Opinión

Donald Trump en estado puro

De lo que no hay duda es que la confrontación con la prensa será uno de los aspectos que dejará para la historia esta rueda de prensa; y muy probablemente, también, su presidencia. Desde Nixon ningún presidente se había mostrado tan desafiante con los periodistas.

Cinco meses después, Trump abandonó Twitter, su aliado, ese álter ego, @realDonaldTrump, con el que difunde sus ideas arrebatadamente. Pero fue solo por un momento, menos de una hora, cincuenta y seis minutos exactos donde dio la cara para demostrar a los demás que habrán de encajar muchos golpes, de acuerdo a esa doctrina tan particular que le alimenta: los otros, siempre los otros.

Trump se siente cómodo en el monólogo, sin elementos que le perturben. Sabe que ahí ganará siempre, porque compite consigo mismo, esprintando entre los dislates del fuego amigo que aviva con deleite –al enemigo le permite incinerarse solo-. Así, como un crupier generoso, agitó sus manos ante las miradas estupefactas de quienes estaban sentados a la mesa. Hubo para todos. Para las agencias de seguridad y servicios de inteligencia, para su predecesor, para el invitado al banquete, Rusia, y para ese convidado de piedra que es la prensa, a la que denigró por cumplir su papel con exceso de celo. En definitiva, casi una hora de incendio.

Trump interpretó con soltura el papel del justiciero de un western; fue Wyatt Earp. Y donde puso el ojo, puso la bala.

Acostumbrado al show televisivo, Trump interpretó con soltura el papel del justiciero de un western; fue Wyatt Earp. Y donde puso el ojo, puso la bala. Lo sabe bien Jim Acosta, periodista de CNN, a quién Trump negó el turno y llamó “inventor de noticias –fake news–" tras reprenderle varias veces: “no seas maleducado”. También ejerció de nativo americano, como llaman en este país a los indios, para pasar los micrófonos a cuchillo y hacer del ataque la mejor defensa.

El resto, lo de siempre. Hablar con deleite, justificarse con ese manual de estilo que solo él conoce y sobre el que ha cimentado su elección como el presidente número 45 del país. Ya fuera de las trincheras, se mostró diligente, con ese discurso bien sabido que ha repetido durante toda su campaña. Sin embargo, fue todavía más duro, más enérgico, como si la vitola de la victoria hubiera consolidado su inquietante suficiencia.

Trump sabía que la transición sería agitada, porque la política norteamericana está en guerra. Sin embargo, que la ruptura definitiva se produzca dependerá de lo que haga

Que nadie se engañe, Trump sabía que la transición sería agitada, porque la política norteamericana está en guerra. Sin embargo, que la ruptura definitiva se produzca dependerá de lo que haga. Los Demócratas y la prensa no se lo van a poner fácil. Para empezar, quien pensara que iba a recular en algunos de sus propósitos, se equivocaba: Trump está dispuesto a liquidar la herencia Obama, especialmente su sistema de salud. “Es un desastre” dijo. Y añadió: “vamos a demolerlo y a cambiarlo por uno mejor y menos caro”. Hace tan sólo un mes afirmaba que había cosas aprovechables; ahora, nada. La primera en la frente.

Habló de México y el muro, parte fundamental de su credo de campaña que sigue muy vigente entre los votantes. Y ahí tampoco le tembló el pulso: “No vamos a hacer una valla, es una pared. Vamos a construir un muro. Y México, de alguna manera, se encargará de reembolsar los gastos”. Habrá que ver como lidia este toro el presidente mexicano, Peña Nieto, después de haber asegurado, de forma tajante, que su país no contribuirá a esa división parcelaria.

A ocho días de ostentar el cargo, el próximo presidente de los Estados Unidos se muestra inasequible a la moderación

Cuando llegó el turno de Rusia, Trump tampoco pestañeó. Es verdad que reconoció lo que es un clamor en Washington D. C.: “en cuanto al hackeo, creo que fue Rusia”. Pero hasta ahí quiso leer. De hecho, para hacer valer sus planes en materia de defensa cibernética, señaló a China. Tampoco evaluó las filtraciones que perjudicaron, claramente, a los demócratas. Por el contrario, habló de su relación con Putin como un valor, casi como un impuesto, pero no quiso expandirse en un asunto hoy por hoy lleno de aristas. Habrá que esperar.

De lo que no hay duda es que la confrontación con la prensa será uno de los aspectos que dejarán para la historia esta rueda de prensa. Y muy probablemente, también su presidencia. Desde Nixon ningún presidente se había mostrado tan desafiante con los periodistas. De hecho, centrándose en dos medios –CNN y el portal Buzzfeed–, les reprochó airadamente que publicaran filtraciones, según las cuales, Rusia tiene información que le compromete. Después, sin bajar el tono ni una octava, aseguró que se distanciaría de sus negocios... no sin antes asegurar que es capaz de “llevar las dos cosas sin problemas; mis empresas y mi país”. De momento, dos de sus vástagos, Eric y Donald Jr., le relevarán para evitar el conflicto de intereses.

En resumen, a ocho días de ostentar el cargo, el próximo presidente de los Estados Unidos se muestra inasequible a la moderación; es decir, Trump en estado puro. Si alguien aún confía en que tarde o temprano se moderará, será mejor que espere sentado.

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