hasta ahora formaban prietas y marciales filas (más o menos) detrás de Iglesias, se han pasado al errejonismo ilustrado, aunque están por ver las consecuencias que tenga eso en los electores, que no son idiotas y que bailarán con quien les apetezca, no con quien les mande Baldoví.
Es obvio que Errejón le quitará votos a Unidas Podemos (la venganza es un plato que se sirve frío) y también al PSOE, con el que está destinado a llegar a acuerdos
Rita Maestre, muy en su papel de María Magdalena (qué formalita está; mentira parece, con lo que ha sido), repite y repite que ellos vienen no a destruir, sino a dar plenitud; no a dividir, sino a favorecer la comunión de los santos y la vida del mundo futuro. Es falso, desde luego. Desde que Julio César dijo aquello de divide et impera, todo el mundo que ha alcanzado el poder (o que lo ha intentado) sabe muy bien que lo mejor que puede sucederle es que sus adversarios estén divididos. Napoleón no habría tenido éxito sin su habilidad para sembrar cizaña entre los reyes de Europa. Los británicos no habrían aguantado cuatro siglos en la India de no haber hecho otro tanto con los grupos étnicos y religiosos del subcontinente, lo cual, al final, propició la división de la India en cuatro países distintos. Así sucede siempre. Se atribuye al pérfido Andreotti (y a otros) aquella frase envenenada: “Quiero tanto a Alemania que prefiero que haya dos”. Pues estamos en las mismas.
Y ahora se nos aparece Errejón y nos dice que él viene a unificar y a combatir la abstención. Con un par. Ya hay quien le atribuye una decena de escaños, aunque las encuestas hechas en 24 horas las suele confeccionar una sola persona con gran capacidad de inventiva. Pero es obvio que Errejón quitará votos a Unidas Podemos (la venganza es un plato que se sirve frío) y también al PSOE, con el que está destinado a llegar a acuerdos, si es que los números finales alcanzan para eso, que probablemente no alcanzarán porque lo que logrará Errejón será dividir, no multiplicar, y en todo caso restar, nunca sumar.
Es difícil saber a qué santos se encomienda en sus rezos Pablo Casado. Pero deberíamos averiguarlos porque son milagreros, vaya si lo son. Nunca habíamos visto a nadie que para levantar su partido tuviese que hacer una sola cosa: nada. Estarse quieto. Ya le hacen el trabajo los demás. Y Errejón el primero.
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