Opinión

¿Economía o batalla cultural?

¿Queremos gozar de una economía saludable? Salvemos entonces pilares básicos del Estado de derecho

Díaz Ayuso y Núñez Feijóo aspiran a representar dos tendencias – acusadamente distintas- en el votante de derechas actual. La primera se centra en dar la batalla de las ideas contra la izquierda, mientras el líder del PP prefiere jugar en el terreno que siempre le ha funcionado a su partido: hablar de dinero y gestión y triunfar así cada vez que el PSOE deja España hecha un erial económico.

Los publicistas suelen guiarse por el principio USP, un anglicismo (Unique Selling Proposition) que propone, básicamente, centrarse en una sola idea que transmitir al comprador. Siguiendo este consejo, el político de derechas debería escoger entre vender bonanza económica o batalla cultural. Lo bueno de la mayoría de los consejos es que lo único que cabe hacer con ellos es arrojarlos por el retrete. En este caso, por varios motivos.

Hablar únicamente de reducir el paro y atraer inversiones es un error, a pesar de que sean cuestiones indispensables para España. Esta estrategia convierte a la derecha en un aburrido contable que, además, va asumiendo posteriormente punto por punto todas las ideas de esta pseudoizquierda que padecemos. Ocurrencias de pijo-progres que han olvidado el objetivo fundacional de la socialdemocracia -proteger al débil y desvalido- pero que muy sabiamente han sabido inocular en la sociedad, de forma imperceptible, como la marea que sube lenta, pero sin pausa. No debería extrañarnos que ahora estos disparates se estén concretando en leyes que son aceptadas, en consecuencia, con toda la naturalidad del mundo. El caso del aborto es, en este sentido, paradigmático. La derecha, al ignorar este mar de fondo, comete aquí el error del pensamiento libertario: creer que la mano libre de mercado encuentra su correlato en la mano libre de las virtudes y valores.

Y, siento tener que recordarlo: a largo plazo, la ley no se basta a sí misma cuando la mayoría de la sociedad ha cambiado radicalmente su mentalidad

Este concepto de que sean los políticos los que den la batalla más profunda de las ideas puede repelernos a quienes pensamos que estos debates deberían producirse principalmente en el seno de la sociedad civil. El problema estriba en que la batalla cultural no es una nueva forma de llamar a las discrepancias ideológicas de toda la vida.

La batalla cultural define el escenario en el que un sector de la sociedad trata de transformarla estructuralmente, en un primer movimiento, a través de diferentes aspectos de la cultura, entendida ésta en sentido amplio: pensadores, artistas, educación, medios de comunicación. Se cocina así el caldo de cultivo perfecto para que, una vez sus representantes alcanzan el poder político, introducir reformas de calado resulte muy sencillo: lo único que puede impedirlo es la ley. Y, siento tener que recordarlo: a largo plazo, la ley no se basta a sí misma cuando la mayoría de la sociedad ha cambiado radicalmente su mentalidad. Lo que está en juego aquí son conceptos como la presunción de inocencia -que ha quedado maltrecha para los hombres cuando se les acusa de malos tratos o violación- o la libertad de expresión que trae consigo la cultura de la cancelación.

Un ejemplo paradigmático de lo mencionado lo tenemos en Cataluña. Allí se aprecia claramente por qué es falsa la disyuntiva entre economía o batalla cultural, basta con fijarnos en la huida de empresas que ha provocado el procés. ¿Queremos gozar de una economía saludable? Salvemos entonces pilares básicos del Estado de derecho y la democracia liberal.

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