Opinión

La dualización socialista está de vuelta

Los bien educados en una libertad responsable tienen más éxito en la vida que los que se abandonan a una dependencia sempiterna del Estado

A mediados del pasado siglo la sociedad española era una típica sociedad dual. En el marco de una economía cerrada, la mayoría de la población tenía un bajo nivel educativo y como consecuencia un muy limitado nivel de renta, mientras que el resto con un mejor nivel de educación podía prosperar con trabajos cada vez mejores. Con el Plan de Estabilización de 1959 que liberalizó la economía, España enseguida comenzó a desplegar todo su potencial no solo económico; la educación se extendió cada vez más haciendo desaparecer el analfabetismo, aumentando la población con educación secundaria, así como universitaria. Una verdadera igualdad de oportunidades basada en una educación seria como ascensor social consagró el extraordinario y sin igual éxito del desarrollismo español que conllevó, a la muerte de Franco, a nuestra modélica Transición democrática. Por entonces –1975–, nuestra renta per cápita había superado el 95% de la media de la UE, y la clase media dominaba el panorama social.

Los Pactos de la Moncloa, un arreglo político que cambió paz social por concesiones de mala política económica, lastraron el gran dinamismo de nuestra economía consolidando una década de alejamiento en renta per cápita de Europa, mientras el desempleo se disparaba desde el 4,72% de 1976 al 20,64% de 1986.

La sempiterna dualización social del pasado que había sido vencida al comienzo de la Transición Política, desde entonces regresó de la mano del desempleo; el mejor desigualador económico y social que existe.

El paro se consagró como inseparable compañero de viaje de los gobiernos socialistas y por tanto de la consecuente dualización social que engendra

Con los socialistas en el poder, la política económica se orientó decididamente a obstaculizar la función empresarial y encarecer fiscalmente el empleo, limitando así el alcance del crecimiento económico, mientras el gasto público se disparaba y con él la subvención incondicionada –un invento español– al desempleo. De este modo, el paro se consagró como inseparable compañero de viaje de los gobiernos socialistas y por tanto de la consecuente dualización social que engendra.

Entre 1983 y 1996, la tasa de paro se consolidó por encima del 20% con un solo año por debajo del 17%, mientras los socialistas emprendieron uno de sus más exitosos –para desgracia de España– proyectos: la destrucción de la educación, mediante reformas que la banalizaron en cuanto a contenidos y exigencias académicas, mientras subvertían sus valores morales. Una gran personalidad política socialista de muy alto perfil intelectual, recordó entonces casi en voz baja –pero en público- a sus compañeros de partido responsables del tema educativo, que ”no creía que las empresas, a la hora de contratar, fueran a crear más empleo con una oferta laboral malamente educada”.

He aquí como políticas económicas contrarias al libre desempeño de la función empresarial y educativas declaradas enemigas de la empleabilidad se han venido aliando para bloquear el acceso al mercado de trabajo de una enorme y vergonzosa cantidad de españoles.

Una relevante personalidad política de unos de los partidos que conforman el actual Gobierno, Lilith Verstrynge , secretaria de Organización de Podemos, acaba de explicitar los fundamentos ideológicos de las políticas que los socialistas han venido cultivando: “Frente a la cultura fascista del esfuerzo y la meritocracia, estaba el derecho a vaguear contra la fatiga estructural y la pandemia de ansiedad que genera el sacrificio".

Un impresionante número de españoles sobreviven dependiendo del estado, tras haber abandonado por el camino sus responsabilidad personal

Durante los gobiernos de centro derecha, especialmente de Aznar y también de Rajoy, el desempleo disminuyó debido a políticas menos lesivas para las empresas y cambios positivos de la legislación laboral, pero tanto Zapatero como Sánchez volvieron a hacer todo lo posible para aumentarlo mientras empeoraban aún más la educación.

El panorama social de España no puede ser más desolador: un impresionante número de españoles sobreviven dependiendo del estado, tras haber abandonado por el camino sus responsabilidad personal asociada a la libertad de buscarse la vida por sí mismos. La libertad, “uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos” al decir de Don Quijote, justo ahora, en el tiempo histórico que más plenamente puede ser ejercida por los españoles está siendo cada vez más despreciada.

El sistema educativo público basado en el abandono del esfuerzo, el trabajo bien hecho, la disciplina, la jerarquía de los conocimientos, el mérito y tantos otros valores educativos de la personalidad humana, en el que los deberes escolares y los exámenes son despreciados por cada vez ¡más padres!, ha dado lugar, salvo las consabidas y muy meritorias excepciones, a innumerables jóvenes irresponsables de su propio destino y por tanto dependientes de un agente externo, el “Estado de Bienestar”, que habrá de velar por su suerte a lo largo de su vida.

Ni que decir tiene que esta dualidad forjada por la educación conlleva a una triste división: los bien educados en una libertad responsable tienen más éxito en la vida que los que se abandonan a una dependencia sempiterna del Estado mientras echan la culpa de sus desgracias a los demás.

En los países ricos, su círculo económico virtuoso consigue que sean muchos más los que trabajan y pagan impuestos que los que viven del Estado

Felizmente no somos -al Gobierno le gustaría- un Estado totalitario, y por tanto hay muchos padres que se preocupan por el futuro de sus hijos y les inculcan los valores que han impulsado lo mejor del desarrollo humano, dando a la educación la importancia que siempre tuvo -particularmente en España hasta la llegada de la ESO- y que ofrece como recompensa el ejercicio de la libertad para buscarse la vida con preparación y responsabilidad personal intransferibles convertibles en autoestima.

En los países ricos, su círculo económico virtuoso consigue que sean muchos más los que trabajan y pagan impuestos que los que viven del Estado; cultivan, por tanto una economía inclusiva –casi todo el mundo trabaja– en la que la autonomía y autoestima de los ciudadanos así como su responsabilidad personal son muy altas. Justamente lo contrario que sucede en las economías excluyentes -las dominadas por el desempleo– propias del Tercer Mundo, caracterizadas por amplias capas sociales incapaces de ganarse dignamente la vida, malamente dependientes del gobierno, con tan baja autoestima como autonomía y desacostumbrados a ejercer la responsabilidad personal.

Llegados a este punto, es muy difícil de creer que quienes legislan en contra de la buena educación no sepan que persiguen con ello; de hecho, bien que lo saben cuando deciden hipócritamente acerca de su propia educación y la de sus hijos, en dirección justamente contraria a la de su política. Saben muy bien que están cultivando el voto de los dependientes del gobierno que engendra necesariamente la mala educación.

La España dual, propia del Tercer Mundo que hace mucho habíamos abandonado y que este Gobierno está empeñado en cuajar de nuevo, solo podrá ser evitada si la todavía mayoría de ciudadanos con autoestima, autonomía, integridad –pensar, decir y hacer lo mismo- y responsabilidad personal son conscientes de lo que está sucediendo y actúan en consecuencia en unas próximas elecciones.

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