Inés Arrimadas vuelve… vuelve… vuelve a Jerez. Quizás en Barcelona no tenga mucho que hacer. Se reconoce su mérito al conseguir que Ciudadanos fuera el partido más votado por los catalanes en las autonómicas de 2017 con 36 diputados. En las siguientes, el partido naranja se quedó en seis. Todo porque Inés se dejó seducir, como muchos otros, y no precisamente por el Tenorio.
Es un caso más un mal que aqueja a los políticos catalanes que defienden la Constitución. Tienen un discurso que gusta, algunos con buena planta, caen bien e incluso les votan los que no son de su familia. Parecen personas sensatas. Hasta que un buen día, cuando están que se comen la osa, deciden hacer las maletas para politiquear en Madrid. Y ya no son capaces ni de dar un zarpazo de osezno. Se desinflan.
Arrimadas es la portavoz de su grupo en el Congreso de los Diputados y algunas veces sale en las noticias porque todos los partidos tienen derecho a unos minutos de tele. No quiere o no puede volver a Barcelona. Quizás por el plantón que ya les dio a los catalanes cuando dijo que le gustaba más un escaño en la Carrera de San Jerónimo que en Parlament.
En su ansiada Madrid, donde no se atan los perros con longaniza, se llevó más palos que una manta, se enamoró y lo dejó todo para irse de concierto
Algo parecido le ocurrió a su antiguo jefe, Albert Rivera, que triunfaba con su historia de Ciudadanos, caía muy bien, con y sin ropa, a la media nacional. Pero en la apetecida Madrid, donde no se atan los perros con longaniza, se llevó más palos que una manta, se nos enamoró y lo dejó todo para irse de concierto.
En todos los partidos cuecen habas. Alicia Sánchez-Camacho estuvo casi una década dirigiendo el Partido Popular catalán y no tuvo más remedio que mudarse a la capital porque el ambiente era insufrible. Y nada, diputada autonómica con otros 134 más. Ahora está trabajando en el muy acogedor y apetecible barrio de Puente de Vallecas. O Andrea Levy, que tenía su rollo y una historia en el Parlamento catalán y ahora será una concejal más en el Ayuntamiento madrileño. Triunfan en su tierra y pasan sin más.
Lo del PSOE, y más esta versión sanchista, es otra historia porque martes y jueves defendemos la Constitución y el resto de la semana, depende de cómo salga el sol. Joan Clos fue alcalde de Barcelona muchos años y hay que buscar en Google qué hizo como ministro de Zapatero. Todo lo contrario que Salvador Illa a quien se le recuerda, y no para bien, como el ministro de Sanidad de la pandemia. Pedro Sánchez lo remitió de vuelta a su tierra y el recambio ha sido Miquel Iceta, que es un ministro que baila y se encarga del deporte, un asunto que detesta. Lo suyo es enredar.
Hace poco escuché a Juan Milián, un tipo que escribe libros y vive en su tierra. Es diputado del PP en el Parlament y va de número dos a la alcaldía de Barcelona. Allí es cabeza de ratón. El chico tiene su público, con su discurso constitucionalista, antinacionalista, razonable, ponderado, bien estructurado y con enormes dosis de sensatez. Su mayor riesgo es que caiga víctima del síndrome del catalán demócrata, que haga las maletas y se las pire a Madrid, donde parece que Sánchez va a regalar pisos o cuarteles, no se sabe. Vista la trayectoria de sus predecesores siempre es mejor que cada mochuelo se quede en su olivo y aguante su vela. Porque Madrid es mucho Madrid. Inés, suerte en Jerez.
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