Opinión

Cristina Pardo y el debate disfuncional sobre las drogas

La estrella de la Sexta aborda un problema serio de manera superficial y esteril

Tertulia del pasado 2 de mayo en el plató de Más Vale Tarde, en La Sexta. A Cristina Pardo se le ha ocurrido una idea rompedora: enviar a una de sus empleadas al festival punk Viña Rock para hacer un reportaje sobre drogas. Se empotra con la Guardia Civil y nos cuenta anécdotas ‘de color’, desde lo bien surtidos que van los ‘camellos’ locales hasta la pésima suerte de una chica, militante de la sobriedad, que termina detenida por hacer el favor a una amiga de llevarle la marihuana a la zona de acampada. A Pardo no le parece suficiente, así que añade algo de su cosecha: “Hay quien me ha hablado de que en eventos de estos multitudinarios en los que el traficante lleva datáfono". ¿Para qué compartir datos si se puede tirar de especulaciones y chascarrillos?

La Sexta es un buen ejemplo de los debates disfuncionales sobre las drogas, con programas de análisis político buscando poner nerviosos a los padres de los jóvenes que han ido al Viña Rock a la vez que Iñaki López exhibe sintonía con Loquillo, Bunbury o “El Drogas” (Barricada) y les trata de iconos culturales (que lo son). No hay una posición coherente como cadena, mucho menos interés en elevar el debate, solo morbo por los consumos juveniles o por el estilo de vida de los ricos y famosos (el morbo progresista y el morbo de tabloide terminan resultando indistinguibles). Lo que no vamos a ver nunca es un reportaje sobre consumo de drogas en los platós de televisión, por mucho que sepamos a ciencia cierta sobre episodios de excesos, desde que a Alonso Caparrós tuvieron que atarle los pies a la silla en el concurso Furor (Antena 3) hasta todo lo que han contado sobre ellos mismos los hermanos Matamoros, pasando por aquella vez en que el trapero Yung Beef declaró en La Resistencia que tiene un colega que lleva habitualmente droga a Telecinco

Una idea más sensata que el alcohol

El capitalismo actual, que tiende a borrar los límites y las estructuras sólidas, empuja a consumir drogas aunque no quieras (o no quieras del todo). En las televisiones, por ejemplo, vemos programas eternos en que se exige a los periodistas estar todo el rato enérgicos, afilados y chispeantes para hablar en bucle sobre Isabel Pantoja, las caras de Bélmez o el recuento en el Condado de Maricopa. Respecto a los festivales, bien lo sabemos quienes vamos con frecuencia, las drogas no son solo una opción recreativa, sino muchas veces el remedio más a mano para evitar el agotamiento, sobreponerse al mal sonido y mantenerse despierto por un precio más razonable que el de tres copazos. A la hora de volver a casa conduciendo, hay veces que una raya de cocaína o de speed puede ser una idea más sensata que conducir medio borracho o con el bajonazo del alcohol. Igual el problema no son solo las drogas, sino unos festivales desproporcionados en todo, donde el transporte púbico (trenes, taxis y autobuses) muchas veces no es capaz de absorber ni al veinte por ciento del público convocado (y los precios de los hoteles están fuera del alcance de la mayoría). 

El consumo de drogas en festivales no es solo una cuestión moral sino de un ecosistema cultural compulsivo

Las soluciones no son sencillas: seguramente pasan por festivales más pequeños, de proximidad, con mejores servicios para los asistentes. En muncipios como Benicássim, cuna del primer hito de la actual fiebre, saben de sobra lo que es tener tres semanas al año con una oferta musical desbordante y luego cuarenta y nueve donde se sufre sequía de conciertos. Durante los cuatro días del Sónar, Barcelona absorbe a gran parte de los mejores discjockeys del planeta, pero en el resto del calendario está muy por debajo de capitales como Berlín, Londres o Tel Aviv. El atracón de grupos hípster del Primavera Sound se traduce en una clara destrucción del circuito de salas, ya que la mayoría de artistas prefieren cobrar mucho por tocar una vez que soportar las incomodidades de una gira de seis fechas por España. Resumiendo: el consumo de drogas en festivales no es solo una cuestión moral, de la juventud tirándose por un barranco químico, sino de un ecosistema cultural compulsivo, cuyo ritmo muchas veces solo puede seguirse si vas algo colocado. 

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