A lo largo de este mes se han hecho muchas encuestas, demasiadas, más de lo que suele ser habitual a dos meses de unas elecciones. El escenario que apuntan es muy parecido todas ellas: una victoria del PSOE pero por pocos escaños, entre 100 y 110. Le sigue el PP con unos 80-90, Ciudadanos con 60-70 y Podemos con unos 40-50. Cerrando la lista emerge Vox, que se apuntaría unos 20 o 30 escaños en el Congreso. Entre todos los partidos de ámbito nacional sumarían unos 320-330 escaños, es decir, el 95% de la cámara, idéntico porcentaje que en junio de 2016. El 5% restante se lo reparten los nacionalistas catalanes, vascos y canarios.
Ateniéndonos a estas encuestas todo lo que se observa es un trasiego de voto de Podemos al PSOE y del PP a Ciudadanos y Vox. De los 137 escaños que Rajoy obtuvo hace tres años unos 25 se irían a Vox y aproximadamente 30 a Ciudadanos. Podemos, por su parte, perdería 25 que recoge Sánchez en su totalidad.
Con estos números el pacto a la andaluza saldría por los pelos. PP, Ciudadanos y Vox se quedarían en unos 170-175 escaños mientras que el PSOE y Podemos llegarían rabiando a los 150. Pero recordemos que el bloque de izquierda puede echar mano de los nacionalistas, que entre todos suman unos 25 escaños. Eso lo cambia todo porque supondría un empate similar al de 2015.
Todo esto es válido si las encuestas aciertan, cosa que de un tiempo a esta parte no sucede. En 2015 y 2016 patinaron. Las agencias demoscópicas fueron incapaces de mostrar el inmenso voto oculto que tenía el PP. Tampoco anduvieron muy finas estimando los resultados de Podemos, cuya magia dejó de surtir efecto en el primer semestre de 2016. No hubo, tal y como vaticinaban muchos sondeos, un 'sorpasso' que 'pasokizase' al PSOE.
Hay más oferta que nunca: cinco partidos con implantación nacional, entre ellos la novedad distorsionadora que representa Vox, más los nacionalistas en no pocos territorios
¿La razón? O la gente miente cuando le preguntan o es que no lo tiene muy claro. Probablemente se trate de una mezcla de ambas. Por un lado hay más oferta que nunca: un total de cinco partidos con implantación nacional. Algo así no se había visto nunca y eso crea cierta indecisión. Por otro, queda por despejar la incógnita de en qué sentido están mintiendo los que han decidido hacerlo de un modo deliberado.
Si lo que les da vergüenza es decir que van a votar al PSOE o a Podemos nos encontraremos la noche del 28 con una inesperada tromba de votos para la izquierda que atornillarán a Sánchez en la Moncloa sin contestación durante otros cuatro años. Si es al contrario, si los que no quieren reconocer ante los encuestadores que votarán (otra vez) al PP o (por primera vez) a Vox, la fiesta de la derecha será por todo lo alto y quizá pueda fraguar un pacto como el de Andalucía.
Porque el de las elecciones andaluzas de diciembre es el precedente más ilustrativo y no las anteriores legislativas. La demoscopia se dio un piñazo histórico que encarnó mejor que nadie el CIS de Tezanos. Pero no sólo falló Tezanos, fallaron todos. No predijeron la subida de Vox y el batacazo del PSOE. Al día siguiente todos se preguntaban de dónde habían salido todos esos votos para Vox. Muchos de ningún sitio, es decir, aseguraron al encuestador que se iban a abstener y luego votaron a Vox. Otros, la mayoría, del PP e incluso algunos de Podemos. Resumiendo, que o mintieron o se decidieron a última hora.
Los sociólogos afirman que, de promedio, uno de cada cuatro votantes deciden su voto en el último momento, dos o tres días antes de las elecciones. Esto ayudaría a entender vuelcos como los de 2004, cuando los atentados del 11-M dieron la vuelta a las expectativas de voto que tenía en PP. Pero en las andaluzas no hubo un 11-M, tampoco en las de 2016. De manera que hubo mucha mentira. Dijeron una cosa y luego hicieron otra.
Ciertas opciones políticas, especialmente las de derechas, están muy estigmatizadas por los medios de comunicación y el consenso general, lo que promueve la ocultación del voto en las encuestas
Aquí surge una nueva pregunta: ¿por qué no quieren decirlo? Una de dos, o porque se avergüenzan de su propio partido, caso del PP en 2016, o porque entienden que no es políticamente correcto decir que votan a tal o cual formación, caso de Vox en Andalucía. No olvidemos que la corrección política lo inunda hoy todo, hace tiempo que salió de los debates televisivos y se instaló en templos de la vida cotidiana como el bar o la peluquería. Ciertas opciones políticas, especialmente las de derechas, están muy estigmatizadas por los medios de comunicación y el consenso general. Y esto cuenta mucho a la hora de confesar nuestra intención de voto a un desconocido.
En las elecciones del 28-A podríamos encontrarnos ante ambos extremos. Podría suceder que muchos votantes de Podemos no lo reconozcan en público porque el estado actual de la formación provoca vergüenza ajena. Luego ya, a solas delante de la urna, es posible que se sinceren consigo mismos y tomen la papeleta del partido al que votaron en las dos últimas elecciones. También podríamos estar ante una segunda edición aumentada del 'voxazo' andaluz. A Vox en la tele le llaman de todo y nada bueno. Es posible que ante semejante asedio muchos que ya han decidido su voto por Abascal no quieran decirlo en alto por el qué dirán.
No lo sabemos, de lo que si podemos estar seguros es que los sondeos este año más que despejar dudas van a generarlas. Tal vez tengamos que mirar hacia otro lado, a los estudios demoscópicos realizados mediante técnicas de Big Data por ejemplo, o dejarnos llevar por la intuición que nace de la observación detenida y desapasionada de nuestro entorno. No será fácil porque en campaña todo es distorsión y exceso, pero creo que esta vez la demoscopia tradicional no nos va a servir de mucho.
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