La del Rey padre, Juan Carlos I (perdonen ustedes pero me niego a usar eso de “Emérito”, que me parece más cursi que el Romance de la reina Mercedes, de Quintero, León y Quiroga), es una historia trágica. Y esto se sabe ahora, cuando ya está en la inevitable recta final. En otros tiempos no tan lejanos parecía otra cosa.
Fue un niño solitario, primero abandonado en un internado tenebroso (el de Lausana) y luego en el Madrid de Franco, donde más que un niño era un peón en la tremenda partida de ajedrez que su padre (don Juan) y el dictador jugaron durante veintisiete años. Se pasó la infancia rodeado, la mayor parte del tiempo, de gente a la que no conocía o a la que no quería. Vio a su madre muchas menos veces que cualquiera de nosotros hayamos visto a la nuestra. El estúpido accidente que costó la vida a su hermano Alfonso (estaban los dos chicos haciendo el tonto con una pistola) le traumatizó para toda la vida, lo mismo que al resto de la familia.
Nunca le preguntaron nada. Siempre le dijeron qué tenía que estudiar y cuándo, y con quién; si tenía que estarse en Madrid o en Zaragoza, muchas veces partiéndose la cara con los chavales que insultaban a su padre, o si podía volver a Estoril, donde no tenía nada que hacer. Tenía que pedir dinero para tabaco, para zapatos o para taxis a los adustos amigos de su padre. Enamoradizo, infantilmente apasionado con sus sucesivos ligues (un chico falto de cariño, eso estaba claro desde el principio), acabó casándose con una muchacha extraordinaria, Sofía, que le quiso siempre mucho más que él la quiso a ella.
Durante muchos años fue, para la gran mayoría de los españoles, un héroe que trajo la democracia y la libertad a España, con ayuda de muy pocos
Aguantó temporal tras temporal, humillación tras humillación, en lo personal y en lo político, hasta que al anciano dictador le dio por morirse y él logró la corona. Aquello le causó gravísimos disgustos con su padre: estuvieron años sin hablarse. Ha tenido poquísimos amigos verdaderos y esto se ve ahora, cuando tantos le dan la espalda. Durante muchos años fue, para la gran mayoría de los españoles, un héroe que trajo la democracia y la libertad a España, con ayuda de muy pocos. El mundo entero le admiraba por eso. Pero luego, en muy poco tiempo, pasó a ser, también para muchos, un villano, un cortabolsas y un corrupto que, codicioso, atropaba todo el dinero que podía. Se le podía perdonar que, ya de viejo, perdiese la chaveta por una comadreja muy mona pero mucho más avariciosa que él, la tal Corinna; pero lo del dinero no se le podía perdonar, eso no.
Y quizá sea esto lo peor: nació en el exilio (Roma) y lo más probable es que muera también en el exilio, si alguien no lo remedia en el último minuto. Por su mala cabeza y nada más. Desde el punto de vista histórico, esto es una tragedia terrible… pero nada nueva en la jefatura del Estado español desde hace varios siglos. A muchos reyes y a casi todos los presidentes que ha habido en nuestro país les pasó lo mismo. Pero imaginar que Juan Carlos, que durante décadas fue tenido, sin discusión, por el mejor Rey de nuestra historia, muera lejos del país es como una maldición de novela gótica.
Después de su catastrófica aparición en Sanxenxo, hace unos meses, parece muy poco probable que el antiguo Rey, Rey padre, ex Rey o Rey abdicatario (como dicen los italianos) vuelva a España. Lleva años con una salud que cambia entre mala y peor. Ha cumplido los 84. Uno de sus leales, el periodista José Antonio Zarzalejos, ha hablado (no sin afecto, desde luego) de algo parecido a una demencia, por las cosas que hace y dice. Lo que no tendría nada de extraño sería una depresión como la copa de un pino. No se pasa impunemente de ser San Jorge a caballo y con la lanza a ser tenido por el dragón. Y tan rápido.
Si Juan Carlos muere fuera de España… ¿qué se hará? No me preocupa tanto el qué o el cómo: nos sobran especialistas en protocolo. Lo que me preocupa es el dónde. Porque nadie lo sabe. Y si alguien lo sabe, no lo dice.
Este asunto es algo que ha hecho enfadar mucho a Juan Carlos desde hace años. No quería ni que se mencionase el asunto, seguramente porque pensaba que traería mala suerte. Y siempre se negó en redondo a pensar en algo tan necesario como su lugar de descanso final; el suyo y el de la reina Sofía. Eso ha cambiado algo en los últimos meses: ha dicho en alguna ocasión que, si quieren, que lo “entierren” en el mar, respuesta típica de un depresivo. Así que la pregunta sigue ahí: ¿dónde llevarlo?
Hay quien ha planteado construir, junto al actual panteón, otro igual (o parecido) para alojar a veintiséis cuerpos más. Esto, aparte de carísimo, plantea muy serias dificultades técnicas
El Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial está lleno: las últimas dos tumbas que quedaban vacías son las de don Juan y doña María de las Mercedes, padres de Juan Carlos. Hay quien ha planteado construir, junto al actual panteón, otro igual (o parecido) para alojar a veintiséis cuerpos más. Esto, aparte de carísimo, plantea muy serias dificultades técnicas. Pero es una posibilidad.
Don Juan de Borbón llegó a planear su entierro y el de su esposa en el monasterio de Poblet, en Tarragona, que también es panteón real, como lo son Oviedo, León (san Isidoro), San Juan de la Peña, Toledo, Sevilla, Burgos (Las Huelgas), Granada y varios más. Todas esas posibles soluciones se antojan, a día de hoy, ilusorias. O anacrónicas. O las dos cosas.
En El Escorial están enterrados todos los reyes de España desde Carlos I, salvo cuatro: Felipe V, el primer Borbón español, que prefirió “su casa” de La Granja de San Ildefonso; su hijo Fernando VI, que está con su esposa en el monasterio de Las Salesas, en pleno centro de Madrid; José I Bonaparte, que descansa en Los Inválidos de París, y Amadeo I, que fue sepultado en la basílica de Superga, en Turín.
No parece mala idea el Palacio Real. Pero a día de hoy, y que se sepa, nadie ha movido una piqueta, ha trazado un plano o siquiera ha redactado un par de folios con un proyecto
¿Qué hacer con Juan Carlos y Sofía, esto dando por supuesto que la Reina acceda a descansar, cuando le toque, junto a su marido? ¿Ponerlos en la nada atractiva catedral de la Almudena, junto a la Reina María de las Mercedes, la de la copla? Podría ser una solución, pero mala: a la Reina Mercedes la sacaron de El Escorial para llevarla allí. Huele un poco a “segunda división”. Y, la verdad, no logro imaginarme a la exquisita y cultísima doña Sofía bajo los horripilantes frescos y vidrieras kitsch de Kiko Argüello.
Otra opción: la capilla del Palacio Real. Allí se han celebrado bodas, bautizos, funerales y tedeums, pero tumbas, que yo sepa, no hay ninguna. Juan Carlos y Sofía serían los únicos reyes allí. No parece mala idea. Pero a día de hoy, y que se sepa, nadie ha movido una piqueta, ha trazado un plano o siquiera ha redactado un par de folios con un proyecto, ni para el Palacio de Oriente ni para ninguna parte.
Yo creo que ya va siendo hora de que alguien haga algo. El tiempo pasa. Y pasa deprisa.
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