Era el año 1870. Balneario de Bad Ems. El embajador francés se reúne con el Rey Guillermo de Prusia para pedirle un compromiso que impida que un Hohenzollern-Sigmaringen acceda a un trono español vacante. La reunión es correcta, aunque esta es aprovechada por el canciller Bismark para gestionar un malentendido con el que lograr que Napoleón III, emperador de los franceses y sobrino del más grande, les declare la guerra. El final no pudo ser más sorprendente y negativo para Francia.
Entre las consecuencias indirectas, pero menos conocidas e inesperadas, encontramos unas reparaciones de guerra de Francia a una ya unificada Alemania que sirvieron para que esta última rediseñara su sistema monetario y se adhiriera a un patrón oro ya liderado por Gran Bretaña. La adhesión de EE.UU. tras la reforma monetaria posterior a su guerra civil y la de Francia, obligada para evitar el aislamiento comercial y por el fracaso de su bimetalismo, terminó por consolidar dicho sistema. Fue el patrón oro clásico, que se inicia en esta década de los setenta del siglo XIX, una de las causas del feliz desarrollo económico hasta la llegada de la Primera Guerra Mundial.
La necesidad de financiar la guerra exigió de un esfuerzo fiscal que supuso un aumento del gasto público. Por aquel entonces, segunda mitad de los sesenta, la inflación comienza a crecer mientras la Reserva Federal mira hacia otro lado
Avanzamos. Estamos en una soleada mañana de otoño en la capital de Texas, Estados Unidos. El presidente, John Fitzgerald Kennedy, es tiroteado mortalmente mientras saludaba desde su coche descapotable. En el regreso a Washington desde Dallas, el vicepresidente Lyndon B. Johnson jura su cargo, y la política de la potencia económica y militar hacia la guerra en la indochina francesa se intensifica mientras se hace más explícita. Esto termina con la implicación militar estadounidense hasta tal punto que terminarán muriendo más de 58.000 ciudadanos de aquel país además de cambiar para siempre la sociedad occidental, no solo en aquél lado del Atlántico.
Económicamente los cambios fueron igualmente profundos. La necesidad de financiar la guerra exigió de un esfuerzo fiscal que supuso, a medio y largo plazo, un aumento del gasto público. Por aquel entonces, segunda mitad de los sesenta, la inflación comienza a crecer mientras la Reserva Federal mira hacia otro lado. La Francia de De Gaulle exigió ya en 1965 el cambio de sus reservas en dólares por el oro depositado en EE.UU. mientras Alemania protesta airadamente por la dejación de responsabilidades de la potencia que era la propietaria de la moneda enésima en un sistema monetario basado en el patrón dólar-oro mientras rompe el tipo de cambio a primeros de mayo de 1971. “El dólar es nuestra divisa, pero vuestro problema”, como diría el secretario del Tesoro de Nixon, John Connolly, a sus homólogos europeos. La decisión en 1971 de abandonar un sistema que ya olía a cadáver desde hacía más de un lustro por parte de Nixon y, sobre todo, la guerra del Yom Kippur dieron al traste con una estabilidad de precios que ya estaba más que debilitada.
Todos los esfuerzos por controlar la inflación desde 1973 se dieron de bruces con la entrada de los revolucionarios del ayatolá Jomeini en la embajada norteamericana el 4 de noviembre de 1979
Nuevamente una guerra marca un antes y un después. El vilipendiado orgullo árabe, de saberse de segundas ante unas potencias occidentales que apoyaron a Israel en aquella guerra, fue pagado por un recorte de producción que elevó los precios energéticos en el quizás mayor shock de la historia reciente.
Pocos años después, y por otra razón, los precios volvieron a la carga. Todos los esfuerzos llevados a cabo por los países para controlar la inflación desde 1973 se dieron de bruces con la entrada de los revolucionarios del ayatolá Jomeini en la embajada norteamericana el 4 de noviembre de 1979. El segundo shock llegaba, golpeaba y hacía daño del mismo modo que una herida se abre cuando esta aún no está curada. La subida de precios fue incluso mayor que en 1973, lo que obligó a la Reserva Federal a aplicar la mayor subida de tipos conocidas en tiempos modernos, una subida que se había retrasado 15 años.
La crisis de 1992-93, alentada a su vez por el breve shock energético (de nuevo) motivado por la invasión de Kuwait por parte de Sadam Hussein, provocó una nueva recesión global
Año 1989, el muro cae. La unificación alemana es un hecho y el país se prepara para digerir su parte maltrecha del este. Esta digestión va a generar algunos malestares, al exigir una buena cantidad de fondos que obliga a los germanos a presionar a los mercados de capitales y, con ello, a subir los tipos. Esta subida de tipos en una Europa alegre después de un lustro de crecimiento golpea sobre todo a aquellos países cuyas monedas no estaban alineadas del mejor modo al extinto sistema monetario europeo. La crisis de 1992-93, alentada a su vez por el breve shock energético (de nuevo) motivado por la invasión de Kuwait por parte de Sadam Hussein, provocó una nueva recesión global.
Como ven, he expuesto solo algunos ejemplos donde las decisiones arbitrarias, excepcionales, sobrevenidas por razones ajenas, o por otras razones muy diferentes tuvieron consecuencias enormes sobre el devenir económico global. Hoy, no estamos ajenos a ello.
El año 2022 será el año en el que la geopolítica jugará un papel fundamental en la recuperación económica o en su frustración. Los sistemas económicos, cuando son ajenos a estas influencias externas, tienen un devenir más o menos predecible. Sin embargo, cuando el peso de las decisiones de gobernantes, primeros ministros, teócratas o cuando la estabilidad en países estratégicos económicamente como Ucrania o Kazajistán está en juego, cualquier consecuencia económica puede ser esperada.
Putin, Jinping o Smailov tienen en sus manos cómo será económicamente este año. Por lo tanto, cuando la geopolítica tiene un poder tan elevado en influir en las economías occidentales, cualquier previsión que queramos hacer es fútil. Por eso, cuando me preguntan qué espero de este año siempre contesto que depende de lo que la geopolítica nos depare.
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