Opinión

Durmiendo con un asesino

Tiene que ser terrorífico levantarte un día y descubrir que gran parte de tu vida ha sido una mentira

Y tú, Álex… ¿te gustaría tener una segunda cita con Carolina?”. Escucho esta frase un martes, poco después de las diez de la noche.

Antes de acostarme, apuro los minutos frente al televisor con uno de esos programas en los que los protagonistas buscan pareja en un restaurante creado ex profeso para encender la chispa del amor. Y al escuchar esa pregunta en boca del narrador omnisciente y observar en plano a una chica y a un chico, jóvenes los dos, a punto de decidir si quieren seguir o no conociéndose, me viene a la cabeza lo siguiente: generalmente, no sabemos absolutamente nada de esa persona con la que hemos contactado -bien ante las cámaras, en una noche de fiesta, en el supermercado, a través de internet o de mil y una formas posibles- para mantener una primera cita, tomar una copa o lo que el destino depare. Que, salvo que sea una recomendación -y ni siquiera esto es ya garantía alguna- no podemos llegar a intuir, en realidad, qué secretos esconde ese alguien, en lo más profundo de su ser.

Dice Jill Santopolo en su libro La luz que perdimos que “clases de secretos hay muchas. Están los secretos dulces, que queremos saborear como un caramelo y los secretos como granadas explosivas, con capacidad para hacer saltar por los aires todo nuestro mundo”. Porque hay misterios que irrumpen con la fuerza de un ciclón. Imagínate -si es que puedes- que una mañana despiertas y al poner la radio o la tele, escuchas en las noticias que tu marido, el hombre con el que has compartido cama durante veinte años, el padre de tus hijos, tu amante, es el principal sospechoso de un asesinato que tuvo lugar justo antes de que empezarais a salir juntos.

Lo que a Pradales le diferenciaba del resto es que él había conseguido ocultar, durante casi dos décadas, un crimen atroz

Parece ciencia ficción o la historia del nuevo libro de Emmanuel Carrère, insatisfecho con la conmoción que nos provocó El adversario. Pero, es tan real como aquel escalofriante relato que narró en sus páginas el escritor francés. Al igual que su protagonista Jean-Claude Romand, Jesús Pradales llevaba también una vida aparentemente normal. Aseguran estos días los periodistas especializados en sucesos que acompañaba a sus hijos al colegio, que cuidaba a sus padres, que era, de cara a la galería, un esposo más. Lo que a Pradales le diferenciaba del resto es que él había conseguido ocultar, durante casi dos décadas, un crimen atroz. El asesinato en 2003 de la que fuera su novia, Juana Canal, y resuelto, por fin, estas últimas semanas. Él mismo ha confesado que la mató de un golpe, que la descuartizó en una bañera, que enterró, después, sus restos muy cerca de una finca familiar en Navalacruz (Ávila) y que, con todo ese pecado, continuó con su vida como si sus manos jamás se hubieran manchado de sangre.

Veinte años, 7.300 días engañando a todo su entorno, manteniendo una farsa hasta el último minuto. “Ay niña, que yo no he hecho nada”. No cedió ni siquiera cuando su actual mujer, Candela, le rogó desesperadamente que le jurara que no había sido él. “Júramelo, Jesús, que no has hecho nada”. Y con absoluta calma e incluso en tono jocoso, Jesús insistía, hace solo unas semanas, que no era culpable. Son extractos de una conversación que mantuvo la pareja a finales de septiembre y que forma ya parte del sumario del caso, después de que una juez autorizara el pinchazo de su teléfono tras la aparición de restos óseos de Juana en la finca abulense.

¿Nunca intuyó Candela, en las dos décadas de convivencia, que dormía con un asesino? Solo ella sabe los secretos que esconden las sábanas

¿Cómo una persona que descuartiza a otra es capaz de llevar una vida normal? ¿Cómo se puede sostener semejante máscara durante tanto tiempo sin cometer ningún descuido delator? ¿Nunca intuyó Candela, en las dos décadas de convivencia, que dormía con un asesino? Solo ella sabe los secretos que esconden las sábanas que cubrieron su historia. Una historia manchada, también, por los malos tratos, según consta en dos denuncias.

Tiene que ser terrorífico levantarte un día y descubrir qué gran parte de tu vida ha sido una mentira. Que el hombre que te prometió que cuidaría de ti, es el mismo que ha terminado contigo. Terrorífico, también, morir a manos de tu pareja y que la justicia llegue casi 20 años después. Yo soy de esas que repite machaconamente aquello de que “el tiempo pone a todos en su sitio”. Claro que, a veces, muchas, tarda demasiadas vidas.

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