Al final, la inflación interanual de marzo rozó el 10 por ciento, cifra que, por cierto, no me extrañaría que termináramos alcanzando en la revisión de mitad de abril. La situación es obviamente crítica y para evitar que sigan aumentando los costes de una inflación tan elevada el Gobierno se ha propuesto aplicar una serie de medidas. Estas, como es obvio, pueden tener un efecto más o menos positivo o negativo en función de cuál sea su naturaleza y diseño.
La semana pasada explicaba que, aún hoy, buena parte de la inflación venía motivada por muy pocas rúbricas. A pesar de que la inflación subyacente se mantenía en crecimiento y alcanzaba el 3,4 %, dos tercios de la subida de precios en marzo vendría explicada por electricidad y carburantes. Así pues, es el control, si es que es posible, de los precios que definen estas partidas lo que facilitaría, a su vez, el control de la inflación en el corto y medio plazo.
En primer lugar, debemos decir, sin embargo, que la repercusión no va a ser similar si comparamos las medidas de control de los precios de los carburantes y de la electricidad ya anunciadas e incluso alguna implementada. Además, lo inocuo que puede ser o no cada una de dichas medidas es también diferente al tratarse de dos mercados que funcionan de forma muy diferente.
En cuanto a los carburantes, desde el pasado viernes se aplica una reducción o descuento de 20 céntimos por litro en las estaciones de servicios. Esta medida, a pesar de ser problemática por los efectos de segunda ronda que generan, como puede ser crear incentivos no apropiados en momentos de precios elevados o transferencias de rentas a países exportadores de petróleo, entre ellos Rusia, tendrán de forma directa un escaso efecto sobre la inflación. Así, como vimos en el artículo de la semana pasada, la aportación de los carburantes a la inflación de febrero fue de 1,67 puntos. En marzo es posible que haya subido hasta los dos puntos. Una reducción de los precios en 20 céntimos recortaría en algunas décimas dicha aportación, pero sin lograr eliminarla. La razón es que a principios de abril de 2021 el litro de gasolina estaba a 1,31 euros. Hoy se sitúa sobre los 1,95, lo que quiere decir que el descuento reduciría menos de la mitad del aumento en un año, por lo que no eliminaría esos dos puntos de aportación. A lo sumo lograría unas 8 décimas en estos meses, aunque dependiendo de la evolución del precio del crudo en las próximas semanas.
El procedimiento sería algo así como transferir excedentes desde las tecnologías más baratas, que obtienen beneficios caídos del cielo, a aquellas empresas que usan el gas
En cuanto al precio de la electricidad esta debería ser la gran apuesta del gobierno si el objetivo, como hemos dicho, es reducir la inflación en el corto plazo. La intervención, a diferencia del carburante, no implica un control de precios para todo el mercado sino solo para la industria marginal en la generación eléctrica. En este sentido, el procedimiento sería algo así como transferir excedentes desde las tecnologías más baratas, que obtienen beneficios caídos del cielo, a aquellas empresas que usan el gas reduciendo de este modo el precio marginal y suponiendo un ahorro para el consumidor. Sin embargo, como habrá que compensar a estas empresas el coste no cubierto por un precio reducido, la repercusión sobre la factura final del consumidor no será completa. Aún así hablamos de transferencias de excedentes más que de reducción de precios, pero con la consecuente derivada de caída de este último.
Para calcular qué puede suponer esta medida sobre la inflación hagamos unos números sencillos. En primer lugar, miremos la figura siguiente. Esta muestra la correlación entre el precio internacional del gas (TTF) y el precio de la factura de la electricidad en España desde enero de 2021 (izquierda). A la derecha, la relación entre dicha factura y la rúbrica de electricidad en el IPC desde el mismo momento. Las relaciones son claramente perfectas, por lo que más que estimar estaríamos calibrando un resultado.
Así pues, imaginemos que abril acaba con un precio medio del gas de 120 €, es decir, al nivel con el que empieza. Supongamos, además, que se logra bajar el precio del gas a los 30 euros anunciados por el gobierno en mayo. Esto implicaría una caída del precio al que ofertarían las marginalistas al que habría que sumarle el aumento de tarifa para compensar el diferencial entre costes y precio recibido. El gobierno calcula que la factura de la luz rondaría los 130 euros por MW/h. Si iniciamos mayo con esta medida (asumiendo que llegamos a dicho mes con el ok de la Comisión), el efecto en la inflación sería inmediato.
Con las estimaciones basadas en las relaciones de la primera de las figuras mostradas, se puede observar en la figura anterior que la aportación de la electricidad a la inflación en marzo debería estar en torno a los 4,7 puntos de los 9,8 anunciados hace unos días, justo el 50%. En abril, suponiendo un precio medio del gas en 120, estaría en 2,3 puntos porcentuales. Es decir, todo lo demás constante (no tiene por qué suceder), la electricidad recortaría la tasa de inflación en 2,4 puntos en el actual mes. En mayo, si entrara en vigor la rebaja propuesta por el gobierno, hablaríamos ya de 4,1 puntos menos y en junio de 4,3. Si se mantuviera la medida hasta diciembre, el efecto sería de 5,6 puntos porcentuales menos de inflación. Si a esto añadimos esas décimas en carburantes, podríamos recortar antes del verano la mitad de la inflación de marzo.
Una inflación en la mitad de la actual
Obviamente esto es suponiendo todo lo demás constante. Recordemos que la subyacente crece, y lo hará meses después de que incluso se haya producido la bajada de los costes energéticos. Sin embargo, asumiendo que alcanzara el máximo en dos o tres meses después y que las medidas tuvieran éxito, podríamos llegar a finales de año con una inflación incluso menor de la mitad que la actual.
De nuevo, todo esto es hoy pensando que lo peor ya lo hemos pasado y que las cosas no van a empeorar más (ojo, no digo que mejorar). En ese escenario hipotético, estas serían más o menos las cuentas. En otros escenarios, serían otras, por lo que tendremos que ir revisando estos números a medida que vayan ocurriendo los eventos. Lo digo porque siempre debemos entender que las estimaciones o cálculos, como son estos, se realizan para escenarios concretos. Si, por ejemplo, la Comisión no avalara esta intervención, todo lo escrito en esta columna no serviría de absolutamente nada. Si la guerra acabara mañana, lo mismo estas medidas no serían necesarias. Por lo tanto, esperemos y veamos.