Uno de los libros más afilados de este año lleva el extraño título de El rencor de la clase media alta y el fin de una era (Foca). Lo firma el abogado y periodista Esteban Hernández, que cuenta con una sólida trayectoria en el ensayo sociopolítico. Empezó a brillar con El fin de la clase media (2014), donde explicaba el derrumbe de la prosperidad occidental, un sistema que ya no era capaz de cumplir sus promesas, que se van convirtiendo en humo en la recta final del siglo XX. Aquel libro prestaba una atención especial a la cultura, señalando que en las letras de modestos grupos de rock como Drive-By Truckers, perjudicados por la decadencia de Estados Unidos, ya anidaban las ideas que llevarían a Donald Trump a la Casa Blanca (contra todo pronóstico).
Uno de los puntos fuertes de Hernández es analizar nuestros problemas políticos sin las gafas progresistas ni reaccionarias. En tiempos de trincheras, sus argumentos buscan espacios comunes, como queda claro en la página 206: "Un giro decidido hacia la economía productiva debería ser bien acogido por la izquierda en la medida en que permitiría restablecer el equilibrio entre capital y trabajo, pero también desde la derecha, dado que los rentistas pertenecen a la esfera de las élites globales que tienen como enemigas". Aunque suene extraño, combatir la economía financiarizada sería beneficioso para la inmensa mayoría de los españoles, desde los que votan a Vox hasta los de Podemos, de la misma manera que el New deal de Roosevelt benefició a demócratas y republicanos tras el crack de 1929.
No estamos solo ante un tratado de geopolítica y macroeconomía. El autor sabe explicar las consecuencias de conflictos sistémicos en nuestras vidas cotidianas, sobre todo en el mundo del trabajo. "En un primer instante, tanto las clases financieras como las contraculturales señalaron al pueblo y a sus costumbres como el principal problema que debían solucionar", destaca. Tanto Silicon Valley como Wall Street apostaron por la disrupción frente a la organización tradicional, y por el corto plazo frente al largo, convirtiendo en enemigo al "sentido comun dominante". El resultado, como sabemos, fue una disolución de los viejos vínculos laborales.
Tampoco hay vida en la otra orilla: los espejismos progresistas actuales cada vez atraen a menos gente: "No deja de ser paradójico que, en un tiempo en que se insiste continuamente en el progreso y en el que todavía perdura la conexión directa entre adelantos tecnológicos y un mundo mejor, sea la ausencia de proyectos sociales que generan esperanza y confianza lo que la definan más nítidamente", destaca Hernández.
Ortega, Europa y la economía productiva
Otro motivo para prestar atención a este ensayo es su relectura del Ortega de España Invertebrada (1921), un texto todavía relevante para comprender nuestros conflictos sociales. Hernández destaca que todavía es cierta la intuición ortegiana de que "cuando una sociedad se consume víctima del particularismo es porque el primero que se ha hecho particularista su centro". Nuestro gran filósofo pensaba en que "Castilla hizo España y luego la deshizo". Hoy puede aplicarse lo mismo a Barcelona y Madrid, dos centros de poder que por distintos motivos se miran cada vez más el ombligo, abdicando de su responsabilidad de liderar España (lo mismo puede decirse del País Vasco).
Volver a coser vínculos rotos es complicado, sobre todo cuando se carece de un plan eficaz
No rige ya, en cambio, la máxima de Ortega de que "España es el problema y Europa, la solución". El Viejo Continente vive un declive política, cultural y militar que le ha subordinado a la grandes potencias globales. Los males que Ortega atribuye a España son ahora también los de Europa. Las élites políticas no tienen planes para las mayorías sociales: siguen apostando por la cháchara de la transformación digital y la economía verde, con enfoques que pueden enriquecer a unos pocos, pero dejan fuera a millones de 'perdedores e la globalización' (los que ganan no se bajan de la cantinela de "abaratar costes de la mano de obra" para "ser más competitivos"). La realidad es que el ascenso de líderes como Trump, Le Pen y Meloni, pero también de Mèlenchon y Bernie Sanders, se debe en gran parte a su discurso antielitista, que conecta con la gente común, harta ya de que les fallen.
Esteban Hernández pertenece a un perfil de ensayista tan prestigioso como poco atendido en sus hipótesis. Pensemos por ejemplo en Christopher Lasch, que denunció la deriva narcisista de nuestra cultura y también el hecho de que las élites occidentales se habían rebelado, renunciando a sus responsabilidades históricas (algo que él consideraba una traición a la democracia). El rencor de la clase media alta y el fin de una era sintoniza también con muchas propuestas del geógrafo francés Christophe Guilluy, que señala una nueva guerra de clases entre un puñado de ciudades globales dominadas por profesionales bien remunerados y unas periferias donde malvive las mayorías precarizadas. El reto de volver a coser vínculos es complicado y el primer paso es siempre tener un plan. Libros como este se parecen bastante al que necesitamos.
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