"Hoy es un gran día para la ciencia y la humanidad. El primer conjunto de resultados de nuestro ensayo de la vacuna Fase 3 Covid-19 proporciona evidencia inicial de la capacidad de nuestra vacuna para prevenir la covid-19 ", eso aseguraba Albert Bourla, presidente y director ejecutivo de Pfizer, en el comunicado de la farmacéutica, que hablaba también de una efectividad que rondaba el 90%, el 9 de noviembre de 2020. El entusiasmo de esas declaraciones provocó que noviembre de 2020 fuera el mejor mes de la historia del Ibex consiguiendo una revalorización del 25%, aunque también es cierto que nuestro índice entonces estaba especialmente infravalorado porque apenas había rebotado mientras el resto de bolsas mundiales estaban muy lejos de sus mínimos de la primavera de aquel año.
Pocos temas más polémicos estos meses que las vacunas ARN mensajero. Algunos ya estaban en contra porque también lo estaban contra las vacunas tradicionales. Esto es difícil de justificar: las vacunas han sido uno de los mejores descubrimientos médicos de la historia y han ayudado a reducir la mortalidad infantil de modo muy notable, y han conseguido que enfermedades que antes eran comunes, como el sarampión, han pasado a ser anecdóticas. Se utilizaban argumentos tan absurdos como que en el líquido a inyectar habían colocado microchips para controlarnos (como si hiciera falta, llevando todos un móvil encima). Precisamente ha sido tal el éxito histórico de las vacunas que el resultado de las utilizadas en la pandemia resulta decepcionante.
Llamar borregos a los que se ponen dosis o incluso tratar de bobos a los que usan mascarilla por la calle, resulta muy intolerante
Al menos yo esperaba que actuara como lo hizo hace décadas contra la polio (he conocido a personas con secuelas por haber padecido esta enfermedad), para haber acabado prácticamente con ella. Al final, estas vacunas ARN ni han frenado el contagio ni han eliminado la enfermedad, lo que no significa, por supuesto, que no sea mejor estar vacunado que no, algo que deben decirlo los científicos y cada uno debe tener la libertad de tomar la decisión de creerlos o no, eso lo tengo muy claro. Pero va en ambos sentidos, porque si fue injusto llamar insolidarios a los que no se vacunaban (al fin y al cabo, los vacunados también podían contagiar) llamar borregos a los que se ponen dosis o incluso tratar de bobos a los que usan mascarilla por la calle, es muy intolerante.
Esa decepción de la que hablo, unida a que se va perdiendo el miedo al virus (el mes pasado sufrí un resfriado mucho más molesto y duradero que los últimos casos de coronavirus de mis conocidos), y los numerosos errores de actuación y comunicación de nuestras autoridades desde febrero de 2020, han impulsado últimamente el discurso antivacunas, y todo apunta a que la campaña para la cuarta dosis no tendrá demasiado éxito. Pero la mayoría de lo que defienden los antivacunas no se sostiene.
Primero, quitan importancia al coronavirus en sí, argumentando que tampoco ha habido tantos muertos. Minusvalorar un virus tan contagioso, que ha mutado varias veces (por suerte a variantes más débiles) y que tiene consecuencias negativas -ya conocidas y aún por descubrir- que pueden ser permanentes, es irresponsable, y lo de los pocos muertos que se lo digan a los familiares, que no son pocos. Además, inventarse relaciones causa-efecto para intentar demostrar, sin ninguna cifra que lo respalde, que, por ejemplo, si alguien sufre un infarto viendo un partido de fútbol es culpa de la vacuna, tampoco lo es. Incluso octogenarios fallecidos con problemas cardiacos previos, son rápidamente anotados como “víctimas del veneno”.
Si a esto sumamos el innumerable reguero de paparruchas (más conocidas como fake news) que o bien se han creído o bien han compartido en las redes sin ni siquiera saber si eran verdad simplemente porque apoyaban sus tesis (algo a mi juicio peor que ser ingenuo), la credibilidad de este grupo queda muy tocada.
Lo más curioso del caso es que yo, que no sé nada de mecánica del automóvil, no puedo sostener que los posibles problemas que tienen los coches vienen de que se adultera la gasolina, por ejemplo; antes de repartir culpas, necesito que alguien con conocimiento analice el combustible y determine que existe esa relación. Sin embargo, millones de personas creen que los médicos y científicos, que hasta 2020 eran responsables de que la Humanidad tuviera la mayor esperanza de vida de su historia, de repente se conjuraron para inventar algo con lo que fastidiarnos la salud. O son seres corruptos al servicio de una conspiración mundial, algo bastante irracional.
Además, los antivacunas alegan que en realidad las vacunas ARN no son tales, como si ellos conocieran la definición mejor que sus creadores y los miles de investigadores que están usando esa misma técnica, en su intento de prevenir enfermedades tan graves como el cáncer. De hecho, lo más positivo de la pandemia puede ser precisamente eso, el salto tecnológico que se ha dado y que puede conseguir vencer a otros males, más allá del covid-19.
Por otra parte, hay un componente ideológico dominante en los antivacunas. Suelen situarse en un punto muy determinado del tablero político, allá por la derecha (aunque no siempre) y coinciden en una actitud anti globalista. No veo cómo una postura ideológica determinada, puede relacionarse con la efectividad o no de un medicamento, no me imagino que haya una campaña contra el ibuprofeno, por ejemplo, y que dé la casualidad de que la mayoría de ellos sean votantes del mismo partido político. Esto además encierra una gran contradicción ideológica, porque suelen simpatizar con Putin y adoran a Trump.
Los antivacunas alegan que en realidad las vacunas ARN no son tales, como si ellos conocieran la definición mejor que sus creadores y los miles de investigadores que están usando esa misma técnica
Rusia fue el primer país que, por insistencia de su máximo dirigente, creó una vacuna y Trump fue un gran impulsor -ofreciendo dinero público a las grandes farmacéuticas, aunque Pfizer lo rechazó- la creación de la vacuna ARN en 2020. Es más, ha declarado varias veces, incluso sufriendo abucheos por ello, que se ha puesto las tres dosis, cuando podía haber alegado que, como pasó la enfermedad, no las necesitaba.
Para colmo, últimamente hay un grupo, al que se han unido personajes de la izquierda ideológica, que ha fusionado su prédica antivacunas con una beligerancia anti Ucrania, politizando aún más el tema y consiguiendo, una vez más, que los extremos ideológicos compartan puntos comunes.
Está bien que todos seamos escépticos, aunque estoy más a favor de ser lógicos y estar bien informados antes de tomar postura, y muy a favor de que cada uno haga lo que quiera mientras no perjudique a los demás. Precisamente por esto mismo, hay que ser tolerantes y dejar de insultar y atacar a quien tiene una postura diferente a la nuestra, por muy absurda que nos parezca.
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