“Echaremos de menos los 180 diputados” que sumaban el PSOE (123) y Ciudadanos (57) la noche electoral del 28 de abril de 2019. La frase todavía retumba en mis oídos. Se la oí sotto voce a José Borrell tan solo dos meses después de aquella repetición electoral extemporánea, el 10 de noviembre, que había echado de la política ipso facto a uno de los dos protagonistas del desaguisado, Albert Rivera, mientras que al otro, a Pedro Sánchez, le había obligado a pactar a toda prisa con Pablo Iglesias digiriendo a duras penas la frustración por no haber logrado su sueño de 140 escaños y manos libres para gobernar.
Cuando Borrell profetizó eso, en enero de 2020, ya no era el ministro tenso, cariacontecido y taciturno contemplando con preocupación los resultados de la repetición electoral tan solo unas semanas antes. Lucía palmito resignado por los salones el Palacio de Santa Cruz, sede de Asuntos Exteriores, con una copa en la mano despidiéndose de los periodistas para asumir, patada hacia arriba, el cargo de Alto Representante de la Unión Europea que le había conseguido aquel a quien ayudara entusiasta a aupar al liderazgo del PSOE en 2017.
La cosa era que el entusiasmo mútuo se había esfumado en semanas porque empezaba a resultar del todo punto incomodo ver en aquella mayoría parlamentaria que estaba a punto de arrancar al autor del alegato antiindependentista Las cuentas y los cuentos -escrito mano a mano con su asesor ministerial Joan Llorac- y a Gabriel Rufian; el primero a quien resultaba incómodo, el ministro. No digamos a su bestia negra, Rufián, y al propio Sánchez.
‘Perro viejo’ de la política, Borrell sabía que aquel “¡¡Con Rivera no!!” de la militancia sólo podía acabar seis meses más tarde en otro “¡¡Con Podemos sí!!”, “¡¡y con Rufián!!”... “¡¡y con Bildu también!!”
Perro viejo de la política, el leridano habló ese día a los periodistas sin decir; insinuó el origen del desaguisado en lo equivocado del análisis presidencial desde la noche electoral del 28A; el tremendo error de haber renunciado a la “centralidad” del tablero que le otorgaban los 180 diputados para asumir como propio aquel desabrido “¡¡con Rivera no!!” -ojo, el mismo con quien había llegado a un pacto de investidura tres años antes- coreado por la militancia socialista en la calle Ferraz... eso sólo podía acabar como estaba acabando: en un “¡¡Con Iglesias sí!!”, “¡¡y con Rufián!1”, “¡¡...y con Bildu también!!”, una vez casi desaparecido Ciudadanos en las urnas.
Por razones que algún día explicará, lo cierto es que Pedro Sánchez sucumbió a los cantos de sirena de la calle más izquierdista y afín a Podemos, y asumió como inevitable una hoja de ruta que, por otra parte, no era una novedad; ya se la había confesado a Jordi Évole años atrás, en octubre de 2016, libre de la responsabilidad del poder porque tres semanas antes el Comité Federal le había defenestrado de la secretaría general del PSOE de forma muy traumática.
Un PSOE ”rehén” de Podemos
El problema es que, tras aquella repetición electoral no pudo elegir, aunque hubiese querido, susto (Rivera) o muerte (Iglesias). El de Podemos y sus otros compañeros de viaje independentistas fueron la única alternativa que le quedó; en definitiva, ya pudo tratarles “de tu a tú” sin esas presiones de los poderes fácticos tanto económicos como del viejo PSOE que le había revelado a Évole. Libre de ataduras orgánicas, con el PSOE en sus manos tras arrasar a Susana Díaz en las primarias y habiendo ganado dos elecciones consecutivas en seis meses, Sánchez ya pudo formar ese Gobierno Frankenstein que tanto le reprochaban en público y en privado los barones, Felipe González y el desaparecido Alfredo Pérez Rubalcaba.
Fue entonces cuando el nuevo PSOE inició, a ojos de muchos de los viejos del lugar, una viaje a “la nada”; un lento declive con paradas en Galicia y País Vasco, donde fue derrotado a manos, no ya del PP, su adversario natural, sino de los nacionalistas locales del BNG y PNV y Bildu, y ahora el desastre sin paliativos que supone el sorpasso de Más Madrid a los socialistas nada menos que en la comunidad autónoma más importante del país en lo político y en lo económico.
Ese camino incierto y lleno de riesgos, fuera de la “centralidad institucional y rehén de los gestos y aspavientos radicales de Podemos y el independentismo”, ha seguido para el PSOE este 4 de mayo en Madrid cosechado los peores resultados en 38 años de autonomía -lleva 26 fuera del poder en la comunidad-. Y eso no se resuelve “echando la culpa” solo a la debilidad del candidato, Ángel Gabilondo, señalan a quien esto escribe no pocas fuentes socialistas.
Gabilondo hizo una oposición a Ayuso “manifiestamente mejorable”, sí, pero no es culpable de que empezara la campaña electoral “soso, serio y formal” y haya acabado siendo llevado del ronzal por Iglesias a una inverosímil “alerta antifascista”
Gabilondo, que hizo una oposición a Isabel Díaz Ayuso “manifiestamente mejorable” los últimos tiempos, reconocen fuentes del partido, es culpable, sí, pero no de que Pedro Sánchez le eligiera candidato por tercera vez cuando ya estaba de salida rumbo al Defensor del Pueblo, ni de los vaivenes con los impuestos durante la campaña, ni de que la empezara “soso, serio y formal” y haya acabado siendo llevado del ronzal por Iglesias y Unidas Podemos hacia una inverosímil “alerta antifascista” contra Vox.
“Esta caída supone que tu rival (el PP) te saca 40 escaños y eso no se explica solo por Gabilondo ni por el ‘efecto Ayuso’”, argumenta un dirigente del PSM. “El problema es que en Galicia somos la tercera fuerza tras el BNG, en el País Vasco somos subsidiarios del PNV y ahora en Madrid tendremos que partir de muy abajo para intentar ganar, no ya a Ayuso, sino a Más Madrid en 2023”, señala esta fuente, que ve con mucha preocupación como el PP inaugura otro ciclo de poder en Madrid -y van 26 años-, y amenaza con un fin de ciclo del nuevo PSOE.
En la sede Ferraz, como es natural, se desvincula el pésimo resultado del 4-M con cualquier atisbo de “cambio de ciclo” que ponga en cuestión el liderazgo de Pedro Sánchez, como pretenden Pablo Casado y la Dirección Nacional del PP, que ven en la muerte de facto de Ciudadanos la mejor noticia de esta jornada electoral. Así lo dejaba dicho en la noche de este martes un José Luis Ábalos con cara de funeral intentando disipar las dudas sobre un adelanto exprés de elecciones generales para frenar la sangría.
20 diputados más para Casado
No en vano, numerosos estudios aseguran que sí buena parte de los 1,6 millones de españoles que en la repetición electoral de 2019 todavía se decantaron por votar Rivera optan en las próximas generales por la papeleta de Casado -como han hecho ahora con Ayuso los de Madrid- , el PP subirá de golpe entre 15 y 20 escaños en el Congreso... y el candidato popular estará en disposición de disputar la investidura al líder socialista.
La Dirección Nacional de los socialistas sabe todo esto, y sabe también que Iglesias no se va a quedar trabajando en la oposición en la Asamblea de Madrid; más pronto que tarde intentará influir en las decisiones de su sucesora en Unidas Podemos, la vicepresidenta Yolanda Díaz, añadiendo inestabilidad a una coalición que Sánchez se esfuerza en mantener por la cuenta que le trae... una convocatoria de elecciones generales precipitada solo beneficiaría ahora al PP y a un Santiago Abascal al que el propio presidente se esforzaba hace un mes en alabar su “sentido de Estado” (sic) por ayudar al PSOE a aprobar en el Congreso el Plan para los fondos de recuperación europeos... Claro, que eso fue antes de despeñar electoralmente a Gabilondo con una alerta antifascista” improvisada.
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